/ Carlos Arturo Fernández U.
El 20 de febrero de 1909, apareció en la primera página del periódico Le Figaro, de París, un texto del poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti que introducía un concepto totalmente nuevo en el terreno estético y cultural. Marinetti hablaba allí del “Futurismo” y presentaba un manifiesto donde resumía las búsquedas que iba a desarrollar este tipo de arte, expresadas todas con una violencia hasta entonces inaudita en los debates artísticos. Aunque seguramente es posible encontrar usos precedentes del concepto de Vanguardia, ninguno antes afirmó tan categóricamente que estábamos ante una cultura nueva que no quería saber nada del pasado.
Quizá las frases más incendiarias de Marinetti iban dirigidas contra los museos, la historia del arte y la conservación del patrimonio cultural, definidos como una “fétida gangrena de profesores, de arqueólogos, de cicerones y de anticuarios. […]. La referencia a la institución museal llega al extremo: “Museos: ¡Cementerios!… Idénticos, verdaderamente, por la siniestra promiscuidad de tantos cuerpos que no se conocen. Museos: ¡Dormitorios públicos donde se reposa para siempre junto a seres odiados e ignotos! Museos: ¡Absurdos mataderos de pintores y escultores que van matándose forzadamente a golpes de colores y de líneas, a lo largo de paredes disputadas!”.
No es necesario insistir en que los violentos debates provocados por las ideas y las prácticas de las Vanguardias superaron paulatinamente el nivel intrascendente del escándalo mediático y dieron paso a profundas transformaciones culturales, sociales y estéticas, que nos llevan directamente al mundo contemporáneo. Y en esa dirección, algunos de los cambios más radicales se dieron, precisamente, en el campo de los museos artísticos que, como señalaban los futuristas, se habían convertido con frecuencia en depósitos de objetos valiosos y de curiosidades, pero donde se olvidaba que esos objetos eran obras de arte que perdían todo sentido si no lograban una comunicación real con la ciudadanía. Y, por fortuna, podemos decir que la historia no ha pasado en vano.
Medellín y Antioquia gozan actualmente de los frutos del trabajo serio y sabio de un grupo de gestores culturales que en las últimas dos décadas han puesto todo su esfuerzo para lograr que los museos sean espacios abiertos, interesantes para la ciudadanía, involucrados en el desarrollo y la educación de la sociedad; museos que son conscientes de que solo podrán lograr sus objetivos sociales si ofrecen programas de la más alta calidad estética y cultural; salas abiertas a la ciudad, ansiosas por aprender del mundo que las rodea porque saben que también ellas viven del crecimiento de la comunidad. Y los proyectos se siguen desarrollando en esa dirección.
El año 2015 está cargado de compromisos trascendentales. Sería imposible hacer aquí un recuento pormenorizado y, por eso, me limito a tres referencias concretas. El Museo de Antioquia, además de la recién inaugurada exposición de “El circo”, de Fernando Botero, que será una ocasión privilegiada para que volvamos masivamente a visitar sus salas y para detenernos, adicionalmente, en la vecina Casa del Encuentro y revivir allí la irrupción del arte moderno y contemporáneo en Colombia a través de las Bienales de Arte, nos propone de nuevo la amplísima programación del Encuentro Internacional Medellín 2015, MDE15. Conviene recordar que el MDE es un evento gigantesco, realizado cada cuatro años por el Museo de Antioquia alrededor de las prácticas artísticas contemporáneas. A finales de este año, el MDE15 buscará analizar los procesos de transformación social y urbana de la ciudad y de la región, insistiendo en sus implicaciones éticas que, no pocas veces, se debilitan y olvidan en los procesos de cambio. Seguramente a lo largo del año el museo irá ofreciendo posibilidades de reflexión sobre estos asuntos porque el proyecto que sustenta el MDE15 está en estos momentos en pleno desarrollo. A veces lamentamos la desaparición de las Bienales de Medellín, sin caer en la cuenta de que este evento cuadrienal del Museo de Antioquia continúa esa historia, actualizada desde las prácticas artísticas contemporáneas. El reto, por supuesto, es lograr que sea, cada vez más claramente, un evento que involucre a toda la ciudad.
También el Museo de Arte Moderno se transformará radicalmente en 2015. O, mejor, logrará alcanzar una meta inimaginable hace 35 años. En el segundo semestre se entregará a la comunidad la ampliación del Mamm, con un edificio que ya en sí mismo es un referente arquitectónico y artístico pero que, además, está diseñado como una estructura abierta para que todos nos sintamos invitados a participar en los procesos del arte y la cultura.
Los esfuerzos de los museos van más allá de los límites de Medellín. Baste un ejemplo paradigmático: el Museo de Jericó se ha convertido en un eje fundamental alrededor del cual gira la vida cultural de esa región, con logros que apenas ayer eran inimaginables. ¿Quién podía esperar ver una exposición de un gran maestro internacional como Andy Warhol en medio de las montañas antioqueñas? ¿O muestras de Beatriz González, de Débora Arango y Luis Fernando Peláez, sin descuidar una rica colección arqueológica ni un proyecto educativo permanente? Parece increíble, pero el Museo de Jericó es la demostración de que la constancia y seriedad puede lograr casi todo. Y como este, hay muchos esfuerzos más que enriquecen la realidad cultural del país.
En definitiva, antes la historia podía ser otra, pero hoy nuestros museos son para todos. Y vale la pena aprovechar el universo que nos ofrecen.