Unos dicen que proviene de Grecia, otros que de Egipto, otros que de los países árabes, otros que del Norte de África.
La verdad es que nadie sabe exactamente dónde y cúando se inventó la pizza, lo que si se sabe es que desde hace más de 2000 años en el sur de Italia se consumía un pan plano recién horneado, del cual se encontraron algunos vestigios en Pompeya, y que en Nápoles, a principios del siglo 16, se consumía un pan recién sacado del horno de leña, aderezado con un poco de ajo, aceite de oliva, romero y queso hecho con leche de búfala.
Lo otro que se sabe con certeza es que los primeros tomates llegaron desde el Perú a Europa después de que Francisco Pizarro conquistara esas tierras, y que una vez llegados fueron utilizados inicialmente como elementos ornamentales, pues eran considerados venenosos.
Los siglos 16, 17 y 18 fueron difíciles para las gentes de Europa y fue así como en cierto momento en Nápoles y cercanías empezaron a agregar otros alimentos a estos panes rústicos planos recién sacados de los hornos otros sabores provenientes del entorno cercano, como aceite de oliva, hierbas, vegetales, peces, tomates, etcétera.
Para el año de 1738, en la Antica Pizzeria Port’Alba (Vía Port’Alba, 18 Nápoles) se horneaban pizzas que tenían tomates en su preparación y que eran ofrecidas por vendedores callejeros. El negocio se mantuvo y progresó y en 1830 se convirtió en la pizzería que aún hoy, después de unos 180 años, continúa abierta.
A mediados del siglo 17 la pizza había ganado bastante aceptación y de ser una comida popular pasó a hacer parte de lo que se servía en las mesas reales de Nápoles. María Carolina d’Asburgo y Lorena, Reina de Nápoles y esposa del Rey Fernando IV, era tan fanática de ella que inclusive ordenó construir un horno en Capodemonte, para que su cocinero personal las preparara para servirlas a sus invitados.
A finales del siglo 19, en 1889 para ser más exactos, un maestro pizzero de la Pizzería Brandi, en Nápoles, Raffaele Esposito, fue invitado a hacer unas pizzas para los Reyes de Italia, quienes por esos días estaban de visita en la ciudad: Umberto I y Margarita de Saboya. Raffaele se inspiró y realizó tres pizzas: una marinara con anchoas, una blanca con quesos provolone o con carciovallo acompañados de albahaca y, finalmente, una cubierta de tomates, queso mozzarela y albahaca, los colores de la bandera de Italia (rojo, blanco y verde). Esta última le gustó especialmente a la reina y Esposito le dio su nombre: pizza Margarita, nombre con el que aún se conoce.
A fines del siglo 19 y principios del 20 el surgimiento económico de Estados Unidos, Argentina, Australia y Brasil hizo que muchas personas del sur de la Península emigrasen en busca de aquellas oportunidades de trabajo y crecimiento económico que en su país no existían. Con ellos viajaron sus hábitos, costumbres y comidas tradicionales: la pasta y la pizza, entre otras.
El resto es historia conocida: la pizza se quedó en Italia y también se asentó para siempre en New York, Chicago, Buenos Aires, Sao Paulo, Melbourne y Sidney y de estas partió para el resto del mundo, convirtiéndose en todas partes en una de las comidas más populares de la humanidad, la que, como todos sabemos, está compuesta por harina, agua, levadura, sal, aceite de oliva, tomate, queso mozzarella y lo que se le quiera agregar para completar su sabor.
Si mal no recuerdo, llegó a Medellín a finales de los años 50 del siglo pasado en una pizzería de propietarios chilenos, situada cerca al parque Bolívar en una vieja casona de la calle Caracas, cerca al cruce con la carrera Venezuela, hoy calle 54 con la carrera 49.
Buenos Aires, mayo de 2012.
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