Y2K: el “coco” del cambio de milenio

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No era un 31 de diciembre cualquiera; era el inicio de un nuevo siglo y de un nuevo milenio. A los asuntos cabalísticos se sumaron los temores por una posible falla tecnológica mundial sin precedentes.

Empezó como un tema de oficinas y centros de investigación universitarios, pero, poco a poco, fue invadiendo los medios de comunicación, hasta llegar a las salas de las casas. El cambio de milenio generó preocupación en el mundo entero, no solo por asuntos cabalísticos, que abundaron, sino también por un tema que la tecnología no había previsto.

Varias ediciones de Vivir en El Poblado del año 1999 fueron dedicadas a explicarles a los lectores -los ciudadanos de a pie- cuál era la preocupación de los científicos, los funcionarios del gobierno y los empresarios con el cambio del milenio. En un ejercicio pedagógico, el periódico, en su edición 150, escribió un artículo titulado “¿Qué es lo del 2000?”, aludiendo al tema del que todo el mundo estaba hablando.

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El temor era que, al sonar los doce campanazos del 31 de diciembre de 1999, la mayoría de los computadores del mundo iban a fallar, con las graves implicaciones que esto traería. Vivir en El Poblado lo explicó así: “El origen del problema proviene de utilizar solamente los dos últimos dígitos del año en el almacenamiento y procesamiento de fechas. Esta era una práctica común de programadores, fabricantes de computadores y otros equipos, que buscaban ahorrar espacio de almacenamiento en la memoria, debido a los altos costos del mismo, pero que implícitamente suponía que los sistemas no continuarían operativos para el año 2000, al no soportar el cambio a una fecha de cuatro dígitos. Al utilizar solo dos dígitos, el año 2000 se procesará como ‘00’, teniendo consecuencias inesperadas y provocando comportamientos no previstos”.

En enero de 1999, el periódico aún lo percibía como un tema lejano. “Los problemas los tendría usted -y quizás todos nosotros- si las empresas que nos venden servicios y tienen el problema 2000 no lo arreglan a tiempo”.

Pero, finalizando el año, en la edición de Vivir en El Poblado de noviembre de 1999, el “asunto ese” ya tenía nombre, características y prontuario. “Se acerca el día Y2K”, dice el titular, interpretando el temor generalizado por la incertidumbre del nuevo año y milenio: “Mientras gritos y brindis por el cambio de año, o de siglo, como lo prefiera, inundan el mundo, el afamado Y2K estará también de fiesta en el preciso instante en que suenen los doce campanazos, intentando tomarse los computadores, también de todo el mundo. Este individuo, que no es un individuo, aunque tenga nombre de guerrero de las galaxias, a esa misma hora comenzará una búsqueda sin tregua de todo lo que se haya dejado al azar. El 1 de enero y los siguientes, quienes no tomaron las simples precauciones de protección, posiblemente conozcan su letal poder”.

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El término Y2K (la Y, por year; y la K, por mil) se introdujo en el lenguaje popular. Aunque las autoridades del momento trataron de tranquilizar a la ciudadanía, diciendo que todo estaba “fríamente calculado”, la Cruz Roja mandó un listado de precauciones, por si acaso: “El mensaje de la Cruz Roja Americana es que nadie puede estar seguro sobre los efectos del problema. Por eso, apuntándole a la vida cotidiana, esa organización sugiere medir qué podría sucederles a sus equipos electrónicos esenciales controlados por computador”.

Finalmente, el fantasma Y2K no logró aguar la fiesta de fin de año. Según Wikipedia, la inversión de 214 mil millones de euros en el mundo entero para evitar el “efecto 2000” evitó la debacle tecnológica, y el susto generalizado quedó como anécdota.

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