No sé como existe gente que no le para bolas al desayuno. Para mí es tal vez la comida más importante del día y por eso le pongo todo el empeño para que me salga bien. En otras palabras, no soy como tanta gente que se contenta con un mero jugo o un pocillito de café. ¡No! En mi caso, procuro varias veces, de lunes a domingo, las bebidas, los aderezos y los acompañantes, sin que esto signifique el que todos los días desayune trancado... que para ser sincera, es el desayuno que más me gusta, sobre todo en el descanso dominical.
Cada vez que una empresa productora de sabores culinarios celebra una cantidad de años significativa de estar entre nosotros, no dudo ni un instante en proceder a escribir unas cuantas líneas de reconocimiento; y lo hago porque perdurar en nuestro medio vendiendo comida, es asunto que exige terquedad y perseverancia. No se trata de otorgar elogios a diestra y siniestra, para recibir recompensas posteriores, pues considero que en los avatares de la cocina comercial, mantener la calidad es algo que exige compromiso permanente.
Vuelve el mejor picante, el picante de Doña Ángela
De la edición impresa (Edición 306)
Quién creyera, lo que hoy es una cocina que cunde por todo Medellín, para finales de los ochenta, es decir, hace 15 años, no se asomaba a los manteles paisas ni con la más mínima tortilla ni el más famoso jalapeño. Hasta la década de los 80 en esta ciudad la comida mexicana (con excepción del guacamole) no había hecho presencia y solamente aquellos que habían tenido el privilegio de probarla -en el mismito México o en Estados Unidos en su versión chicana- comentaban sobre sus delicias y bondades. Hoy en día el asunto puede parecer un poco disparatado, pero no me rajo si asevero que la primera vez que probé cocina mexicana -me rectifico: la primera vez que me tomé 5 margaritas en esta ciudad- fue en un pequeño local ubicado en Laureles cercano a la famosa tienda El Múltiple, a tres pasos y un tequila de Santa Teresita. El local en cuestión se llamaba Picante; los impecables y pecadores margaritas los preparaba Ángela Suarez, Doña Ángela.
Doña Gula sigue con su viaje gastronómico por todo el país. En esta ocasión viajó hasta el extremo sur de Colombia, hasta la misma Leticia, donde estuvo probando los más diversos peces, preparados de no menos variadas maneras. Finaliza con un llamado a que los colombianos tomemos más en cuenta la riqueza gastronómica que tenemos allí, pues su figuración en los restaurantes de nuestras ciudades es bastante reducida.
Don Inacio Gonçalvez no me conoce, pero yo lo tengo en mi memoria desde sus primeros días en nuestra ciudad. Lo recuerdo con su vestido impecable, su camisa sport bien planchada y con el cuello por encima de la solapa. De lejos un europeo, y de cerca, un auténtico portugués cuya manera de hablar propia a su sencillez, solo le permitía pronunciar mínimas palabras en español pues el resto era su lengua materna y punto.
Nietzsche, el fílósofo alemán del que poco se conoce sobre sus pasiones culinarias, decía que: “elogiar es peor que censurar”. Hoy después de mucho rato de tener como compañeros de páginas en esta separata a Olga Clemencia Villegas de Estrada, Anita Botero, Alvaro Molina y El Tiburón Anfitrión, me voy en contravía del sesudo germano para manifestarles a cada uno de ellos, en mi humilde condición de comentarista cocinera, mis más leales reconocimientos por el trabajo que vienen haciendo en esta separata, la cual, gracias a sus amenos artículos goza de gran aprecio entre los lectores de nuestro periódico. No pretendo desparramarme en adjetivos babosos; voy sí a reconocer el que cada uno de ellos está presentando en su temática una propuesta de información gastronómica, verdaderamente refrescante o, mejor dicho, deliciosa.
Doña Gula estuvo paseando por los lados de Popayán, y allí, en una de las ciudades con la aristocracia más tradicional de Colombia, realizó una incursión por los comedores de una popular galería, en la que encontró un plato sumamente exquisito. La sopa en cuestión, dice Doña Gula, es tan agradable a la vista y al gusto que podría figurar sin problemas en el menú de restaurantes de mucha alcurnia.
El cuy asado de Catanambuco, una receta para la guía Michelin
De la edición impresa (Edición 301)
Aunque no escribí una carta de protesta, nunca estuve de acuerdo con el reality 20/05 del canal Caracol, cuando como prueba final puso a probar a sus finalistas la receta más representativa de la cocina nariñense. Auténtica vergüenza ajena sentí viendo a Tatiana de los Ríos y a Catalina Jaimes haciendo arcadas y espulgando el plato de aquella prueba.
No lo digo yo, lo dicen los especialistas en asuntos de historia y cultura culinaria: el sancocho es una receta presente en todas las cocinas del mundo y tiene la misma edad de la olla de barro y de la huerta propia del minifundio. En otras palabras, el sancocho es una receta universal de origen campesino, en la cual se involucran las verduras y tubérculos del pancoger de cada región (trátese del país que se trate) con las carnes que el hábitat ofrece.
En su viaje gastronómico por diferentes regiones del país, Doña Gula estuvo en el Chocó y descubrió que la técnica del ahumado aun se usa en esta zona, lo que le da a sus carnes un sabor único. El procedimiento también permite el intercambio de productos entre parientes de la costa y del interior.
Infinitas maneras de preparar arroz, patacón y pescado, con salsa de felicidad
De la edición impresa (Edición 298)
La semana pasada completé 15 días viajando por la tierra más africana de Colombia. Cual monjita en vacaciones disfruté de sus paisajes, su selva, sus ríos, su mar, sus playas, sus pueblos, sus gentes y ante todo su deliciosa y exclusiva cocina. Dos años no serían suficientes para conocer este paraíso con todo lo que ofrece en términos culinarios, me atrevo a asegurar que podría pasarme todos los días conociendo una nueva receta del fogón afrocolombiano sin llegar a degustarlo completamente.
Toda la vida pensé que el regionalismo antioqueño alrededor de la arepa era insuperable. Nadie en este país pone en tela de juicio la apropiación que los paisas hemos hecho de la arepa, al punto de considerarla como exclusividad de nuestro recetario, y pregonar a viento y marea que la mejor de todas las existentes es la nuestra. Son muy pocos los antioqueños que se resignan a aceptar la existencia de la arepa en otros países de América y en cuanto a la presencia de arepas características de otras regiones del país, es el caso de Santander, sencillamente las miran como falsificaciones.
Los escribe una mujer guajira: elogios para su cocina
De la edición impresa (Edición 296)
Mi correría por el Caribe me sigue dando tema para esta columna, y boba sería si después de pasar a vuelo de pájaro por la hermosa Guajira no fuese capaz de referirme de alguna manera a esta exuberante región de Colombia. Y digo a vuelo de pájaro porque definitivamente para conocer en profundidad una región como esta se necesita vivir en ella al menos un invierno y un verano.
El mundo esta lleno de contradicciones y yo caigo en muchas de ellas con alguna frecuencia. Más de una vez he sostenido en esta columna que no soy dada a hacer comentarios sobre restaurantes de categoría en esta ciudad, pues la filosofía que me inspira a escribirla busca más bien resaltar lugares sencillos y recetas de tradición popular. Pues bien, con riesgo de que me linchen las feministas, me atrevo a asegurar: mujer que se respete …se contradice. Aquí voy.
Nunca es tarde para aprender y más aun para conocer las cosas de este mundo. Apenas hace un par de años me enteré de la manera tan particular como entran en calor las gatas. Obviamente, jamás he tenido mascotas de esta especie y mis relaciones felinas se pueden reducir a una que otra arañada por parte de un gatico marrullero o de una arisca gatica, y pare de contar. El asunto es comprensible, pues lejana estoy de tener un animalito de estos como compañía, y en cuanto a mis aficiones veterinarias, estas se encuentran tan lejanas como mis aficiones parapentistas.
Parcerito que hoy se respete, conoce y domina el espectro de sabores de más de 15 bebidas gaseosas y estimulantes, las cuales sin entrar al rango de las cervezas y los licores son sencillamente bebidas refrescantes, ideales para saciar la sed y estimular la energía corporal sin desfigurar la silueta, asunto que en los días que corren es lo más importante. Lo anterior demuestra la efectividad de la publicidad para vender bebidas no sólo a las nuevas generaciones, sino igualmente a todas aquellas personas aun pasadas en años y que padecen del síndrome bellalud; es decir que sacrifican el placer y el buen sabor de un bocado o un sorbo, por su belleza y su salud.
Desde que se pudo volver a viajar por las carreteras de este país cada vez que me invitan a salir no lo dudo ni un instante. Me da la misma felicidad sentirme viajando para cerca que para lejos; eso sí, procuro siempre que la hora de partida sea despuntando el sol, para así asegurar que mi infaltable desayuno se haga realidad en algún sitio de la carretera que conduce al destino de mi invitación.
San Lorenzo de El Retiro: una pizzería para tener en cuenta
Hace más de tres siglos, en las tierras donde hoy se ubica la laguna de Fizebad y leguas más abajo, habitaron los indios Guarceños, quienes poseían proliferas minas de sal. Pocas son las personas que conocen la importancia que durante muchos años tuvieron estas minas para estos pobladores, y solamente vecinos de estos parajes y quienes han trajinado por el mundo de la arqueología entienden el porqué de tantos tiestos de cerámica a la simple vista del más desprevenido.
Se trata ni más ni menos que de un “basurero arqueológico”, resultado de la explotación artesanal de dichas minas por los Guarceños. Años más tarde (finales del siglo XVIII) y antes de que declarasen como municipios a Río Negro y Sonsón, se fundó en tierra de los Guarceños un diminuto y hermoso caserío, el cual conocemos hoy con el nombre de El Retiro. En este pueblo, vivió una potentada mujer con más pantalones que faldas, quien sin consultarle a nadie, o mejor sin consultarle a los políticos de la época, decidió otorgar libertad a sus esclavos, acto que se considera como el primer intento de libertad declarada para quienes vivían bajo esta tortura.
No se crea que me he equivocado en la titulación de esta crónica, pues algunos pensarán que lo correcto sería decir “almorzando con perseverancia”. La verdad es que por asuntos que no son del caso detallar, en los últimos meses me he visto obligada a viajar con frecuencia a la capital, lo cual me ha permitido sentarme a manteles en algunos restaurantes recientemente inaugurados tales como Matiz y Criterion, el primero ubicado en cercanías del parque de La 93 y el segundo en el hoy reputado –gastronómicamente- barrio Rosales.
Aquello que en un principio se estableció como una oferta de gran calidad gastronómica, ha decaído en su calidad y concepto. Es un hecho, hasta hace unos 10 ó 15 años el almuerzo ejecutivo funcionaba en los principales restaurantes y clubes de la ciudad, con una filosofía completamente diferente de aquella que hoy se practica.
Se la metieron toda. Da gusto entrar, comprar y degustar “in situ”, pues el local invita. Cuando se viene de Medellín hacia Llanogrande, al llegar a las partidas de la Fe (desde la glorieta virtual 20 metros a la izquierda, en dirección hacia Don Diego) aparece una moderna construcción, la cual a primera vista para el común de los mortales no es una carnicería. Claro está que no es una carnicería cualquiera: se trata de una señora carnicería, especializada en la oferta de cárnicos derivados del señor marrano.
Jamás he pisado la capital del mundo, pero igual que millones de personas en este planeta conozco esta ciudad hasta en sus rincones más escondidos. A ojo cerrado soy capaz de deambular por sus avenidas, sus puentes, sus parques, sus guetos, sus museos, sus universidades, sus bibliotecas, sus galerías, sus librerías, sus barrios aristocráticos, sus bares y sus restaurantes.
Hogao: la salsa más criolla, con ínfulas de suprema
Hoy voy a incursionar en un tema sobre el cual jamás me había atrevido en mis años de cronista gastronómica. Veamos: así como a los Franciscos se les llama Fico, Kico o Pacho, de la misma manera esta preparación goza en Colombia de dos acepciones: hogao y hogo.
En asuntos de cocina la creatividad, la invención, el ingenio y la recursividad son cuatro acciones que ubican el hacer culinario en la categoría de lo gastronómico.
Cualquier cosa en la vida que se haga durante 50 años merece un reconocimiento. No conozco con exactitud dónde y cuándo se amasó el primer mojicón en aquella pastelería, pero desde hace muchos años guardo en mi memoria la imagen de una pequeña esquina que se formaba en la calle Bolivia con la sinuosa Barbacoas -la llamaban la calle del calzoncillo- cuya fachada con su buhardilla de pequeños ventanales en cuadrícula hoy recuerdo y asocio como la más auténtica repostería europea.
Este tema es como para mi colega de página "El Tiburón Anfitrión", quien no deja caer ni una sola, en aquello de cómo se dice, cómo se pronuncia, qué significa y tantas más recomendaciones para no hacer el oso en asuntos de gastronomía.
Seguramente esa es la razón por la cual hoy mantengo un apetito desaforado por estos granos, los cuales recibo en cualquier momento y bajo la versión que me los...
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