El sonado caso de pederastia sucedido hace poco en un hotel de El Poblado, no ha sido la excepción a la regla, como tampoco lo ha sido el coro de voces indignadas frente al hecho –Medellín y Colombia fueron una sola garganta-, clamando justicia. Lo primero, evidencia cuán profundas son las grietas que amenazan a la sociedad desde sus cimientos. Sabemos a ciencia cierta que mientras la comisión de un delito de esta índole se descubre y divulga, muchos otros se están cometiendo en el vecindario.
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(Según la organización Puedes Decir No, Colombia está entre los diez países más buscados en el mundo para el turismo sexual. Comparte “honores” con Tailandia, Indonesia, Filipinas, Camboya, Kenia, Holanda, Brasil, España y República Dominicana. ¿En qué momento entramos -Medellín y Cartagena a la cabeza- a emular a la isla de la pederastia del tristemente célebre, Jeffrey Epstein? ¿En qué momento encajamos con el “infierno de los vivos” del que habla Italo Calvino en Las ciudades invisibles?)
Frente a nuestras narices, casi mimetizada con el paisaje, una gran parte de la generación que ahora es de menores está siendo permeada por lo que cronistas de otras épocas, llamaban “el vil metal”. La infancia convertida en mercancía, una tragedia social en la que las mismas madres venden los cuerpos de sus hijas al mejor postor y, más doloroso aún, en la que las mismas niñas están fungiendo de proxenetas. El hambre apremia. (El grito herido de la gente de bien, aturde).
Y dele con el grito herido Hablar del tema, sin dorar la píldora, no es desacreditar a Medellín. Es reconocer el horror latente, al margen de tan publicitado paraíso. Hace cerca de un año, al actor antioqueño Robinson Díaz lo zarandearon en las redes porque, entre otras cosas, dijo de esta ciudad en un programa radial: “Se volvió el puteadero más grande de Colombia”. ¡Por favor! No nos ofendamos tan fácil, llamar las cosas por su nombre es el primer paso para intentar solucionarlas.
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Lo contrario es indiferencia o complicidad. (O alharaca pura y dura). Lo segundo, cuán escandalosos somos. Las autoridades anuncian a la prensa medidas efectistas y mediáticas que palean el asunto. (Prohibir la prostitución en el Lleras, suena parecido a vender el sofá). “Lo que quieren es que El Poblado se vea bonito, como una postal turística…”, dijo a El Espectador una joven víctima de abuso. Pasa, señores, que el asunto que nos ocupa no es de coyuntura, es de estructura. Y no se ataca de raíz sólo con bravuconadas, sino con educación, salud, trabajo, necesidades básicas satisfechas… Con voluntad política y compromiso de todos los estamentos de la sociedad. (El alcalde Gutiérrez se muestra decidido a enfrentar la problemática, punto a su favor. Pero desconocemos todavía el programa con el que saltará del dicho al hecho). Prevenir es mejor que curar, en esa dirección hay que trabajar.
Dejemos, pues, de arrullarnos con el sonido de nuestras propias voces indignadas que cuelgan desafinadas del pentagrama, y pasemos al siguiente nivel: el de la acción. (Vale para los medios que por ir como saltamontes de noticia en noticia -cuál más escandalosa que la otra-, pocas veces logran hacer seguimiento contextualizado a temas fundamentales, más allá de la inmediatez).
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