Una de las mayores añoranzas que tenemos, tras cinco meses de cuarentena por la Covid19, es la de poder abrazar familiares, saludar amigos, compartir con otros en espacios abiertos o cerrados.
Esas imposibilidades de cercanía con los seres queridos hacen parte de lo que se llama “distanciamiento social”, duro, pero necesario, que se extiende a comportamientos en las actividades económicas, el transporte y el espacio público.
Pero el “distanciamiento social”, que junto al correcto uso del tapabocas y el continuo lavado de manos, se constituyen en acciones imprescindibles para evitar la propagación descontrolada de la enfermedad, tiene tantos inconvenientes para que todos lo hagamos correctamente, como los evidentes, que se denuncian a toda hora frente al mal uso tapabocas.
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Hay algo en el comportamiento ciudadano, por lo menos en mi experiencia en Medellín, que no logra integrar la idea de separarse del otro cuando se realizan actividades que impliquen hacer filas u otras acciones que impliquen grupo humano. Lo que hacíamos antes de esta pandemia: pegarse de los demás en las filas, aglomerarse como gorgojos para entrar a algún sitio, comportamientos que se extienden al tráfico de vehículos y hasta al de las canastillas en los supermercados, lo reproducimos ahora en medio de la pandemia.
Tienes que entrar a un centro comercial, a un alimentador del metro, a una entidad bancaria; respetas la distancia con quien llegó primero, pero inmediatamente sientes pegado de ti a otro ser humano, con o sin el tapabocas bien puesto, que te dice con la mirada, y a veces directamente, “muévase pues”.
Hay una especie de ansiedad social y una idea fija de que la fila es pegados unos de otros; desesperados que quieren empujar a todos para salir más rápido, como el que entra a la fila del banco y de inmediato dice, “pero esto no se mueve, que cajeros tan lentos”, o el conductor del último carro, que pita inmediatamente cambia el semáforo, pues los demás no arrancan (lo que evidencia que su mala educación se extiende a que perdieron física en el bachillerato).
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Es cierto que hay indelicados, que antes, y ahora, no tienen escrúpulos para colarse en una fila, pero digamos que esos son los menos. Por eso es necesario que entendamos cómo se hace una fila con distancia social.
Poco ha faltado para que, en incidentes de estos, presenciados, o relatados por otros, se presenten altercados, pues algunos reaccionan de manera irracional ante el argumento de que ahora la fila se hace con distancia. Aparecen algunos, como el “adulto mayor” que en Bogotá la emprendió a golpes contra un joven gestor de espacio público que le pidió usar correctamente el tapabocas. Estos, aunque también son los menos, le dan algo de soporte a los que irrespetan esas distancias, de manera pasiva.
Mientras podemos volver a abrazar a familiares, mientras podemos volver a compartir con amigos en un grupo cercano físicamente, debemos aceptar y atender que las filas y otras actividades son con distanciamiento social. Eso se puede, ya lo hacen otros; miren las imágenes de la peregrinación a la Meca este año, y las de años pasados, y comprenderán.