Un par de personas dijeron, “debes verlo” y entonces lo googleé. La siguiente vez que abrí Netflix fue lo primero que me ofreció para ver -por supuesto, ya el algoritmo sabía- y eso hice, de hecho, entré al servicio de streaming con la intención de por fin entender porqué está en boca de todos el documental del director Jeff Orlowski.
Cuando se acabó, quedé con la sensación de que cada frase y cifra en Dilema Social podrían dar pie a foros, ensayos, artículos, y por eso hoy quiero reflexionar en torno a un par de ellas.
Empecemos por el acertado juego de palabras que es el título: Dilema Social. Y es que si bien el documental es enfático en poner en evidencia la cuestionable influencia de las redes sociales en la actualidad, también cava hasta la raíz del asunto, hasta el hecho de que somos sociedades enfermas de tantas maneras, que la tecnología, que debería ser una herramienta a nuestro servicio, se está volviendo en nuestra contra y no lo estamos viendo. Este hecho me remonta a siglos atrás, cuando maestros de diferentes culturas pusieron en evidencia la importancia de que el ser humano actúe desde la conciencia, en conexión con su interior y en unidad con todos y todo.
Las diferentes voces que dan vida al documental no logran exponer, desde mi punto de vista, una solución contundente, más bien plantean pañitos de agua tibia como reducir el tiempo en las pantallas, que los niños no se vean sometidos a sus efectos hasta edades avanzadas, que haya más regulación, etcétera.
Sin embargo, así como se hace evidente que el origen del problema radica en las dinámicas sociales generadas a su vez por nuestras falencias como individuos, se me hace muy obvio entender que es ahí donde radica también la solución.
Justin Rosenstein dice en el documental que los “likes” de Facebook fueron creados pensando en difundir el positivismo y el amor en el mundo. ¿Qué falló entonces? Que la herramienta llegó a millones de personas del globo con graves problemas de autoestima, sin una autoimagen estable y sólida, personas para quienes su forma de percibirse depende de cómo creen que los perciben los demás, y entonces, el “like” se volvió una herramienta de destrucción masiva, destrucción de la confianza. Como este, los ejemplos abundan, pero este muestra de manera clara lo anteriormente expuesto.
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Cómo entran en juego las enseñanzas de los sabios de antiguas culturas que se traducen hoy en psicología, filosofía y también, yoga, mindfulness, etcétera: fácil, todas son herramientas para que el hombre se consolide y fortalezca, técnicas que lo obligan a mirarse y a cuestionarse, técnicas que buscan el perfeccionamiento y la evolución del ser.
Otro de los planteamientos del documental es el avance exponencial de la tecnología en comparación con el lento desarrollo humano. “Nuestra fisiología, nuestros cerebros no han evolucionado en absoluto”, “podemos hacer ingeniería genética y desarrollar nuevos tipos de seres humanos, pero francamente hablando, vives al interior de un hardware, un cerebro, que tiene millones de años, y está entonces esta pantalla, y al otro lado de ella, miles de ingenieros y supercomputadoras que tienen objetivos que son diferentes a los tuyos, y entonces, ¿quién ganará en ese juego?”.
Contrario a este planteamiento, me gusta creer que aún tenemos la posibilidad de hacer un alto y de cambiar el enfoque, que pase de hacer máquinas más inteligentes y autónomas a hacer humanos más inteligentes y autónomos, encontrar más formas de disparar la evolución de nuestros cerebros, de nuestras mentes, de nuestros cuerpos, de nuestros espíritus, volvernos superhumanos que puedan estar a la altura de los avances tecnológicos que estamos creando sin descanso cada día y que están programados para seguir evolucionando en una dirección tal vez no tan conveniente para todos.
Vuelvo al yoga, que es el terreno en el que me muevo y que conecto con esta realidad que plantea el documental. Según mi entendimiento de lo que es el yoga aplicado a la vida y mis ideales tal vez un poco inocentes, en un mundo en el que los humanos nos sintamos plenos, no estaremos buscando llenar vacíos con cosas de un mercado saturado que se está consumiendo el planeta y que nos está consumiendo; un mundo en el que pensamos como individuos, en el que prima el beneficio propio, y así, grandes empresarios que tienen mil veces más de lo que necesitan para vivir una vida digna, siguen usando todos los recursos para sacar provecho de nuestra vulnerabilidad, y entonces, como dice Tristan Harris, volvernos “el producto” en este juego cada vez más intrincado del mercadeo.
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No vemos que son nuestras propias dinámicas de consumo las que nos están llevando a situaciones en las que en las universidades y los laboratorios exploramos técnicas para poder manipularnos de maneras más efectivas, y que así ese flujo de consumo se perpetúe. Es como si fuéramos un hámster en su rueda, en un momento en el que tiene tanta velocidad que no sabemos cómo detenerla, es más ya no nos interesa detenerla sino sostenernos en ella, y es que nuestra rueda ya ni siquiera la movemos nosotros, sino que intentamos movernos a su velocidad para no salir volando.
Vuelvo al yoga y a cualquier otra técnica que nos ayude a tomar conciencia de estas cosas, a no sé cómo, recordar que al comienzo fuimos nosotros los que le dimos movimiento a la rueda y que de esa misma forma tenemos el poder de detenerla. Pero para eso hay que poner conciencia en todo, y lograr que como a esos personajes del documental, no nos dé pereza ni miedo cuestionarnos lo que hacemos, lo que dejamos de hacer y lo que hacen y dejan de hacer los demás, cuáles son las intenciones que hay detrás y cuáles las posibles consecuencias aunque las intenciones sean aparentemente positivas.
Pero también fortalecernos para mantenernos al margen de todo y todos los que quieran consciente o inconscientemente alienarnos, y no estoy hablando de ver teorías de conspiración en todas partes y andar por el mundo a la defensiva; estoy hablando de estar en nuestro centro y poder ver con claridad, de ser capaces de afrontar las realidades y no querer escapar de ellas en drogas o vicios como las redes sociales.
Estoy hablando de, como propone Cathy O’Neil, exponernos a diferentes puntos de vista, mantener el corazón y la mente abiertas para entender que hay otras formas de ver y entender el mundo y así, en lugar de encerrarnos en una burbuja segura en la que no hay roces porque todos a nuestro alrededor piensan como nosotros y los que no, son los “otros” que rechazamos y procuramos “borrar” de nuestros muros, contactos, vecindarios.
Entender que somos seres, diversos, con ideas diversas y que eso es maravilloso, enriquecedor, estimulante y nos permite conectarnos de verdad y ser compasivos, con nosotros, con el otro, con el mundo y así, a pesar de esas diferencias, encontrar los puntos comunes que sin lugar a dudas nos pintarán un panorama más prometedor.
Por: Carol Jaramillo Hurtado