En marzo Valentina Bakery cumplió ocho años de funcionamiento. Al año solo cierran dos días: el 25 de diciembre y el primero de enero. Pero la pandemia cambió su dinámica y proyectos que se veían lejos hoy son una realidad.
2020 sería un buen año. Así lo había proyectado Valentina Reyes, propietaria de Valentina Bakery, famosa repostería con sedes en el Cómplex de Los Balsos y en Santafé. “Teníamos muchos proyectos para el año entero, pero las cosas nos cambiaron en una semana”, cuenta. Tuvieron que reaccionar. Lo primero fue cerrar: “nuestros productos están hechos para ser consumidos en el local”, explica.
Pero su compromiso seguía. ¿Cómo sostener la nómina? Así nació el Club de la Empatía, una iniciativa que además, generó comunidad.
¿Qué es el Club de la Empatía?
“Nuestros clientes siempre nos han pedido clases y esa fue la inspiración. Entonces, yo me puse el delantal y me puse con toda a dar clases. Lo más importante era mantener la 30 mujeres que trabajan conmigo. Entregamos todo son la recetas originales de Valentina, sin secretos, todo explicado por mí. Así hemos ido creando una red de clientes fieles”.
¿Por qué entregar las recetas tal y como son? ¿Con todos los secretos?
“Detrás de una receta hay mil cosas mas. Lo que hace que un producto sea especial es la experiencia, es el punto de venta, ahí están los secretos. Una misma receta es muy diferente según el que la prepare. Influyen ingredientes, la forma de mezclar, el estado de ánimo… A la gente le gustó mucho porque fue sin secretos. ya después cada uno le pone su toque”.
¿Qué tanto han servido las redes sociales para la creación del Club?
“El mejor amigo de la cuarentena fue Instagram. Fue lo que no nos dejó morir. Que la gente estuviera conectada 24 horas en la casanos ayudó a crear el Club. Además hemos construido comunidad a partir de WhatsApp. La tecnología nos salvó”.
Pero el Club solo no es capaz de sostener toda la empresa.
“Realmente el Club fue lo que nos dio la fuerza para mantenernos casi dos meses en la casa. Pero la empresa nos pedía volver. Entonces empezamos a pensar cómo abrir, qué hacer. Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que se estaban acabando un montón de ingredientes y pensamos en Valentina como un mini market. La gente que nos visita encuentra productos empacados para llevar y más que eso, quisimos vender los ingredientes para las recetas. Esto nos dio la posibilidad también de vender preparaciones que nunca habíamos hecho. Hoy ir a Valentina es ir a mercar”.
¿Había proyectos de esos que estaban planeados para el mediano plazo?
“Uno planea mucho. Y dice que esos proyectos se harán en dos o tres años. Pero la pandemia nos dijo que todo eso había que hacerlo ya o nunca. Teníamos varias líneas de negocios que uno las tiene proyectadas para el futuro, pero que hubo que hacerlos ya. También creamos una línea de congelados, y eso nunca lo habíamos pensado. La pandemia nos sacó de la zona de confort. Aprendimos a dejarnos llevar. Si las ideas son locas, igual van a funcionar”.
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