Columnistas

Doble calzada:¿para llegar más tarde?

      Doble calzada: ¿para llegar más tarde? Podemos correr más en las vías estrechas que en las amplias, incluso si son más empinadas...

El Borges de Bioy Casares: ¡Oh Hipopótamo Totémico!

 
  El Borges de Bioy Casares: ¡Oh Hipopótamo Totémico!

Los amores y desamores de Borges corren por allí también, a veces pintados de manera cruel
 
     

Geopolítica animal

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Persistencia del Mal

 
 

Persistencia del Mal

Mientras más atroces los crímenes en EU, mayores recompensas mediáticas reciben los criminales

 
     

Vivir en Medellín

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¿Esperanzas en la Milla de Oro?

       ¿Esperanzas en la Milla de Oro? ...

Los y las mujeres

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¡Sálvese quien pueda en la Milla de Oro!

 ¡Sálvese quien pueda en la Milla de Oro!   Para vergüenza de la ciudad y sus habitantesPasan y pasan alcaldes, pasan y pasan juntas administradoras locales...

Retrato oblicuo de mujeres tristes

   Retrato oblicuo de mujeres tristesDoña Clementina, Doña Juana Pastor, Doña María Gutiérrez Mejía con su adorable bigotito, Doña Mercedes  En el gran vestíbulo del edificio...

Puro cuento

  Puro cuentoEl relator de moda, quiere ser él el protagonista,y en esa vanidad está su fracaso Este oficio de hacer columnas, aunque signifique el placer...

¿Hasta dónde llegan los derechos del Ayuntamiento?

   ¿Hasta dónde llegan los derechos del Ayuntamiento?Recomiendo a los funcionarios implicados que lean el magnífico cuento de Cortázar “La autopista del sur”, donde hallarán...

Un mar de aplausos

 Un mar de aplausos   “La piedra ha servido de medio a las palabras tanto como el papel”El mundo libresco ha conocido muchas colecciones de literatura...

JMC, ¿sardino de 21 o anciano de 80? (Parte 2 de 2)

 JMC, ¿sardino de 21 o anciano de 80? (Parte 2 de 2)   Y mientras tanto, al Dorado en Bogotá lo reforman y contrarreforman, y actualizan...

La Plaza de la Luz o el urinario más grande del Universo

   La Plaza de la Luz o el urinario más grande del Universo¿Alguien en sus sentidos ha visto la luz que nos brinda la Luna...

¿JMC, sardino de 21 o anciano de 80?


¿JMC, sardino de 21 o anciano de 80?

De la edición impresa (Edición 325) (Parte 1 de 2)

Apenas va a cumplir sus 21 añitos. Ninguno es más reciente en Colombia. Probablemente es el más nuevo de Suramérica, al menos entre ciudades importantes. Pero, cosa increíble, parece el más anciano de todos. El sardino se apellida Córdova y lleva por nombre José María. Es uno de los aeropuertos más jóvenes de América Latina y el Caribe. Pero, duele decirlo, es uno de los peor diseñados. Casi todos los demás, mucho más viejos, funcionan mejor.

Avenida Agripina Montes del Valle


Avenida Agripina Montes del Valle

De la edición impresa (Edición 325)

Hace algunos años fue presentado al Concejo de Medellín un proyecto para conmemorar a algunas antioqueñas históricas bautizando con sus nombres ciertas calles de la ciudad, y producto de ello es que hoy pueden verse los flamantes rótulos de las avenidas María Cano, Jesusita Vallejo y Cacica Arazaba, entre otros. Merecido homenaje para nuestras damas toda vez que, hasta hace pocos días, el inventario de calles dejaba ver, en su casi totalidad, solo nombres masculinos, de países, de ciudades e incluso de cosas de dudosa solemnidad como “El Palo” o -tengo pruebas- “El Sapo”.

Sobre las vías de Medellín


Sobre las vías de Medellín

De la edición impresa (Edición 324)

Luego de años de estudio, dilaciones y vacilaciones, recibimos con agrado algunas decisiones claras y sencillas que buscan desembotellar, aunque sea levemente, el flujo vehicular en El Poblado. La mayoría de ellas se orienta a darle unidireccionalidad a las vías.

Altavista


Altavista

De la edición impresa (Edición 324)

Las quebradas medellinenses arrastran en su corriente historias más o menos iguales: algún monstruo o aparición doliente habitó las noches de sus márgenes en los tiempos idílicos de las aguas cristalinas, y luego, menospreciadas por la arrogante vida industrial, acabaron convertidas en cloacas, canalizadas u ocultas bajo el asfalto.

La interventoría en obras públicas… ¿q.e.p.d?


La interventoría en obras públicas… ¿q.e.p.d?

De la edición impresa (Edición 323)

Había una vez una función de la ingeniería de obras públicas que se llamaba interventoría. Su labor consistía en representar al dueño de la obra -o sea, usted y yo- frente los contratistas y asegurarse de que esta se ejecutara con todas las especificaciones técnicas, con los materiales apropiados, y dentro de presupuestos y cronogramas establecidos.

El mal del siglo


El mal del siglo

De la edición impresa (Edición 323)

Muchos de mis alumnos prefieren perder el pellejo en un examen que invertir un poco de su tiempo en leer un libro de más de doscientas páginas, y son de los que no mueven uno solo de sus dedos por conseguir en la biblioteca lo que uno mismo no ha puesto en sus manos. Anoréxicos de la voluntad, son la perfecta expresión de lo que suele denominarse “el mínimo esfuerzo”, y los actuales días de Alemania 2006 han servido para que revelen su invencible facilismo en un terreno en que uno los creería más audaces.

El bazar de los idiotas


El bazar de los idiotas

De la edición impresa (Edición 322)

Al principio se trataba solo de las aventuras de un puñado de desconocidos en una isla remota, obligados a competir entre sí hasta que solo quedara en pie quien, por su vigor físico y su astucia, demostrara ser el más apto. Bastaba haber leído a Julio Verne a los doce años para sentir interés por el asunto, pero pronto se reveló que se trataba de algo más que la puja animal de los robinsones, pues quienes seguían la competencia a través de sus televisores sentían una especial fascinación por las miserias de la intimidad ajena: ya poco importaba si Fulano podía atravesar a nado un caño infestado de pirañas, sino si él mismo odiaba realmente a Zutano o si estaba dispuesto a traicionar la besuqueada amistad que había fundado clandestinamente con una de las participantes.

Ciudad sin frenos


Ciudad sin frenos

De la edición impresa (Edición 322)

{mosimage}Con la posible excepción de la salida hacia Puerto Berrío, cualquier entrada o salida del Valle de Aburrá implica una buena dosis de subidas o bajadas. No es mucho lo que podemos avanzar sin vernos en empinadas pendientes. Y ni se diga dentro de la misma ciudad. Claro, al haberse terminado totalmente la tierra plana disponible, cada vez un porcentaje mayor de la población -de todos los estratos- vive en zonas de altas pendientes.

Motos en estampida


Motos en estampida

De la edición impresa (Edición 321)

No niego que esta columna se esté concentrando demasiado en el tema del tránsito en Medellín. Pero es que son tantos los puntos a mejorar, tanto lo que puede hacerse -y tan poco lo que se hace bien- que con salir solo un rato a la calle los temas fácilmente van apareciendo. ¿Qué tal, por ejemplo, el fascinante y creciente mundo de las motos?

La ascensorista

La ascensorista

De la edición impresa (Edición 320)

Nacido hace más de cien años y maestro indiscutible de la mordaz crónica de la vida cotidiana, el argentino Roberto Arlt alguna vez se maravilló ante la singularidad de ciertos oficios, entre los que se le hacía casi inverosímil el de un pobre diablo porteño que, en medio de un taller mugroso, se dedicaba a reparar muñecas. Pero no hay que ir hasta las extremidades sureñas para encontrar una ocupación igualmente pintoresca -una para la que no haya, y ni siquiera en el generoso mayo, un día conmemorativo-, fácilmente verificable, también, en nuestra tórrida Medellín. Me refiero, por ejemplo, al oficio de ascensorista.


Marido y marido


Marido y marido

De la edición impresa (Edición 319)

Ante la pregunta de si podía establecerse el matrimonio homosexual en Colombia, el Presidente respondió “No”, monosilábica y tajantemente, como reacciona cuando no tiene ninguna idea brillante a propósito de lo que se le indaga y cuando, además, no desea usar su fórmula habitual de “Mire, de eso es mejor no hablar”. Sin embargo, no solo el evasivo mandatario se apocó ante la cuestión, pues también los mostachos de la oposición balbucieron, sin mucho convencimiento, la respuesta de que “Nuestra sociedad todavía no está preparada para una situación como ésa”. Sospecho que semejantes respuestas se perpetuarán en el tiempo, pues en nuestra república conservadora aún no se entiende que el aplazamiento de las soluciones no es otra cosa que falta de vigor, que es lo que sucede con muchos de los que no quieren casarse, tener hijos o comprar casa sino “hasta que la situación esté mejor”. Pues nunca va a estar, y quien quiso trucha arrojó la carnada al lago.

Más candidatos al Oso de Lata


Más candidatos al Oso de Lata

De la edición impresa (Edición 319)

Es conocido el premio Oso de Plata del Festival de Cine de Berlín que ya ganó el año anterior nuestra talentosa Catalina con su María llena eres de gracia. Para no quedarnos atrás, en una columna anterior proponíamos establecer el concurso el Oso de Lata para premiar con el escarnio público a los diseñadores o constructores de aquella obra en El Poblado que constituyera el mayor “oso” para nuestra ingeniería por su chambonería, inutilidad y/o costo desproporcionado.

Gracias por el hardware, Fajardo… y ¿qué pasa con el software?


Gracias por el hardware, Fajardo… y ¿qué pasa con el software?

De la edición impresa (Edición 318)

Vemos interesantes obras viales en El Poblado y en otras zonas de Medellín. Poco a poco los proyectos se vuelven realidad, cada uno resolviendo algún problema local: Doble calzada por allí, “broche” por allá, semáforos en tal cruce, etcétera. Y hay más proyectos en camino, que ojalá reduzcan el vergonzoso atraso de infraestructura que padece El Poblado.

El jurado


El jurado

De la edición impresa (Edición 317)

Hace poco desempeñé por primera vez en mi vida el particular oficio de jurado de votación, y bajo la convicción de que ese trabajo poco se acerca a las atribuciones de un jurado tal y como lo define la Real Academia Española, pues, mientras las sagradas escrituras del lenguaje hablan de determinar culpabilidades, examinar méritos o deliberar en asuntos de diversa índole, la pomposa Registraduría solo quiere que sus árbitros desdoblen papeles y hagan rayitas en un formulario, y todo bajo la más rotunda desconfianza, pues ella misma, días después, recontará los votos en el refrigerado secreto de sus oficinas capitalinas.

Empezando por la prioridad número 42

Empezando por la prioridad número 42

De la edición impresa (Edición 316)

Listo. Ya pasó un año y ya nos acostumbramos. Aprendimos a punta de amenazas y multas y encendemos las luces siempre que salimos a carretera, a cualquier hora del día. ¡Bravo!


Convidados de piedra


Convidados de piedra

De la edición impresa (Edición 316)

La mayoría de las veces, las funciones callejeras que nuestros artistas del hambre ejecutan para sobrevivir conmueven más por ciertos rasgos marginales que por los méritos puestos a prueba en ellas, y difícilmente podrá negar esto quien, aturdido por los sonidos desgañitados con que algún niño trataba de articular un vallenato, dio la moneda en solidaridad con la camisita raída del cantante improvisado. ¡Cuántas veces una guitarra destemplada y con remiendos, un uniforme de payaso con quemaduras de plancha o un rostro bonachón mal afeitado evitaron que la estrella callejera tuviera que bajarse del bus o del andén con los bolsillos vacíos!

Un pecado nada original

Un pecado nada original

De la edición impresa (Edición 315)

El que estudia antropología acaba, casi siempre, albergando recelos frente a los misterios bíblicos o, por lo menos, frente a sus predicadores (aunque es paradójico que más tarde terminen arrodillados ante brujos amazónicos). Cuando los evangélicos iban a mi casa y yo les decía que estudiaba la ciencia del hombre, cerraban sus Biblias y, sin mediar explicaciones -ellos, los campeones de la tozudez-, se marchaban con la cabeza gacha. Sin embargo, así como descree de la existencia de las sustancias divinas, el científico social no tiene dudas sobre la importancia pública de los ritos, y por eso -aunque un tanto sudoroso- termina bautizando sus hijos para evitarles, años después, el ridículo de recibir la crisma al lado de una veintena de recién nacidos (porque ya quedó probado el fracaso de aquella práctica “hippie” de dejar a los hijos la libre elección de acoger tal o cual rito).

Contra toda evidencia, pero certificados

Contra toda evidencia, pero certificados

De la edición impresa (Edición 315)

Imagino que voy manejando muy borracho por plena Avenida El Poblado y que todos me ven cometiendo una imprudencia tras otra. Imagino que finalmente me detiene un guarda de tránsito que se acerca y me dice que está prohibido conducir embriagado. Yo, sabiendo el estado en que me encuentro, no me preocupo y le entrego un flamante certificado, vigente, legal y expedido por autoridad competente, que “certifica” que no estoy ebrio ni lo estaré hasta determinada fecha. El guarda me permite seguir mi incierto camino no sin antes pedir excusas, y partiendo en veloz y zigzagueante arranque alcanzo a escucharle “…hubiera jurado que ese señor venía borracho…”


¡Tan malo, que hasta una acera se le cae!

¡Tan malo, que hasta una acera se le cae!

De la edición impresa (Edición 314)

Hace unos 20 años tuve la fortuna de trabajar en EPM como auxiliar de interventoría en subestaciones de energía. Yo, pichón de inge-niero civil, admiraba la manera tan estricta y profesional con que construíamos –o mejor, hacíamos construir- cárcamos, por ejemplo. Los cárcamos son canales subterráneos dentro de las subestaciones para conducir cables entre una estructura y otra. Todos bien hechos, bonitos, todos ciñéndose con exactitud a las numerosas normas entonces vigentes. Cualquier imperfección menor, aún en lo meramente estético, era motivo para no recibir la obra al contratista. Y si la tenía que demoler y hacer de nuevo, ¡muy merecido! Justo castigo por no haber ejecutado bien la obra desde el principio.


¿Nacho lee?


¿Nacho lee?

De la edición impresa (edición 314)

Posiblemente sea febrero el único mes del año en que todas las pelambres se alegran de estar en las aulas y de hacer sus tareas, desde los niños de preescolar que no veían la hora de volver a asolearse en las piscinas de pelotas hasta los universitarios que, ahora sí, van a tomar la cosa en serio y a mostrarle al mundo entero que en sus cabezas hay ricos filones de sabiduría. Sin embargo, algo hay en medio de semejante alegría que delata la impostura -o, más bien, la fugacidad- de semejante disposición: y es el ingenuo entusiasmo con que, creyendo que ahora serán leídas y disfrutadas, se exhiben en las vitrinas de los almacenes las obras clásicas de la literatura colombiana. Posiblemente uno llegue a creer que un muchacho de quince años, flamante dentro de su nuevo uniforme, quiera empezar bien sus estudios de álgebra para no verse penando a fin de año (a propósito: ¿existen aún asignaturas con números o ya fueron reemplazadas por rosados cursos de crecimiento personal?), pero ya es demasiado imaginarse que ese mismo bergante se dedique con interés a la lectura de María.

Máximo favorito para el Gran Oso de Lata

Máximo favorito para el Gran Oso de Lata

La Dirección del (algún día) prestigioso concurso El Oso de Lata se complace en anunciar a la ciudadanía pobladense que entregará en fecha próxima -aún por definir- su más codiciado galardón, el Gran Oso de Lata - categoría “Peor Imposible”, a una destacada y perdurable obra de ingeniería ubicada en El Poblado.


Crecimiento y desarrollo


Crecimiento y desarrollo

De la edición impresa (Edición 313)

Hay cosas que, vistas tal como ocurren en la realidad, poco tienen que ver con lo que uno imaginaba de ellas al oírlas enunciar. Eso es justamente lo que se descubre cuando, con un infante, se asiste a una cita de “crecimiento y desarrollo”: pareciera, con solo escuchar esa sobria y justa descripción del tipo de control médico en cuestión, que un pediatra diestro y pragmático va a coger al infante por los pies y lo va a pesar en una báscula, para después someterlo a todo tipo de estímulos entre los que, quizá, se incluye un martillito de goma que habrá de golpear las rodillas tiernas. Pero las cosas no son exactamente así: en lo que parece la antesala de una piñata, decenas de madres con sus bebés están sentadas en redondel -a uno le parece que, en cuestión de segundos, alguna de ellas será llamada para ponerle la cola al burro-, y hasta ocurre que un par de bombas han sido colgadas de una pared para ambientar la escena. Mientras tanto, tres mujeres sonrientes y con batas blancas tratan de llamar la atención de los asistentes a pesar de que la tarea entrañe una especial dificultad, pues risas, gritos, chisporroteos de babas, voces adultas deformadas hasta parecer japonesas, aplausos y cascabeles se superponen en un solo segundo.

Enero


Enero

De la edición impresa (Edición 312)

Por más que se diga que tiene 31 días, enero es el mes más corto del año: nadie se siente habitándolo hasta que no caiga oficialmente el telón de la fiesta decembrina, y ella se extiende hasta un lunes festivo que la sacrosanta Ley Emiliani a veces arroja demasiado lejos; igualmente, tanto foco encendido y tanto santo gigante a la vera del río poco ayudan en esa preparación que el espíritu necesita para convencerse de que ha de empezar a rodar de nuevo. Además, el agüero de las cabañuelas tiene como uno de sus corolarios el de que el mes propiamente dicho solo pueda empezar desde el día 13 (cifra poco halagüeña, en verdad). Pero lo más diciente es, en sí mismo, inexplicable: la extrañeza de verse escribiendo una carta o llenando un formulario con la palabra “enero”… ¿acaso no era un mes para estarse tumbado al lado de una piscina? Sin embargo, como esas jornadas en que se tiene verdadera conciencia de que otra vez se está trabajando comienzan apenas el décimo o vigésimo día del mes, la ilusión dura poco, y pronto se está en ese mes sensato, sobrio y gigantesco de 28 días sin festivos que es febrero.

Controlen su diarrea, admirables señores


Controlen su diarrea, admirables señores

De la edición impresa (Edición 312)

La una figura entre las 3 empresas más grandes del mundo en su sector, tiene presencia en más de 50 países, sus ventas son gigantescas y su rentabilidad magnífica. La otra es una industria local formidable, posee claro liderazgo nacional y hace poco sorprendió con la compra de importantes empresas en su ramo, tanto en el país como en el exterior. Y su sede principal está en El Poblado.

Sobre el volcán


Sobre el volcán

De la edición impresa (Edición 311)

En los apuntes del viaje que hizo a Bogotá entre diciembre de 1862 y enero 1863, escribe Eduardo Villa Vélez que el indio de la sabana da la mejor prueba de su apocada torpeza al despreciar olímpicamente las maravillas de la naturaleza. El señorito medellinense se indigna sobre todo al comprobar que el susodicho nativo “mira el agua fresca que baja del alto del raizal y que se encuentra mejor a medida que se gana en altura, como insípida bebida de bueyes”. En un siglo en que nadie podía dárselas de poeta sin registrar su oficio cantando de modo sublime a las mágicas aguas del Tequendama, tanta simpleza aborigen podía resultar, efectivamente, provocadora. Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado drásticamente y, para muchos, quizá resulte que la actitud más salvaje sea sorprenderse por las exuberancias del paisaje. Vaya esta crónica, última del año, como advertencia en una época en que, por el mucho asueto y los viajes que se dan, más de una vez estaremos frente a algo más que cauces de agua fresca.

El tránsito: el más fiel reflejo de la incultura ciudadana

El tránsito: el más fiel reflejo de la (in)cultura ciudadana De la edición impresa (Edición 310)Del actual Alcalde de Medellín no esperaba milagros en...

Huevos rojos


Huevos rojos

De la edición impresa (Edición 310)

Hace mucho tiempo viví cerca de dos centroamericanos que habían venido a Medellín a adelantar estudios en ciencias de las maderas. Un día, hablando con ellos sobre el cotidiano comer en esta ciudad, me preguntaron acerca de un producto de cocina que les había llamado poderosamente la atención: lo describieron como unos “huevos rojos” que se vendían en todos los rincones de la ciudad, e incluso sobre la propia calle en pequeñas cocinas rodantes. “¿Huevos rojos? Ni idea, no sé qué será...” “Sí, y por dentro vienen bien blanquitos, ¿no?, y son como esponj...” “¡Ah! ¡Los buñuelos!” “De veras, así nos dijo la señora que se llamaban”. Eso era, los buñuelos, y por tanto interés y expectativa puestos en la pregunta de ese par de latinoamericanos entendí que con esas bolas de masa se jugaba gran parte de nuestra identidad; esa identidad que convencionalmente ligamos a una bandeja paisa que más parece producto exclusivo de restaurantes que fabricación espontánea de las cocinas de barrio.

Navidad andina


Navidad andina

De la edición impresa (Edición 309)

En medio del lluvioso noviembre, nuestros conciudadanos más fiesteros hacen todo tipo de comentarios, promesas y especulaciones a propósito del fin del invierno, pues la huida de las aguas significa, sobre todo, el arribo de los días decembrinos, plenos de luces, estallidos -algunos de ellos nefastos, por cierto-, porcinos inmolados, indigestión y bolsillos desangrados. Claro que aquellos que odian esas celebraciones también cuentan los días que dilatan su arribo, y supongo que por aquello de la guerra que, por avisada, no mató al soldado. Pero ya sea para salir radiante a las calles o para amargarse encerrado en casa -lo que no deja de ser paradójico- prevalece el deseo común de presenciar el arribo del verano: “¡Qué pereza un diciembre mojao!”, es lo que por estos días se oye aquí y allá, y cuando las lluvias se van, el 8 de diciembre -porque, el día anterior, ¿a quién no se le han mojado las velas?-, los sentimientos ya pueden expresarse en seco.

Admisión


Admisión

De la edición impresa (Edición 308)

No hace mucho -y como siempre ocurre por esta época- la clientela dominical de las parroquias se vio engrosada por un público no del todo convencional: jóvenes cercanos a los 18 años que, a pesar de su decidida apariencia de paganos, repetían las oraciones con toda unción, y que luego, después de tomar solemnemente la comunión, reflexionaban en sus puestos como si fueran cartujos filósofos dispuestos a componer el mundo con su sola devoción mental. Pero se trata de una realidad fácilmente explicable: toda aquella seráfica juventud poco o nada tenía que ver con esos ejércitos de adolescentes enloquecidos con el venerable y difunto Juan Pablo II, sino que allí estaban los asustadizos bachilleres que se disponían a marchar, al otro día, al patíbulo de un examen de admisión universitario.

Casa tomada


Casa tomada

De la edición impresa (Edición 307)

Entrevistado ante las cámaras de algún noticiero, dijo un muchacho cuya casa había sido arrastrada por un alud de piedras: “Al principio oímos un ruidito y pensamos que era la rata”. Nótese que el damnificado no habló de “una” rata cualquiera y anónima, sino que, usando con nitidez y confianza el artículo “la”, le dio al roedor el estatus de cosa -casi persona- familiar y conocida. Pero realmente eso es lo que pasa en todas nuestras casas: a un lado de si se trata o no del más pulcro hogar, esas reinas de la alcantarilla terminan colándose a nuestros aposentos de vez en cuando, y poco después de su primera aparición -a la inesperada velocidad del rayo, por el patio o la cocina- la invasora de turno ya merece de la espantada y asqueada familia el tratamiento más natural: “¿Qiubo de la rata? ¿La han vuelto a ver?”

Gente de 4 en conducta


Gente de 4 en conducta

De la edición impresa (Edición 306)

En algún año desastroso de mi vida (aquel en que el DIM perdió el título por sólo un milímetro) me vi con una mano enyesada y traspasada por un alfiler gigantesco, y con una espinilla hecha una miseria, abierta en una herida cuyo recuerdo me será perenne, e hinchada hasta el extremo de obligarme a ir con pantaloneta a la universidad. Pues bien, buscando cumplir con los deberes que allí se me asignaron, fui con mi cruz a la Biblioteca Piloto y, allí, un funcionario criado bajo sabe Dios qué extraños preceptos morales estuvo a punto de echarme a patadas, pues a juicio suyo yo había cometido el horrible delito de estar en un templo de libros con las piernas al desnudo. Al final, quizá porque una mancha café pugnaba por salir desde dentro de la gasa, aquel Cancerbero, ceñudo, dio media vuelta sin insistir más, dejándome a mí la tarea de entender que podía quedarme y a él la refrescante convicción de saberse un hombre magnánimo.

Criaturas unicelulares


Criaturas unicelulares

De la edición impresa (Edición 305)

Caminaba por ahí un día de estos, y cuando alcancé el extremo de una acera vi que desde el opuesto se acercaba una criatura extraña: vestía como un hombre normal -incluso con más elegancia que la de un transeúnte promedio: llevaba corbata y camisa de manga larga, aunque con una combinación de colores más propia de un cajero de banco que de un ministro-, pero se comportaba como un primate arborícola descendido a la tierra: acompañaba sus zancadas con movimientos caprichosos de sus manos y su boca; evoluciones que también parecían las de un malabarista jubilado, a quien le ha quedado la manía de lanzar y aparar naranjas que no existen. De vez en cuando, aquel engendro se llevaba la mano a un carrillo, como si en él le estorbara alguna verruga o un bolo de comida a medio masticar. En algún momento, estando muy cerca de él, vi que una masa extraña -un animal parásito o algo así- se adhería efectivamente a una de sus mejillas. A cinco metros de distancia vi que, como un tarado, el simio hablaba solo. Cuando apenas nos separaban dos pasos supe la estúpida verdad: era un hombrecito novelero hablando por un celular “manos libres”.

Un pobre profesor


Un pobre profesor

De la edición impresa (Edición 303)

El otro día, al llegar a mi oficina, encontré sobre mi escritorio el corajudo anónimo de un lector de esta columna; uno que, según se ve, vivió todo un vía crucis de indignación con aquellos comentarios a propósito de la peregrina actividad cultural que actualmente se lleva a cabo en el Cementerio San Pedro (títeres, noches de poesía celta y otros espectáculos que tienen más de esnobismo que de necesidad). Los lectores recordarán y sobre todo mi diligente corresponsal lo que en aquella ocasión alegué sobre todo eso, que bien podríamos resumir ahora en uno de los títulos del humorista criollo Daniel Samper Pizano: “¡Llévate esos payasos!”.

Crónica Única Tributaria


Crónica Única Tributaria

De la edición impresa (Edición 302)

A partir de una experiencia personal, el columnista Juan Carlos Orrego explora el mundo que se crea alrededor de los trámites que tenemos que hacer los ciudadanos colombianos. Hay un foro en Los Foros Interactivos en el que usted puede contar sus historias y también sugerir la eliminación de algunos de ellos.

Una herejía de leche tibia


Una herejía de leche tibia

De la edición impresa (Edición 301)

“En el pozo de sondeo número dos, entre una áspera muestra de suelo rocoso, se encontró un objeto fabricado en plástico duro, de forma cilíndrica, con una boca ancha a la que iba adosado lo que parece un adminículo para succionar, hecho en goma y con la forma del pezón humano cuando éste se dilata durante la lactancia del neonato, aunque quizá más alargado de lo habitual”. Más o menos así rezaría la noticia arqueológica a través de la cual las generaciones venideras tendrían conocimiento del tetero, ese contenedor de leche tibia que tan entrañable parece hoy pero que, según se colige de la opinión de muchos, podría tener sus días contados.