Siendo la nuestra una sociedad declaradamente libre, es de esperar que los ciudadanos, en ejercicio de nuestro albedrío y dentro de ciertas normas básicas, podamos hacer muchas cosas sin ser requeridos por autoridad alguna.
El antiguo profesor de educación física era graduado en lenguas extranjeras, y le cubría la espalda al verdadero licenciado en educación física, ocupado por estos días con la cartera de matemáticas...
“El cuerpo yació allí mientras el sol subía perezoso...”
Dicen las malas lenguas o proverbios occidentales en las universidades de los EEUU, me lo contó un ilustre profesor de Harvard, que no hay nada más frío que una bibliotecóloga bajo las sábanas -“There s nothing coldest than a she-librarian under the sheets”-, algo que nunca he podido constatar aunque llevo casi 20 años codeándome por aquí con ellas en el oficio, sospecho que las del trópico serán mucho más cálidas pero no conozco testimonios verificables ni tangibles, y por ello me apresuro a aclarar que esta nota no será en absoluto “Rated X” sino, por el contrario, la elegía por un absurdo destino.
No inicie la labor de embalaje con los juguetes de sus hijos
Entre las modalidades de la locura, sin duda una de las más brutales y espeluznantes es la obsesión de estar mudándose de casa. Dicen que Beethoven lo hizo casi setenta veces durante su vida, y lo dramático que eso se antoja explica, mucho más que la sordera que lo afectó desde los 32 años, la genialidad demente de sus sinfonías. Al otro lado de los casos extremos, el caracol de los refranes lleva su única casa a todos lados, exento de la condena de empacar sus trebejos.
Primero te haremos -te dicen un par de bombonzuelo en batolitas tipo MGM-Hot Ticket- la envoltura de arcilla. Sin nadita de ropa, papito, para dilatarte la epidermis
Las emisiones de noticias de las últimas semanas han desplegado, sin avaricia, todo tipo de informes
En 1901, por los días de la malhadada Guerra de los Mil Días, la revista medellinense El cascabel invitó a varios escritores para que imaginaran, sobre el papel, lo que un soldado encontraría en su casa al regresar de la contienda.
Percibieron que el problema era solucionable y que ellos podían aportar
Entre los libros más vendidos en Estados Unidos en los últimos 2 ó 3 años figura uno no muy grueso llamado “The Tipping Point”, que podríamos traducir como “El Punto de Quiebre”. Escrito por Malcolm Gladwell, centra su argumentación en que en muchas ocasiones de la administración pública, los negocios y la simple vida diaria, es posible lograr cambios radicales en situaciones aparentemente insolubles con un esfuerzo relativamente bajo.
¡Sálvese quien pueda en la Milla de Oro! Para vergüenza de la ciudad y sus habitantesPasan y pasan alcaldes, pasan y pasan juntas administradoras locales...
Retrato oblicuo de mujeres tristesDoña Clementina, Doña Juana Pastor, Doña María Gutiérrez Mejía con su adorable bigotito, Doña Mercedes En el gran vestíbulo del edificio...
Puro cuentoEl relator de moda, quiere ser él el protagonista,y en esa vanidad está su fracaso Este oficio de hacer columnas, aunque signifique el placer...
¿Hasta dónde llegan los derechos del Ayuntamiento?Recomiendo a los funcionarios implicados que lean el magnífico cuento de Cortázar “La autopista del sur”, donde hallarán...
De la edición impresa (Edición 325) (Parte 1 de 2)
Apenas va a cumplir sus 21 añitos. Ninguno es más reciente en Colombia. Probablemente es el más nuevo de Suramérica, al menos entre ciudades importantes. Pero, cosa increíble, parece el más anciano de todos. El sardino se apellida Córdova y lleva por nombre José María. Es uno de los aeropuertos más jóvenes de América Latina y el Caribe. Pero, duele decirlo, es uno de los peor diseñados. Casi todos los demás, mucho más viejos, funcionan mejor.
Hace algunos años fue presentado al Concejo de Medellín un proyecto para conmemorar a algunas antioqueñas históricas bautizando con sus nombres ciertas calles de la ciudad, y producto de ello es que hoy pueden verse los flamantes rótulos de las avenidas María Cano, Jesusita Vallejo y Cacica Arazaba, entre otros. Merecido homenaje para nuestras damas toda vez que, hasta hace pocos días, el inventario de calles dejaba ver, en su casi totalidad, solo nombres masculinos, de países, de ciudades e incluso de cosas de dudosa solemnidad como “El Palo” o -tengo pruebas- “El Sapo”.
Luego de años de estudio, dilaciones y vacilaciones, recibimos con agrado algunas decisiones claras y sencillas que buscan desembotellar, aunque sea levemente, el flujo vehicular en El Poblado. La mayoría de ellas se orienta a darle unidireccionalidad a las vías.
Las quebradas medellinenses arrastran en su corriente historias más o menos iguales: algún monstruo o aparición doliente habitó las noches de sus márgenes en los tiempos idílicos de las aguas cristalinas, y luego, menospreciadas por la arrogante vida industrial, acabaron convertidas en cloacas, canalizadas u ocultas bajo el asfalto.
Había una vez una función de la ingeniería de obras públicas que se llamaba interventoría. Su labor consistía en representar al dueño de la obra -o sea, usted y yo- frente los contratistas y asegurarse de que esta se ejecutara con todas las especificaciones técnicas, con los materiales apropiados, y dentro de presupuestos y cronogramas establecidos.
Muchos de mis alumnos prefieren perder el pellejo en un examen que invertir un poco de su tiempo en leer un libro de más de doscientas páginas, y son de los que no mueven uno solo de sus dedos por conseguir en la biblioteca lo que uno mismo no ha puesto en sus manos. Anoréxicos de la voluntad, son la perfecta expresión de lo que suele denominarse “el mínimo esfuerzo”, y los actuales días de Alemania 2006 han servido para que revelen su invencible facilismo en un terreno en que uno los creería más audaces.
Al principio se trataba solo de las aventuras de un puñado de desconocidos en una isla remota, obligados a competir entre sí hasta que solo quedara en pie quien, por su vigor físico y su astucia, demostrara ser el más apto. Bastaba haber leído a Julio Verne a los doce años para sentir interés por el asunto, pero pronto se reveló que se trataba de algo más que la puja animal de los robinsones, pues quienes seguían la competencia a través de sus televisores sentían una especial fascinación por las miserias de la intimidad ajena: ya poco importaba si Fulano podía atravesar a nado un caño infestado de pirañas, sino si él mismo odiaba realmente a Zutano o si estaba dispuesto a traicionar la besuqueada amistad que había fundado clandestinamente con una de las participantes.
{mosimage}Con la posible excepción de la salida hacia Puerto Berrío, cualquier entrada o salida del Valle de Aburrá implica una buena dosis de subidas o bajadas. No es mucho lo que podemos avanzar sin vernos en empinadas pendientes. Y ni se diga dentro de la misma ciudad. Claro, al haberse terminado totalmente la tierra plana disponible, cada vez un porcentaje mayor de la población -de todos los estratos- vive en zonas de altas pendientes.
No niego que esta columna se esté concentrando demasiado en el tema del tránsito en Medellín. Pero es que son tantos los puntos a mejorar, tanto lo que puede hacerse -y tan poco lo que se hace bien- que con salir solo un rato a la calle los temas fácilmente van apareciendo. ¿Qué tal, por ejemplo, el fascinante y creciente mundo de las motos?
Nacido hace más de cien años y maestro indiscutible de la mordaz crónica de la vida cotidiana, el argentino Roberto Arlt alguna vez se maravilló ante la singularidad de ciertos oficios, entre los que se le hacía casi inverosímil el de un pobre diablo porteño que, en medio de un taller mugroso, se dedicaba a reparar muñecas. Pero no hay que ir hasta las extremidades sureñas para encontrar una ocupación igualmente pintoresca -una para la que no haya, y ni siquiera en el generoso mayo, un día conmemorativo-, fácilmente verificable, también, en nuestra tórrida Medellín. Me refiero, por ejemplo, al oficio de ascensorista.
Ante la pregunta de si podía establecerse el matrimonio homosexual en Colombia, el Presidente respondió “No”, monosilábica y tajantemente, como reacciona cuando no tiene ninguna idea brillante a propósito de lo que se le indaga y cuando, además, no desea usar su fórmula habitual de “Mire, de eso es mejor no hablar”. Sin embargo, no solo el evasivo mandatario se apocó ante la cuestión, pues también los mostachos de la oposición balbucieron, sin mucho convencimiento, la respuesta de que “Nuestra sociedad todavía no está preparada para una situación como ésa”. Sospecho que semejantes respuestas se perpetuarán en el tiempo, pues en nuestra república conservadora aún no se entiende que el aplazamiento de las soluciones no es otra cosa que falta de vigor, que es lo que sucede con muchos de los que no quieren casarse, tener hijos o comprar casa sino “hasta que la situación esté mejor”. Pues nunca va a estar, y quien quiso trucha arrojó la carnada al lago.
Es conocido el premio Oso de Plata del Festival de Cine de Berlín que ya ganó el año anterior nuestra talentosa Catalina con su María llena eres de gracia. Para no quedarnos atrás, en una columna anterior proponíamos establecer el concurso el Oso de Lata para premiar con el escarnio público a los diseñadores o constructores de aquella obra en El Poblado que constituyera el mayor “oso” para nuestra ingeniería por su chambonería, inutilidad y/o costo desproporcionado.
Gracias por el hardware, Fajardo… y ¿qué pasa con el software?
De la edición impresa (Edición 318)
Vemos interesantes obras viales en El Poblado y en otras zonas de Medellín. Poco a poco los proyectos se vuelven realidad, cada uno resolviendo algún problema local: Doble calzada por allí, “broche” por allá, semáforos en tal cruce, etcétera. Y hay más proyectos en camino, que ojalá reduzcan el vergonzoso atraso de infraestructura que padece El Poblado.
Hace poco desempeñé por primera vez en mi vida el particular oficio de jurado de votación, y bajo la convicción de que ese trabajo poco se acerca a las atribuciones de un jurado tal y como lo define la Real Academia Española, pues, mientras las sagradas escrituras del lenguaje hablan de determinar culpabilidades, examinar méritos o deliberar en asuntos de diversa índole, la pomposa Registraduría solo quiere que sus árbitros desdoblen papeles y hagan rayitas en un formulario, y todo bajo la más rotunda desconfianza, pues ella misma, días después, recontará los votos en el refrigerado secreto de sus oficinas capitalinas.
Listo. Ya pasó un año y ya nos acostumbramos. Aprendimos a punta de amenazas y multas y encendemos las luces siempre que salimos a carretera, a cualquier hora del día. ¡Bravo!
La mayoría de las veces, las funciones callejeras que nuestros artistas del hambre ejecutan para sobrevivir conmueven más por ciertos rasgos marginales que por los méritos puestos a prueba en ellas, y difícilmente podrá negar esto quien, aturdido por los sonidos desgañitados con que algún niño trataba de articular un vallenato, dio la moneda en solidaridad con la camisita raída del cantante improvisado. ¡Cuántas veces una guitarra destemplada y con remiendos, un uniforme de payaso con quemaduras de plancha o un rostro bonachón mal afeitado evitaron que la estrella callejera tuviera que bajarse del bus o del andén con los bolsillos vacíos!
El que estudia antropología acaba, casi siempre, albergando recelos frente a los misterios bíblicos o, por lo menos, frente a sus predicadores (aunque es paradójico que más tarde terminen arrodillados ante brujos amazónicos). Cuando los evangélicos iban a mi casa y yo les decía que estudiaba la ciencia del hombre, cerraban sus Biblias y, sin mediar explicaciones -ellos, los campeones de la tozudez-, se marchaban con la cabeza gacha. Sin embargo, así como descree de la existencia de las sustancias divinas, el científico social no tiene dudas sobre la importancia pública de los ritos, y por eso -aunque un tanto sudoroso- termina bautizando sus hijos para evitarles, años después, el ridículo de recibir la crisma al lado de una veintena de recién nacidos (porque ya quedó probado el fracaso de aquella práctica “hippie” de dejar a los hijos la libre elección de acoger tal o cual rito).
Imagino que voy manejando muy borracho por plena Avenida El Poblado y que todos me ven cometiendo una imprudencia tras otra. Imagino que finalmente me detiene un guarda de tránsito que se acerca y me dice que está prohibido conducir embriagado. Yo, sabiendo el estado en que me encuentro, no me preocupo y le entrego un flamante certificado, vigente, legal y expedido por autoridad competente, que “certifica” que no estoy ebrio ni lo estaré hasta determinada fecha. El guarda me permite seguir mi incierto camino no sin antes pedir excusas, y partiendo en veloz y zigzagueante arranque alcanzo a escucharle “…hubiera jurado que ese señor venía borracho…”
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