De vender 30 a 40 aguacates a solo diez. De salir todos los días a guerrear la vida, cuando estábamos “en las buenas”, a pasar a cascar trabajo “en el peor de los 17 años que llevo vendiendo en El Poblado”.
Y cascar trabajo es una cosa, pero hacerlo en un terreno baldío, como se presenta hoy la transversal Superior, ni se diga: una avenida sin tacos (que no está nada mal), con peatones contados de a pocos que van a cielo abierto con sus mascotas a respirar otros aires, con deportistas que buscan la ahora tan promovida vitamina D de las 2 p.m.
La Superior, una avenida que por su alto tráfico era la vitrina ideal para promover conciertos desde pasacalles, hoy por el aislamiento, por los riesgos, dejó para después a Silvestre Dangond y a Ubago, también a Pimpinela y a Myriam Hernández. Pocos ven los avisos, nadie se ocupó de retirarlos, nadie puede ni quiere ir a una aglomeración.
“Viajo de Villa Hermosa a la Minorista para comprar los aguacates y no veo que se estén cumpliendo los reglamentos que pusieron para montar en bus. La gente va sin tapabocas, no le pone cuidado a la enfermedad”.
Y en ese terreno baldío que es hoy la Superior, Yolanda Ruiz vende diez aguacates. Usa su tapabocas, se arrima lo necesario, rocía la bolsa con alcohol. Son grandes, como pelotas para jugar bochas, de los verdes y de los morados, y ella anhela que vuelvan a llevársele 30 y 40. Pero en esa avenida vacía muy pocos compran, “me tocó botar varios, se están perdiendo”, dice con la preocupación propia de quien no puede parar de trabajar ante las responsabilidades de pagar comida, arriendo y servicios y de sostener a un hijo.
“¿Ayudas? No me he comido una libra de arroz de cuenta de las ayudas del Gobierno”
Mientras conversamos, pasa una patrulla de la Policía. En este listado interminable de medidas, restricciones, prohibiciones y algunas liberaciones de cuarentena, como debe ser para cuidar la salud integral del país, me pregunto si tiene permiso de trabajo un vendedor de aguacates. Yolanda cree que no porque ya la requirieron unos agentes. “Yo les dije que no puedo dejar de trabajar, que tengo que comer. Afortunadamente logré que me permitan estar aquí de 9 de la mañana a 2 de la tarde.
Y a las 2 de la tarde levanta la carpa y vuelve al bus que tanta preocupación le genera. Ve que la gente no se está cuidando como debería. A las 2 va a casa, “a encerrarme porque qué más”.
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