Una vez más, no quiero hablar de la crisis del COVID-19, pero cada vez que me pongo a pensar en el futuro de la industria de la alimentación, veo en este evento un sinfín de oportunidades.
Mi imaginación vuela y sueña con ciudades de 15 minutos, consumo y vida local, con más caminatas y nuevas maneras de relacionarnos, con el abandono del papel, con la victoria de la ropa informal y, por supuesto, con nuevas formas de alimentarnos.
En este momento que vemos a los restaurantes del mundo pensando en mamparas para separarnos, en un distanciamiento mayor entre mesas, en un servicio aséptico y encubierto, creo que requerimos nuevas formas de esperanza.
Leía en estos días la siguiente pregunta: “¿Si todo cambia, cambia la comida o si cambia la comida, cambia todo?”. Me interpeló, estoy convencido de que más que nunca debemos hacer cambios importantes en nuestra alimentación.
Lo primero que se me viene a la mente, es que por fin se aprueben normativas de etiquetado y labelización claras. Que nos protejan de ultraprocesados, nos indiquen mínimamente de grasas trans, alto sodio, alta azúcar refinada, de ingredientes genéticamente modificados. En momentos que recuperar la economía pasará por cómo nos comportamos como consumidores, favorecer lo más sano, hecho con tiempo y esfuerzo y localmente tendrá un valor superior. Otros países vecinos como Perú y Chile lo han hecho y los resultados sobre la salud y los hábitos del consumidor no se harán esperar.
Esto plantea el segundo desafío, en supermercados vemos ajos de China, cebollas de Nueva Zelanda, y espero que la onda expansiva del Virus y sus múltiples ramificaciones llegue hasta el sistema alimentario y nuestros hábitos de compra. Habremos de concentrarnos en comprar cercano, obligando a conocer el origen de los productos, categorizando su calidad, favoreciendo circuitos cortos.
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El tercer reto que se me viene a la mente se centra en la industria agroalimentaria. Es cierto que alimentar a 44 millones de colombianos los necesita, pero requiere que cambien y ojalá lo hicieran proactivamente, aprovechando el momentum, no por obligación. El margen de maniobra es enorme, en empaques más sostenibles, en disminución de preservantes, colorantes y tantos aditivos. En buscar contribuir verdaderamente a un mundo más sostenible y no solo para justificar el valor de sus acciones en bolsa, hacerlo por convicción y para afrontar nuevas amenazas, entre ellas el cambio generacional en los consumidores, que buscan y requieren de atributos ecológicamente durables.
Esta pandemia ha provocado un revolcón, interior y exterior, y la peor emoción para el ser humano es la incertidumbre. Estos días nos han puesto a cocinar más a menudo, más sanamente y a resolver el trabalenguas de alimentarnos a nosotros y a nuestras familias de manera variada e “higiénica”. Cuando esto termine, la cocina no podrá ser igual y ojalá así lo sea. Distinta por el tiempo que le dedicamos, por los ingredientes que allí procesamos y por los vínculos que a raíz de ella fortalecemos.