¿Esto era todo?, me pregunté en voz alta. La expectativa que había precedido la publicación de En agosto nos vemos, cuando cerré el libro, me pareció cercana a una estafa: “El acontecimiento literario más importante de la última década”. (El negociazo editorial más jugoso de la última década, a lo mejor).
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Lo leí, entonces, por segunda vez, con más sosiego. Deteniéndome en cada párrafo, a ver si reencontraba la sensación de asombro que –con pocas excepciones, la decadente Memoria de mis putas tristes, entre ellas- me produce siempre la pluma desbordada de García Márquez. (El amor en los tiempos del cólera, mi historia preferida, por ejemplo, es cantera inagotable de nuevos descubrimientos). Pero no. Debe ser que comparto síndrome con Ana Magdalena Bach, protagonista absoluta de esta colcha de retazos póstuma: detestamos los libros de moda. (Ella, seguro, no lo habría abierto todavía).
En parte por eso, por la unanimidad en los aplausos que pretenden los editores, libreros, críticos afines y gabólogos de ocasión –hay que ver cómo se arrebatan el honor de ser los descubridores de la joya- o por el rechazo visceral de sus detractores a ultranza –los unos y los otros se pelean al peor estilo de las barras bravas- es que es tan difícil formarse una opinión desprevenida e independiente. Sin tener que dar explicaciones a nadie por ello.
En esta construcción a medio hacer, García Márquez, o los albañiles que se tomaron su palabra, hablan de música, de bailes, del esposo y los hijos de Ana –personajes escuálidos- que son músicos, pero de ahí a decir que es una novela musical… Incluyen figuras exquisitas:
“Había repetido aquel viaje cada 16 de agosto a la misma hora, con el mismo taxi y la misma florista, bajo el sol de fuego del mismo cementerio indigente, para poner un ramo de gladiolos frescos en la tumba de su madre”…
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“Entonces lo miró de nuevo por encima del hombro, ya no para conocer al dueño de la voz, sino para apropiárselo con los ojos más bellos que él vería jamás”…, pero de ahí a decir que es una novela bella… Se refieren al furor uterino que en los últimos viajes atacó a la señora Bach, pero de ahí a decir que es una oda al sexo entre mayores… Mencionan libros y autores que le gustaban –curiosamente no a Faulkner, uno de sus maestros y a cuya Luz de agosto, según ciertos hermenéuticos, quiso homenajear con el título- pero de ahí a decir que es un vademécum literario…
Tampoco creo que sea el punto final que le faltara a la obra monumental e imperecedera del escritor. Ya lo advierte su hijo Rodrigo en el prólogo, nuestro Nobel de Literatura no quería publicarla. Por algo sería, más allá de achacarle a la demencia senil las ganas de destruirla. En mi opinión de simple lectora aficionada, En agosto nos vemos es un boceto con frases repetidas, contradicciones, ideas deshilvanadas, personajes sueltos…, como tantos que en pinturas, esculturas, partituras, arrojan luces sobre el trabajo de los creadores. Y, en serlo, radica su valor, al fin y al cabo de arroyos incipientes brotan poderosos manantiales.
ETCÉTERA: De todos modos, las pocas pinceladas garciamarquianas que se encuentran en esta obrita, justifican las algo más de cien páginas editadas. (Lo que más me gustó: la bolsa de la Librería Nacional para la ocasión; una belleza).
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