Cualquier día descubrí a Chimamanda Ngozi Adichie, en una conferencia TED, y quedé impactada con su gracia, su arrojo y su pensamiento feminista: contundente, mas sin la estridencia hueca de tantas activistas radicales. Por fin encontraba en otra persona las palabras precisas para referirme a un tema que siempre me ha inquietado y me inquietará. (Soy feminista descarriada, voy por libre). Desde entonces busco sus libros, porque Adichie está llena de historias por contar y de cosas por decir. (Me encanta).
La semana pasada estuvo en Bogotá, invitada por la FilBo2023 para el discurso inaugural. (Tan potente como esperaba). Volví, entonces, a ese pequeño gran ensayo con el que me había enganchado: Todos deberíamos ser feministas. Y releí los párrafos subrayados, algunos de los cuales comparto con ustedes.
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Dice: “La palabra ‘feminista’ está sobrecargada de connotaciones negativas. Odias a los hombres, odias los sujetadores, crees que las mujeres deberían mandar siempre, no llevas maquillaje, no te depilas, siempre estás enfadada, no tienes sentido del humor y no usas desodorante”. Complemento: cualquier acercamiento masculino lo consideras acoso, ves enemigos de la causa en todas partes; crees que mientras menos femenina seas, más feminista serás; agredes a quienes, siendo feministas, no comparten tu manera de reivindicarlo… Y también formulo una pregunta: ¿Podría ser que tal sobrecarga se deba, en parte -sólo en parte-, a quienes imponen el feminismo con técnicas del fascismo?
Parto de la definición de “feminismo” que trae la RAE: “Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”. A secas. Ya las corrientes que existan y las maneras de manifestarlo, son arandelas. No comparto muchas de ellas, pero respeto la mayoría; su colaboración para visibilizar el menosprecio histórico hacia las mujeres es innegable. Si bien aún nos falta mucho por recorrer -las brechas siguen siendo anchas- el camino no tiene reversa.
Dice: “La persona más cualificada para ser líder ya no es, como hace mil años, la que tenga más fuerza física. Es la más inteligente, la que tiene más conocimientos, la más creativa o la más innovadora. Y para estos atributos no hay hormonas”. Por eso hay que conjurar aquello de que cuanto más arriba llegas, menos mujeres hay. Tal vez respondiendo con hechos a esta interrogante que se hace la nigeriana: “¿Qué pasaría si a la hora de criar a nuestros hijos e hijas, no nos centráramos en el género, sino en la capacidad, en los intereses?” Podríamos liberarnos del yugo de lo que nos corresponde por ser hombres o mujeres y ser felices, se me ocurre.
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Es que, al igual que Chimamanda, creo en la capacidad de los seres humanos para reformularnos en versión mejorada. Empecemos por cambiar opiniones atávicas como la de que las niñas deben aspirar al matrimonio para realizarse, por dar sólo un ejemplo. (Son montones las creencias que se fijan desde la cuna, de generación en generación, inofensivas en apariencia, pero determinantes a la hora de emerger en el entorno). Vuelvo y coincido con mi amiga literaria: “La cultura no hace a la gente; la gente hace la cultura”. Cambiémosla y el mundo será más justo.
ETCÉTERA: Me cuesta poner, por hoy, el punto final. Hay tanto por hablar y actuar, más allá de las hormonas…