Cerremos las puertas, no el espíritu

La verdad, no quiero hablar del virus, ni vaticinar cuánto va a durar, cuándo y cómo saldremos, qué pasará pasado mañana: de nada de eso. Toda la situación me tiene saturado y buscando otras maneras de conectarme con el exterior y conmigo. En cambio, si quiero aprovechar esta tribuna para dar gracias por este proceso de aprendizaje que como sociedad nos está tocando vivir.

Digo que me entusiasma lo que estamos viviendo porque nos está obligando a ponernos en situación de supervivencia y eso es duro, loco e inédito, pero a su vez fantástico. Y es que tengo la convicción de que estos períodos de confinamiento forzado son la oportunidad, el momento para fortalecer los vínculos, los afectos y de crear momentos con nosotros y nuestro círculo íntimo. 

Cuántas veces he escuchado “lo que pasa es que no tengo tiempo para cocinar”… y ahora tiempo hay. Aprovechemos los placeres simples, desarrollemos la creatividad, saquemos el recetario de la abuela, cocinemos, ¡no dejemos que los domicilios ganen la partida! (sin querer para nada perjudicar a aquellos restaurantes que ven en este servicio su modo actual de supervivencia). 

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Hoy las redes sociales nos están inundando de recetas y tips de cocina, la gastronomía al ritmo de la cultura pop. Todo vale si le permite acercarse al frigorífico más que para sacar una bolsa de leche, si permite dialogar con su estufa, con sus ollas y sartenes. Llegó el momento de darle vida a ese espacio doméstico que se llama la cocina. Es un tiempo especial, cerramos la puerta de nuestros hogares, pero tenemos que dejar más libre que nunca nuestro espíritu y volver al epicureísmo. Es decir, alcanzar el bien, retirado de la vida social, sin caer en el temor a lo sobrenatural, encontrando en sí mismo, o rodeado de un pequeño círculo íntimo, la tranquilidad de ánimo y la autosuficiencia.

Empecemos ahora un movimiento de epicugastronomía 3.0 apoderémonos ahora del hogar desde una perspectiva multigénero, multigeneracional, multipropósito. Sacar de la chistera alguna especia o ingrediente nunca usado, una receta jamás ensayada, un plato con historia nunca preparado. Hagamos que cocinar se instale en nuestras rutinas, como el ejercicio o la lectura. Ese sería el mejor legado en estos momentos en que la frontera entre el espacio privado y el espacio laboral tiende a difuminarse, dejemos la cocina como la última trinchera, el refugio para ser nosotros mismos y abrir las puertas al placer compartido. 

Por: Jean-Edouard Tromme

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