La verdad, no veníamos muy bien. Pero quizá no tan mal como nos parecía. Colombia trataba de hacer la tarea de integrarse comercialmente al mundo globalizado que prevaleció a lo largo de 30 años. Y podía mostrar, con cierto orgullo, los éxitos de numerosas empresas que sí lograron penetrar -y permanecer, que es lo más difícil- en exigentes mercados internacionales.
Se hicieron inversiones colosales para consolidar nuestras ventas en el exterior y se generaron numerosos empleos. Pero también se perdieron otros tantos pues, en contraprestación, el mercado colombiano quedó abierto para competidores de cualquier parte. Es que no puede ir lo uno sin lo otro.
Pero aún era muy poco. Seguíamos dependiendo de la venta de materias primas para sobrevivir. Petróleo y minería extractiva, fundamentalmente, y muy por encima de agrícolas como café, flores o banano. Y por más que crecíamos en productos industriales de medio o alto valor agregado, el volumen era aún muy bajo. Siempre frenados por nuestra tradicional baja competitividad. Debida a nuestra tradicional baja productividad.
Hay que agregar que muchas de las principales empresas colombianas adquirieron compañías en el exterior, algunas incluso derivando más de la mitad de sus ingresos fuera del país. Y, en contrapartida, se hizo común ver grupos extranjeros adueñándose de sectores enteros de la economía. Pura globalización.
Así era nuestro “gran antes”. Así (de buena) era la situación antes de COVID-19. La globalización cojeaba y tropezaba, a veces se devolvía, pero en general funcionaba. Los intercambios de capitales y productos, de viajeros y de conocimiento, eran rutinarios y enriquecían, aunque no siempre, a ambas partes.
Ahora, ya casi, va a comenzar el “gran después”. Y todo será diferente. Los países, algunos por desespero o por presiones, y otros por simple reflejo condicionado, se volverán más generosos al interior, buscando favorecer a sus ciudadanos. Y como consecuencia, casi que obligatoriamente, más cerrados y egoístas hacia el exterior.
En los países desarrollados los votantes dejarán menos espacio para el apoyo a países pobres. Y aumentará la aversión a invertir en economías débiles, cuyo riesgo acaba de aumentar de manera notable.
A nivel global se afectarán casi todas las operaciones de y con extranjeros. El turismo, para empezar. Tanta infraestructura, tantos servicios construidos para ser atractivos para extranjeros tendrán que ser (sub)utilizados de otro modo. Tendrán que orientarse forzosamente al público local.
Y sigamos con la inversión extranjera directa, los viajes de negocios, el comercio bilateral y multilateral, la migración y las remesas en ambos sentidos, los estudios en el exterior, las ferias comerciales y un largo etcétera.
Como afirma la revista The Economist en su última edición, hasta aquí nos trajo la globalización y empieza el proceso de des-globalización.
Esperamos que muchas de las empresas colombianas logren navegar esta nueva y durísima realidad con sabiduría, sensatez y los profundos bolsillos de sus dueños.
De todos modos, bienvenidos al gran gespués. ¡Buena Suerte!
Por: Juan Carlos Franco.
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