Liderazgo y carácter

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Todos los seres humanos estamos llamados a ser líderes. El liderazgo no es una cuestión para unos pocos privilegiados, o para una clase social particular, el liderazgo no excluye a nadie.

Nuestra sociedad necesita hoy más que nunca de verdaderos líderes, de personas que formen su carácter producto de las virtudes humanas, también llamadas naturales o adquiridas porque suponen un esfuerzo en su consecución.

He aprendido gracias a mi experiencia y a la de otros que la falta de carácter es la causa de muchos de nuestros problemas y sufrimientos. Por lo tanto, es importante que logremos formar uno bueno, ojalá desde nuestra juventud en aras de lograr una vida, no exenta de problemas, pero sí, más digna y feliz.

La esencia del liderazgo es el carácter. Por consiguiente, es menester comprender que el carácter es el resultado de las virtudes, es decir, de los hábitos morales positivos que se desarrollan con la práctica diaria. Las virtudes más importantes para desarrollar el liderazgo son: la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, la magnanimidad y la humildad.

De acuerdo con el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra carácter significa “señal o marca que se imprime, pinta o se esculpe en algo” de tal manera que “las virtudes imprimen el sello del carácter en nuestro temperamento para que este deje de dominarnos” (Harvard, 2019).

Formar el carácter es vital para lograr una transformación personal y social. El carácter nos permite moderar y compensar los defectos de nuestro temperamento -que es una predisposición innata con la cual nacemos- y hacer lo contrario a lo que esa condición natural o primitiva nos aconseja, ya que, la mayoría de las veces se aparta del deber ser o, dicho en otras palabras, de lo correcto.

Para actuar bien no es suficiente tener una buena intención, es necesario, además, que sean buenos los medios que se elijan para alcanzar los objetivos o metas. La función esencial de la virtud es precisamente ser hábito de la buena elección.


Un verdadero líder -y todos estamos llamados a serlo- debe incorporar en su vida un actuar que lo predisponga e incline a obrar moralmente bien. Este actuar se consigue gracias a la práctica de las virtudes, que diferente a la costumbre o automatismo, conduce al ser humano a que en consciencia procure la perfección y el desarrollo de cualidades que se adquieren por medio de acciones libres producto de la razón y voluntad.

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El resultado de estos hábitos buenos ayuda a que el líder alcance la grandeza y la excelencia en su diario vivir, inspirando con su ejemplo, la grandeza y la excelencia en los demás.

Si logramos formar líderes virtuosos en nuestras instituciones de educación básica primaria, secundaria, media vocacional, en las entidades para el trabajo y desarrollo humano y en las instituciones de educación superior de nuestro país, estaremos contribuyendo a la formación de una nueva generación de líderes capaces de transformar la vida en la familia, en el mundo de la empresa, de los medios de comunicación, del deporte, de la cultura y de esta manera, estaremos apostando por una mejor sociedad.

Si queremos ver un mejor mañana, si creemos que un mejor mundo es posible, debemos comprometernos en formarnos en el buen carácter. Ya lo decía Aristóteles, “somos lo que hacemos día a día, de tal manera que la excelencia no es un acto sino un hábito”.

De esta manera, puedo concluir sin temor a equivocarme que los líderes no nacen, sino que se hacen gracias a sus esfuerzos y elecciones libres que nacen de la razón, de la voluntad y del corazón, dimensiones donde se originan las virtudes humanas.

Por: Francisco Cardona
Ex Ministro de Educación (e)
Ex Viceministro de Educación Superior

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