El mundo de las ollas y los manteles es un perfecto calidoscopio para observar lo trágico y lo cómico de la condición humana.
Durante más de 40 años mantuve en mi biblioteca un conspicuo libro que compré de manera inmediata en cuanto vi en su portada la caricatura de un cocinero tomándole el pulso a una gallina desplumada próxima a entrar en la olla. El libro se titulaba La Buena Mesa y su autor era Quino (1).
En un formato rectangular, cual álbum familiar de fotografías, el autor plasma medio centenar de caricaturas, todas de magnífica factura. El mundo culinario de Quino es una cantera de diferentes momentos, cuyos personajes representan una realidad de la que no se escapan detalles: utensilios, fogones, vajillas, cristalería, salones, cuartos de basura, roperos, baños, lencería y un interminable etcétera de característicos elementos constituyen la muestra perfecta de un inventario inagotable para alimentar su imaginación.
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Cuando Quino alude a un restaurante italiano, su línea de dibujo es patética: el gorro del cocinero tiene una autenticidad incuestionable, los bigotes del chef son impecables, su casaca, sus pantalones, sus suecos y sus trapos son inconfundibles, la olla de la pasta es la que debe de ser, el cedazo es de diseño exclusivo, la estufa y la campana extractora llevan toda la vida en ese punto. En el comedor aparece el afiche de la torre de Pisa, la camiseta del camarero es de auténtico gondolero veneciano, el tejido de la canastilla reafirma que el vino sobre la mesa es un Chianti y las joyas de la robusta señora sentada en la mesa son el santo y seña para imaginar que es la duquesa de Novara. Nada sobra, nada falta. Es la contundencia sin palabras.
Durante siglos, en la cocina y en el restaurante habitan personajes de toda índole y apariencia, quienes tejen una red de relaciones en la cual diálogos hipotéticos y gestos inconfundibles otorgan excelente materia prima para la inspiración literaria, poética, musical, fotográfica, y para la aguda y sutil caricatura. Es evidente: el mundo de las ollas y los manteles es un perfecto calidoscopio para observar lo trágico y lo cómico de la condición humana.
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Quino, quien logró fama mundial con la característica sopofobia de Mafalda, dibujó miles de escenas de la vida familiar argentina, donde en cocina y comedor el humor era su mejor ingrediente.
(1) Quino. La Buena Mesa. Editorial Nueva Imagen. México 1980
(2) Ñapa. En Colombia, la caricatura culinaria no prolifera; sin embargo, obligado reconocimiento merecen Elkin Obregón y la Negra Lagos, quienes ilustraron con magnífico “toque de humor” los libros de cocina paisa y cocina vallecaucana del finado investigador vallecaucano Carlos Ordoñez.
Por Julián Estrada Ochoa / Caldero de opinión