Estimado cliente: “Si desea conocer el lugar donde preparamos sus alimentos, usted está invitado a pasar a nuestra cocina”. Palabra más, palabra menos, así reza el aviso que lleva más de medio siglo ubicado en el umbral de la cocina de Versalles en Junín.
Dicho aviso es la radiografía de una impecable manera de ser, que durante más de medio siglo caracterizó a Don Leonardo y que en buen lunfardo se traduce: gallardía. La entrada de Don Leonardo Nieto a su negocio era siempre la misma: garbo espontáneo en sus movimientos y una franca sonrisa para propios y extraños. Su buena figura era contundente y su elegancia emanaba la imagen de un hombre de buen gusto; sin embargo, su mayor atributo era su amabilidad y su sencillez.
Conocí a Don Leonardo cuando yo tenía diez años y él apenas comenzaba su aventura de sabores argentinos. Y comenzó pegando duro, pues en el Medellín de los años 60 montó un conspicuo sitio donde todos los viernes a partir de las 7 de la noche, Tita Duval y su orquesta (una orquesta conformada en su mayoría por mujeres) tocaba desde un mezanine de aquel lugar, para una multitud que se aglomeraba en la puerta y no se atrevía a entrar.
Allí, comenzó a gestarse el lugar más democrático de una ciudad, que para aquellos años todavía respiraba provincianismo y recato a diestra y siniestra.
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En el salón Versalles coincidían y compartían mesas, empanadas y ajíes: el nadaísmo en pleno, poetas y escritores, ciclistas, bohemios, artistas, músicos, sindicalistas, profesores, universitarios y universitarias, colegiales y colegialas, militares, joyeros, comisionistas, banqueros, ladrones, machistas, amén de una discreta gama de orientaciones sexuales que por aquellos años eran oprimidos por la sociedad medellinense, pero bienvenidos en Versalles.
Quede claro: Versalles fue el decano de una deliciosa oferta de mecato a muy bajo precio, con excelente servicio (rápido y cortés), permanente aseo y con accesorios de calidad, totalmente ajena a la modalidad del desechable; mesero uniformado, individual en la mesa, profesionalismo al momento de servir y amabilidad espontánea no fingida: esa era la escuela de Don Leonardo.
Versalles como empresa también es un perfecto ejemplo de la moderación en términos de crecimiento. Don Leonardo no cayó en la ilusión de crear una cadena de negocios, dos sedes fueron más que suficientes y su modelo de gestión lo plasmó democratizando sus utilidades con sus empleados. Hoy una gran mayoría están jubilados y además son pequeños socios de la empresa.
Durante más de 30 años Don Leonardo me honró con su saludo, siempre precedido de un corto y sustancioso diálogo. Hace menos de cuatro años lo atendí en Queareparaenamorate y guardo en mi memoria (como el Funes de Borges) su detallada solicitud de una Sopa de cura en vereda, la cual siempre fue su pedido en cada una de sus eventuales visitas, en las que siempre conversamos sobre las cocinas campesinas de Colombia y de Argentina. Nuestro diálogo quedó iniciado.
Estas cortas líneas las escribo para proponerles a sus dos hijas, sus nietos, sus empleados y sus amigos, que honremos su memoria, con la alegría de haber conocido el argentino más amable y más sencillo que en los últimos años vivió en Medellín.
Por: Julián Estrada O.