Escribir acerca de las obras de arte, de cualquiera de las artes, implica dificultades que muchas veces parecen insalvables. Como en todo análisis e interpretación, quien escribe tiene con sus lectores la obligación ética de ser claro, coherente y preciso. Pero es necesario tener en cuenta que esas son características que no pueden exigirse – al menos en el mismo sentido – a las obras de arte.
Por otro lado, es evidente que una pintura, una escultura o una sinfonía, por ejemplo, no trabajan con conceptos definibles lógicamente sino a partir de sugerencias, intuiciones, imágenes, símbolos, es decir, con elementos que plantean sentidos múltiples y establecen posibilidades de relaciones siempre abiertas. El asunto se complica todavía más porque las artes se desarrollan a través de lenguajes no verbales, propios de cada una de ellas, que no son directamente traducibles en palabras; y, además, porque éstas tampoco son planas –no hay un diccionario exacto y único– sino que implican diversas significaciones y matices.
Estas reflexiones cobran fuerza ante una escultura como Navegante número 2, de Edgar Negret, de 54 por 57 por 65 centímetros, en lámina de metal doblada y pintada con acrílico; la obra forma parte de una amplia serie de trabajos que el artista produjo durante unos 20 años, desde mediados de los 60, e ingresó a la colección del Museo en 1966.
La escultura parece ser muy sencilla. A un primer golpe de vista, se podría pensar que se trata solo de la creación de un simple volumen abstracto, mediante la articulación de una serie de planos esquemáticos; y hasta allí, tendríamos la esperanza de que fuera posible hacer un análisis preciso y exacto. Sin embargo, la obra comienza a revelar de inmediato su complejidad y, al mismo tiempo, la inexactitud de nuestras palabras frente a ella.
Este Navegante no es un volumen, como se supone que corresponde a una escultura, sino que crea vacíos y espacios a partir de variaciones sutiles en la articulación de las placas; está, por supuesto, bien asentada, pero produce la sensación de inestabilidad y movimiento; en otras palabras, la obra sugiere mucho más de lo que nos muestra de manera directa.
Puede sonar a incoherencia e imprecisión, pero quizá en este momento se hace necesario acudir a los lenguajes de un arte diferente, como es la música, y señalar que el Navegante de Negret es silencioso pero al mismo tiempo rítmico, resultado de contrapuntos y acentos. En realidad, Edgar Negret desarrolla una construcción geométrica exacta, pero cargada de sensibilidad y de sugerencias que obligan a entrar en contacto directo con ella y que hacen siempre precarias y pobres nuestras palabras.