Una petición elemental
Ninguna libertad es absoluta, claro que no. El respeto de la privacidad no impide la acción del Estado para prevenir la violencia intrafamiliar o para castigar su ocurrencia y proteger a las víctimas.
El respeto por la privacidad de los ciudadanos, por lo que pasa de puertas para adentro, es uno de los pilares de la forma como entendemos la vida en sociedad. Creemos que no le corresponde al Estado meter sus narices en lo que las personas hacen con sus cuerpos en la privacidad de sus hogares, ni cómo lo hacen, ni con quién lo hacen, ni si se hacen regalos o se dan plata antes de hacerlo o después de hacerlo o por no hacerlo. Todos esos son asuntos de la vida privada que deben estar protegidos de los ojos del Estado, y de los demás ciudadanos. Sin embargo, en el respeto y obediencia por esas libertades no se puede esconder la inacción del mismo Estado cuando se le pide que ataque la creciente problemática de prostitución y consumo de drogas y alcohol asociado al llamado turismo de bajo costo.
Ninguna libertad es absoluta, claro que no. El respeto de la privacidad no impide la acción del Estado para prevenir la violencia intrafamiliar o para castigar su ocurrencia y proteger a las víctimas. Tampoco debería ser obstáculo para controlar los problemas que empiezan a desbordarse y amenazan con deteriorar un sector que no solo tiene una gran importancia para los comerciantes y residentes allí asentados, sino para la ciudad misma.
La petición de los ciudadanos al gobierno municipal es simple y directa: haga cumplir la ley. La hotelería está regulada, el consumo de alcohol y drogas está regulado, la prostitución está regulada, el turismo está regulado, las apuestas están reguladas, el espacio público está regulado, en fin, en este país de leyes no queda casi nada sobre lo que no este escrita alguna ley. Pero lo que está sucediendo en la Zona Rosa se parece más al viejo refrán colombiano de que la ley se obedece pero no se cumple.
Creemos que Medellín sí puede ser un destino turístico atractivo, una ciudad que se inserte, de manera benéfica para ella misma, en los circuitos internacionales de cultura y negocios, una ciudad competitiva a escala internacional. Pero eso no se logrará pasando por encima de nuestro propio ordenamiento legal y costumbres, haciéndonos los de la vista gorda frente a problemas pequeños con la esperanza de que ese mirar para otro lado signifique ganar unos pesos que no tenemos. Esa mirada cortoplacista contradice la idea de la ciudad global que queremos ser. Este tipo de problemas se deben controlar cuando todavía son pequeños. Hoy afectan unas pocas calles y su puesta en orden es simple -se trata de hacer cumplir unas pocas líneas de tantas leyes que están en el papel- pero no hacerlo en este momento podrá costarnos en el futuro muchos dinero (por la equivocada señal de proyección de la ciudad que se envía cuando esta es conocida como lugar de vicio y desorden de bajo costo, y no como un destino atractivo para los negocios, la salud y la cultura -según el discurso oficial) y problemas mayores.