Se nos volvió común lo que no es normal

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“La miseria humana evitable es a menudo causada no tanto por la estupidez como por la ignorancia, particularmente nuestra ignorancia acerca de nosotros mismos”.
Carl Sagan

Como mi herramienta de trabajo es el alimento, es inevitable que muchas personas lleguen a mi consulta queriendo perder peso. Es seguramente el síntoma que a los pacientes más les molesta, pero el 90 % de ellos “normalizan” otros síntomas que se han vuelto parte de su cotidianidad, como fatiga, dolor de cabeza, trastornos del sueño, problemas digestivos, alergias o dolores articulares. Pensando que no son graves o que no tienen solución, un pequeño botiquín es la solución más práctica

Sin embargo, para la medicina funcional el sobrepeso no es un síntoma, sino la consecuencia de una cascada de disfunciones cuya causa es diferente en cada persona. Problemas de tiroides, resistencia a la insulina, estrés crónico, alteración de la flora intestinal, son algunas de ellas y tienen un común denominador: la inflamación crónica de bajo grado. 

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Seguramente el término inflamación aguda te es familiar. En el siglo I, Cornelius Celsus, un médico romano, la definió así: “rubor (enrojecimiento) tumor (hinchazón), calor y dolor”, procesos que suceden cuando nos golpeamos, se nos infecta una herida o nos encontramos en un proceso postquirúrgico.

Sin embargo, el término inflamación crónica de bajo grado se refiere a algo muy diferente. Nuestro sistema inmune está diseñado para defendernos de infecciones, virus, bacterias, toxinas y, en general, de agresores externos, por medio de mecanismos celulares y químicos que inducen una respuesta inflamatoria transitoria para reparar tejidos lesionados. El problema comienza cuando este sistema de defensa pierde la capacidad de adaptación, porque los estímulos nocivos son permanentes y múltiples. Es ahí cuando se produce una confusión entre lo propio y lo ajeno, y la inflamación que pretendía ser reparadora comienza a atacar células y tejidos propios.

La inflamación ha sido una necesidad evolutiva, ya que sin ella no estaríamos vivos y no tendríamos capacidad de reproducirnos ni de tolerar períodos de hambruna prolongados. Pero quedaron atrás los tiempos en los que esa inflamación era necesaria para sobrevivir y ahora se volvió contra nosotros. Hábitos tóxicos y excesos en todos los sentidos se han convertido en caldo de cultivo para la inflamación crónica y el origen de las enfermedades del último siglo, como la enfermedad cardiovascular, el cáncer, el Alzheimer y la diabetes, entre otros. A diferencia de la inflamación aguda, que nos hace consultar porque es molesta y probablemente nos quite el sueño, lo más perjudicial de la inflamación crónica es que es silenciosa, no dolorosa y solo avisa cuando ya hay un daño de órganos y tejidos, en algunos casos irreparable. La buena noticia es que podemos medirla y, aún mejor, prevenirla si estamos atentos y escuchamos nuestro cuerpo. Además de exámenes de laboratorio simples, una manera práctica de medir inflamación crónica es evaluar esos síntomas que, aunque sean comunes en muchas personas, no deberían ser normales en individuos sanos y vitales.

Te invito a medir tu nivel de bienestar y autoevaluarte con el test de vitalidad, que puedes realizar dando clic aquí >>

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Este es el primer paso para entender que el momento de actuar es ahora, cuando estamos sanos; nunca es tarde para empoderarnos de nuestra salud. El 80 % de las personas pasan la segunda mitad de sus vidas enfermas y con problemas crónicos que son prevenibles con un adecuado estilo de vida: alimentación, movimiento, sueño reparador y manejo del estrés son los pilares fundamentales de una vida sana y longeva. 

Empieza con pequeños cambios y convierte tus hábitos en herramientas terapéuticas. Cuando seas consciente de tu transformación, dejarás de normalizar los síntomas que para otros son comunes.

*@drapilarrestrepo

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