Testigos de las grandes obras viales que definen el paisaje de hoy

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El final del siglo XX coincidió con una explosión de ampliaciones, intercambios, puentes y nuevas conexiones viales sin las cuales sería imposible entender, recorrer y vivir El Poblado.

2001

Sin contar el dramático trazado del Metro de Medellín y sus tres estaciones en la Comuna 14, dados al servicio en noviembre de 1995, la última década del siglo XX fue una de las más trascendentales para nuestra vigente infraestructura vial. Vivir en El Poblado dio cuenta de ello en aquellas primeras ediciones, como tema principalísimo.

Lo hicimos por tres razones de peso. Primero, siendo conscientes de la transformación del territorio, de uno mayoritariamente residencial a otro que a grandes pasos fue combinando comercio y servicios. Segundo, por la obvia necesidad de estas obras ante el caos del tráfico en un momento en que ni siquiera se usaba la palabra movilidad.

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Y tercero, porque buena parte de esas grandes obras se hicieron con el aporte directo de sus habitantes y propietarios, vía valorización, como en años previos había pasado con las primeras ampliaciones de las avenidas Las Vegas y El Poblado, al igual que las transversales Superior e Inferior. “Es nuestra casa, es nuestro lote, es nuestra plata”, rezaba a propósito un eslogan de entonces en nuestro periódico.

“Y no es para menos, las calles, avenidas, transversales y lomas no dan más. Así lo asegura no sólo el sentido común, sino también los funcionarios de Planeación, quienes explican que esta situación es el resultado de un retraso en obras públicas de más de quince años. Por lo mismo, cualquier solución que se plantea ahora será un mero paliativo a la grave situación que vivimos. Situación que empeora si se tiene en cuenta que cualquier intento de solución deberá ser financiada por los propios vecinos, ya que el monto de las obras proyectadas sobrepasa cualquier rubro que en esta materia tenga la Alcaldía” (Edición 40, febrero de 1994).

“Es nuestra casa, es nuestro lote, es nuestra plata”, rezaba a propósito un eslogan de entonces en nuestro periódico.

Bajo esa premisa se sacaron adelante, por valorización, las denominadas obras 358 y 607, que en realidad era cada una un grupo de intervenciones conectadas. Por ejemplo, la primera tuvo que ver con el actual deprimido de la calle 10A bajo la Avenida El Poblado, las conexiones de El Tesoro con la transversal Inferior y de la loma de San Julián con Las Palmas, al igual que la ampliación de El Poblado en su tramo de San Diego.

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Con el número 607 se materializaron todos los trabajos que fueron necesarios para conectar El Tesoro con Los Balsos y ésta última con Las Palmas, un desahogo que no existía. Del registro que hicimos al respecto en nuestra edición 61 (febrero de 1995), vale la pena el muy ilustrativo sentir de los vecinos impactados, que además de quejarse por “ser mucha plata para pagarla entre muy pocos”, también lo hacen por la falta de corresponsabilidad de territorios vecinos.

607 FUE LA OBRA que conectó El Tesoro con Los Balsos y con Las Palmas. Un desahogo que no existía.

“La zona más favorecida por la ejecución de esta obra es el Oriente antioqueño, considerando que (allí), en el inmediato futuro, se desarrollará una descomunal infraestructura urbana (…)” y, a pesar de todo, no se hizo partícipe de la obra al Departamento ni a la Nación. Por último, se muestran muy en desacuerdo con los municipios del sur del área metropolitana, debido a que siempre se han favorecido con las obras que Medellín ha ejecutado por el sistema de valorización, “sin aportar un sólo peso”.

También con valorización se hizo entonces el primer intento fallido para financiar y sacar adelante la todavía inconclusa transversal Intermedia, hoy Avenida 34, que en el papel debe unir la calle San Juan con La Aguacatala, atravesando terrenos entre la Avenida El Poblado y la Transversal Inferior.

Pero no todo se hizo con valorización, aunque así lo hubiera querido la institucionalidad, pues a mediados de nuestra primera década ya estaba gravada toda la comuna con esta contribución. Fueron los casos de los intercambios de la calle 10 con Las Vegas (el José Gutiérrez Gómez) y el de la 12 Sur o La Aguacatala. El primero fue posible gracias a recursos propios del Municipio de Medellín, y el segundo, a dineros del Área Metropolitana del Valle de Aburrá (AMVA).

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