‘La Gran Marcha del ¡No más!’ en 1999 simboliza un punto de quiebre en la historia del conflicto y la violencia del país. Un hito que rememoramos para reflexionar sobre el presente.
1999
“Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia”, dijo José Saramago hace ya algunos años en su ensayo “De la luz a la sombra”. Una cita que guarda vigencia para conversar y contrastar la realidad de Colombia y Medellín, tras 22 años de ‘La Gran Marcha del ¡No más!’
Y es que el 24 de octubre de 1999 quedó en los anales de la historia nacional como la movilización que reunió a cerca de dos millones de ciudadanos en torno a un clamor: ¡No más muerte! ¡No más secuestros! ¡No más violencia!
Dos décadas más tarde, Vivir en El Poblado propone estas líneas como un ejercicio que invita a continuar movilizándonos por el anhelo imprescindible de la paz.
Una sociedad en contraste
No es erróneo afirmar que la historia de nuestra nación y ciudad puede narrarse acompañada por la violencia como factor determinante. Lo que carece de todo rigor es denominar la violencia como un genérico, que poco aporta al entendimiento y la transformación social.
“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Fernando Birri, director de cine argentino.
Y en esa lógica, viajar a 1999 significa asistir a un momento bisagra. No solo llegaba a su fin el milenio, sino también la paciencia de los ciudadanos. No había espacio ya para un dolor tan intenso.
La forma más práctica de comprobarlo es acudir a las estadísticas. Estas revelan que la movilización del ¡No más! materializó el repudio a uno de los situados más trágicos de la historia reciente: 3.500 secuestros al año en Colombia o una tasa de 153 homicidios por cada 100 mil habitantes en Medellín, son evidencias que con creces alimentaban el desasosiego popular.
Al margen de las diferencias políticas, la súplica pasó a ser común. Así, por ejemplo, quedó consignado en este periódico los días anteriores a la marcha: “Usted puede transformar a Colombia. El secuestro, los asesinatos, las desapariciones y la violencia en general amenazan gravemente el presente y el futuro de nuestro país. La presión conjunta de la enorme mayoría de los colombianos puede cambiar esta situación”.
Una generación entera nació y creció desde entonces y las movilizaciones sociales persisten. No obstante, la siguiente es una invitación a preservar la esperanza, con base en la evidencia de que sí podemos ser mejores.
Pensarse Medellín y Colombia en la actualidad como un ideal sería caer en una peligrosa condescendencia, en tanto los retos en materia social abundan. Sin embargo, para hacer justicia con la ciudadanía, el sector social, académico, privado y público es necesario reconocer, con mesura y abiertos a la crítica, los avances durante este periodo, para aprender y sumar ahínco en lo que aún queda por mejorar, que seguro es mucho.
Conservar la esperanza tiene método. Y una buena forma de alimentarla es acudir a los avances graduales de nuestra sociedad. No podemos olvidar que los secuestros en Colombia pasaron de 3.500 por año a menos de 100 en la actualidad. Algo que todavía está lejos de celebrarse, pero que sí configura un motivo para perseverar. En el mismo sentido podemos evidenciar que Medellín pasó de 3.200 asesinatos en 1999 a 350 (a noviembre) en el 2021. Una estadística que solo habrá de justificarse cuando sea cero, pero que invita a creer que el valor de la vida cotiza al alza en nuestro medio.
Es mucho, literalmente, lo que la sociedad ha movilizado a lo largo de estos años. Aunque en el caminar ha tropezado, es cierto también que siempre se ha sabido levantar. Lejos está aún la meta, pero puede sobrevivir y resistir en la premisa que popularizó el director de cine argentino, Fernando Birri, a quien, cuando le preguntaron ¿para qué sirve la utopía?, contestó: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.