En los primeros días de diciembre recibí esta sugestiva invitación: “Prometemos la luna. Programa Noches de Planetario. Ron, noche, alcoholes y literatura. Invitados: Héctor Abad, escritor, y Mario Jursich, director de la revista El Malpensante. Viernes 14 de diciembre, hora 6:30 p.m. Planetario. Entrada libre”.
No asistí… no pude asistir. ¡Qué lástima! No soy caro amigo de ninguno de los dos, pero por avatares del destino hace algunos años a los dos les serví unos rones en la chimenea de mi casa y disfruté de su breve compañía… sobra decir que tímidos no son y les fascina el ron. Hasta el momento de iniciar esta crónica, no he recibido ningún mensaje o comentario de aquella noche de luna, la cual – no es osado imaginar – debió de haber sido una auténtica tertulia etílica, rebosante de picantes anécdotas y conspicuas opiniones. Aclaro: ajeno a lo tratado aquella noche, seguramente comentaron algo acerca del Ron Botero, recién salido al mercado y asunto sobre el cual me voy a referir, esperando no parecer plagiario de sus eventuales comentarios. No es la primera vez que escribo sobre el tema. En octubre de 2009 escribí en mi columna Apuntes de Servilleta una crónica titulada “No más enólogos… necesitamos sabihondos del ron” y en ella decía: “Durante más de medio siglo la vida me ha permitido disfrutar y degustar del bouquet de rones panameños, boricuas, ticos, jamaiquinos, guatemaltecos, hondureños, venezolanos y obviamente cubanos convirtiéndome actualmente en pregonero de la necesidad de valorar y divulgar la cultura de aquello que el escritor cubano Fernando G Campoamor denominó perfectamente como ‘el hijo alegre de la caña de azúcar’. Es un hecho: como en tantas cosas de nuestra cultura, los colombianos estamos rezagados en el conocimiento histórico, social y geopolítico de una bebida que lleva más de cuatro siglos entre nosotros y continuamos sin prestarle la atención que se merece; sin embargo, en menos de dos lustros nos hemos convertido en grandes conocedores de vino y da gusto oír los comentarios y observaciones especializadas de quienes ya han pasado por una, dos, tres o media docena de catas, gracias a las invitaciones que semanalmente se ofrecen en las principales ciudades de Colombia, organizadas por las distribuidoras de vinos chilenos y argentinos, las cuales tienen al consumidor atribulado de información y a los propietarios de restaurantes repletos de producto en consignación”.
Lo que tenía que pasar pasó: a finales de noviembre me invitaron a una cata de Ron Botero organizada por la FLA e implementada y servida impecablemente en el restaurante San Carbón (sobre la variante Las Palmas). Hicimos presencia 60 personas a quienes en magistral charla el maestro mayor de la FLA (ingeniero Jorge Gómez) no solo nos enseñó con lujo de detalles cada uno de los rones que destila la FLA, sino que de manera impecable, sin alborotos y exceso de adjetivos, nos instruyó sobre las “virtudes gustativas” del Ron Botero.
Confieso: mi primer encuentro con el Ron Botero fue fascinante; me pareció muy diferente a todos los que conozco, me supo su añejo, me gustó su color, me calentó sensualmente la garganta, su aroma me sacó lagrimas de los ojos, me apretó la dentadura, me irrigó las venas del cerebro, lo sentí llegar al estómago, me entró por el alma… sencillamente, me encantó; además, su nombre, su razón de ser, sus intenciones sociales, su estupenda etiqueta y su hermosa botella lo convierten en un estupendo aguinaldo para amigos y parientes cercanos y sobre todo para llevar a las amistades lejanas. Hoy quiero agradecer a San Carbón por tan amable invitación y a la FLA por tan estupenda bebida, la cual, gracias a su gran calidad, entrará a reforzar el bar de los verdaderos amantes y coleccionistas del ron y a quienes como Héctor y Mario y Yo, un buchecito diario se nos convertirá en elixir cotidiano.
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