Viajar comiendo y comer viajando no es un simple juego de palabras, es una estrategia que, realizada con claros criterios permite aprender con gusto, de lo más simple y cotidiano.
En estos días de confinamiento los ratos para pensar en el futuro son muy recurrentes y más recurrentes son las ganas de viajar, una vez las circunstancias lo permitan. Conozco gran parte de Colombia y conozco bastante mejor Antioquia; haciendo cuentas, he dedicado más de 40 años a recorrer este terruño y ahora con la pandemia tengo alborotado el ánimo de seguir mi periplo con el propósito de reforzar mis hipótesis sobre cómo comemos y porqué comemos lo que comemos quienes habitamos esta maravillosa comarca.
En mi condición de profesor universitario, he enseñado a mis alumnos algunas categorías geográficas premeditadamente equivocadas, sustentándoles que Colombia no es un país, sino un continente y que Antioquia no es un departamento sino un país, y además les acoto: pretender conocer un país o una región cualquiera del mundo sin observar sus alimentos, su paisaje agrícola, sus mercados y su cocina, es viajar sin disfrutar uno de los más agradecidos placeres de los cuales goza el ser humano: el placer de comer.
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Viajar comiendo y comer viajando no es un simple juego de palabras, es una estrategia que, realizada con claros criterios permite aprender con gusto, de lo más simple y cotidiano.
Aclaro: soy un apasionado observador de la historia y la geografía antioqueñas y es gracias a estas dos disciplinas y a ciertas dosis de literatura y poesía que completo mi equipaje con el cual he recorrido esta inconmensurable región para conocer desde su fogón, sus gentes y su manera de pensar; llevo cuatro décadas destapando ollas y calderos y conversando con cocineros y cocineras no solo de las veredas y regiones campesinas, sino igualmente de más de 100 municipios y de todas las comunas de Medellín.
Así he revisado lo rural y lo urbano, sus huertas y mercados, sus plazas o supermercados, sus carnicerías, sus panaderías, sus bares y cantinas, sus tiendas, sus graneros, su industria alimentaria e igualmente el artesanado campesino y citadino.
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Por lo anterior me permito concluir: no es lo mismo desayunar en Caucasia que hacerlo en Sonsón, tampoco se puede comparar el sancocho de Bagre de Puerto Berrío con aquel que nos ofrecen en Envigado ¿Total? las cocinas regionales tienen una sazón muy característica, pero sus recetas no son siempre iguales; somos los comensales golosos, quienes sabremos descubrir sus encantos y particularidades.
Postpandemia, los viajes culinarios por Antioquia deberán convertirse en una nueva tendencia entre quienes creemos en el inmenso futuro de las cocinas regionales de Colombia. Esa es mi respetuosa propuesta.