Monólogo esquimal del comer, beber y pescar como un oso
Entramos a Alaska por Anchorage, una bella ciudad, deliciosa para caminar, con shopping y gastronomía extraordinarios, artesanías admirables y el mejor king crab del universo
Por seguirle la corriente y creerle los cuentos que resultaron prudentes a los abogados y pescadores con mosca Ana Lucía Barrientos y Alejandro Morales, viajamos con ellos y mi esposa más de 20.000 kilómetros de Medellín a Bogotá – Los Ángeles – Anchorage – Kotzebue – Nome – St. Michael – a la boca del río Golsovia en el heladísimo Mar de Bering y tanto más de regreso ya que las escalas fueron muchas más. Cruzamos la línea del Círculo Polar Ártico, todo por conocer los famosos salmones migratorios de Alaska. La aventura comienza en Los Ángeles con Alaska Airlines, cuyos horarios no existen y no tienen vergüenza en darle un tinto con 7 gramos de pretzels en un vuelo de 7 horas y media y ofrecer para vender comida rápida poquita y cara que se acaba pues llevan 10 ó 15 raciones para todo un jet. Por cuenta de esta aerolínea pasamos sustos, hambres terribles y grandes atrasos, y sinceramente veníamos mal acostumbrados con el cumplimiento exacto y servicio magnífico de nuestra Avianca en donde sin duda han estado pasando cosas bastante positivas.
Entramos a Alaska por Anchorage, una bella ciudad, deliciosa para caminar, con shopping y gastronomía extraordinarios, artesanías admirables y el mejor king crab del universo. De ahí volamos a varios pueblos con muy pocos habitantes que se mantienen absolutamente borrachos durante las horas de luz que son hasta 23 y media por día según se va acercando uno al propio Polo Norte; de hecho en varios pueblos, aunque rige ley seca permanente, las caletas con miles de botellas de vodka y whisky ruso de menos de un dólar son comunes; fue fácil deducir qué hacen los esquimales todo el día para aguantar tanto frío y soledad. Pudimos conocer y compartir la cultura Yupik esquimal a través de la querida y amable familia de Austin Adventures, un outfitter de pesca y aventuras bastante distante, con un cómodo lodge a orillas de un río cristalino y fácil de pescar que está igual hace miles de años, en el que muy pocos pescadores del mundo por temporada pueden tirar sus anzuelos para sacar a 50 metros de la cama monstruos que pasan las 80 libras y pelean por tres y más horas a veces con carreras de varios kilómetros río abajo o arriba, en lo que termina siendo más una maratón que una pesca. Quisiera ver yo a mis amigos Guillermo Misas y Oskar Posada, especialistas en monstruos pegados de un submarino rojo cargado de sangre, grasa y oxígeno que salta como dorado, jala como tucunaré y resiste como ninguno que hubiera conocido antes, ahí está la Virgen, donde pescamos salmones de varias especies entre 3 y 100 libras, recién llegan de una viaje de 10.000 millas por el océano alimentándose, así que su fuerza es algo incomprensible para cualquier enfermo por la pesca, de ahí que aunque Olafo diga que un pescador que no diga mentiras es detestable, tengo que confesar que solo logramos sacar uno de los de 25 libras , un bebé al lado de los que cogió Alejandro que el mismo día chuzó y perdió el mismo tantas veces que se fue quedando con todas sus moscas y nos hizo reír mucho y llorar a él… El mejor momento de cualquier pescador es cuando a su amigo se le va el grande del día.
En Alaska todo es exagerado, las avionetas son como mosquitos y los mosquitos como avionetas. En cuanto a la comida, otra vez ahí esta la Virgen ya que los esquimales no comen si no que se alimentan, como muchos por aquí; allí pueden servirle oso, beluga, narval, cangrejo, orca o caribú ya que cualquier cosa que nade, camine, vuele o se arrastre es valiosa y una cosa para ellos es conseguir la comidita en verano como nos tocó, con clima suave y otra son de 7 a 9 meses de hielo permanente y poca luz a 40 grados bajo cero promedio. Comimos sopa de alce, un animal parecido a los que arrastran el trineo de Papá Noel y que sabía a zapato de Papá Noel, además tenía pedacitos de comida que quedaban en los platos de todos los días. Pero a la final la comida es parte de la aventura con ricas sorpresas como king crab fresco, salmón de mil maneras, crepes con frutos rojos silvestres, confituras de pétalos de flores de la tundra, tocineta por toneladas, calorías con bastante colesterol y triglicéridos, cargas de fritos y bastantes litros de alcohol ya que las personas educadas se tienen que adaptar a todo, lo que no me costó mucho la verdad, porque cada vez descubro más que por mi moderación, el animal más parecido a mí es el oso. Por Dios, si la vida fuera varias veces, me controlaría.
En este paseo el único tema realmente complicado son las armas, yo que le tengo miedo a una gallina, allí tenía que salir acompañado y armado con fusil, escopeta, pistola, changón y revólver para defendernos de varios bichos que se lo pueden masticar como los terribles osos grises que alguna vez literalmente se comieron un amigo de mi mujer, famoso fotógrafo de la National Geographic.
Espere la segunda parte con recetas de los Yupik y la explicación del por qué casi todo es más grande hasta que usted se mete a pescar al agua del deshielo y por qué un pescador allí abre los ojos y cree que se murió y llegó al cielo y por qué el Tiburón Anfitrión todo el tiempo repitió: a mi me va a dar algo.
Para terminar: Señor Alcalde (y primo) Don Sergio, la quebrada que pasa frente al Hotel Dann huele terrible, es apestosa y por mucho que le haga ese bello parque mientras no la limpien queda como curar un cáncer con sal de frutas. El parque es una belleza, la quebrada una vergüenza como todas las aguas de nuestro Valle de Aburrá. Entre otras cosas, su distinguida siquiatra doña Lucrecia gozaría mucho en Alaska ya que todas las mujeres son gordísimas y allí la anorexia no existe.