Los intereses ligados al carbón y al petróleo no permiten un cambio acelerado hacia las energías limpias, que son la forma de superar los problemas de contaminación y cambio climático.
Por Luis Alfonso Yepes Bustamante / [email protected]
La decisión tomada por las autoridades ambientales y civiles del Valle de Aburrá de activar, durante este octubre, medidas de prevención para evitar que tengamos un nuevo episodio de concentración de contaminantes que afecten rápidamente al conjunto de la población, nos pone de presente la necesidad de hacer más audaces las metas para recuperar la buena calidad del aire en este territorio y mejorar en su totalidad nuestro medio ambiente.
Lo que nos sucede en este pequeño valle interandino, hace un poco más de dos años, es que en los períodos de paso del tiempo llamado “seco”, al de “lluvias”, las nubes bajas no permiten la salida rápida, ni la dispersión oportuna, de la inmensa cantidad de contaminantes emitidos por los procesos de generación de energía que mueven nuestras actividades cotidianas, produciendo lo que se ha llamado “contingencias ambientales”. Antes de 2016 pasaba lo mismo dos veces al año, solo que la cantidad de esos contaminantes, parece, no era tan alta, como para que no pudiera ser evacuada de forma natural, aun en las condiciones menos favorables, previo a que su concentración generara afectaciones intensas a los ciudadanos.
El aumento exagerado del ingreso de vehículos particulares, en especial automóviles y motos, movidos con gasolina y diésel; la vetustez de la flota de carga (en especial volquetas y camiones, así como parte de los buses); el descarado incumplimiento del mantenimiento a los sistemas de control ambiental de los automotores (más del 30 % de los revisados), son reconocidos como la génesis del creciente problema de contaminación del aire que vivimos. La otra parte del problema de contaminación la producen las industrias que también mueven sus sistemas, en todo o en parte, con combustibles fósiles (carbón, petróleo, y en menor medida gas).
En el mundo se habla ya hace años de la “transición energética”, es decir, del paso del uso de energías no renovables y contaminantes, producidas por fuentes fósiles (petróleo y carbón fundamentalmente), a energías renovables y limpias (en especial solar y eólica; pero también de biomasa, geotérmica, de las mareas, etcétera). No es un asunto fácil, porque, aunque está suficientemente probado que es la forma de superar los problemas de contaminación y cambio climático, los intereses ligados al carbón y al petróleo, no permiten un cambio acelerado hacia las energías limpias.
En este contexto, Medellín y el Valle de Aburrá deberían comprometerse a desfosilizar sus sistemas de producción de energía de manera más rápida y contundente; creo que las metas establecidas hoy pueden ser aún más exigentes. Sé que no es fácil, puesto que se trata de superar la gasolina, el diésel y el gas, y pasar de una vez a los vehículos eléctricos, tanto en transporte de carga y pasajeros; que la industria, que todavía lo usa, deje el carbón, y aún, la madera… y así.
Probaríamos ser lo pujantes que decimos ser, si logramos en tiempo récord, no solo con proyectos de prueba, desfosilizar nuestras energías, permitiendo superar el problema de la mala calidad del aire (y de paso otros ambientales, sociales y económicos), que vivimos a diario, no solo en estas etapas de posible “contingencia”. Un reto para todos.