Muchos de esos cambios que se promueven para atender la contingencia ambiental deberían ser integrados a la vida cotidiana. Si no, seguiremos viviendo dos crisis del aire cada año.
Medellín necesita desarrollar nuevos hábitos, dinámicas distintas en lo social, económico y cultural, que le permitan superar sus actuales carencias y adaptarse a situaciones cambiantes. Volvimos a esta reflexión en el marco de la discusión sobre la efectividad de las medidas tomadas para enfrentar la contingencia de mala calidad del aire en los últimos dos meses, de la cual apenas salimos.
Entre las tantas acciones que se deben tomar, de manera conjunta, para rebajar la cantidad de emisiones de material particulado generado por el transporte y la industria, necesarios ambos para que los ciudadanos realicen sus diferentes actividades, se vuelve a hablar de horarios flexibles, de teletrabajo, de entradas y salidas a distintas horas en universidades y colegios, de horarios extendidos en comercio, así como de cargue y descargue de mercancías en horas nocturnas.
Lo que se señala ahora es que muchos de esos cambios en los hábitos que se promueven para atender los periodos de contingencia ambiental, deberían ser integrados a la vida cotidiana de la ciudad, ya que sabemos que mientras tengamos los niveles de emisión de contaminantes que tenemos hoy, seguiremos viviendo dos periodos fuertes de crisis del aire cada año.
Creo que el asunto va más allá y nos permite volver sobre la propuesta de construcción de una oferta de ciudad en lo económico, en lo educativo, en lo social y en lo cultural, que incluya una novedosa oferta, y horarios variados, incluso los nocturnos y de fines de semana.
Aunque varias veces se ha hablado de llegar a la ciudad abierta 24 horas, este ha sido un propósito fallido en Medellín. La oferta comercial, cultural, recreativa y deportiva languidece con el avance de la noche y se concentra en los mismos días, los mismos horarios, con pocas novedades. Solo queda la de la rumba, también con límites. Hay esporádicos eventos comerciales de trasnocho o madrugada, supermercados 24 horas en algunos sitios, actividad deportiva nocturna en diversas infraestructuras, pero en general, en especial en el Centro, se dejan de ofrecer servicios, con excepción de los que incorporan licor, muy temprano en la noche. A esto se suman el sistema de transporte y los centros culturales. Alguna excepción la ponen la oferta teatral, de música en vivo y el cine.
Cambiar hábitos significa transformar la vida de los ciudadanos, dándoles nuevas opciones en su trabajo (con horarios y jornadas no convencionales), en su estudio (colegios y universidades podrían tener clases que incluyan parte de la noche y fines de semana), en la cultura (horarios extendidos en bibliotecas y museos), en su recreación (en especial la oferta gastronómica que no pasa de las diez de la noche), en su transporte (el metro y su sistema de alimentadores podría ampliar su horario).
Esos cambios, y otros más, generarían perspectivas de negocios y trabajo, superando los trancones, mejorando la calidad de vida y acondicionando mejor la ciudad a su propuesta de innovación y turismo. Otra construcción que es de todos.