Además de ser un país de cafres, como lo dijo el maestro Echandía hace un montón de años, Colombia también es -entre otras cosas- un país de lengüilargos. Irse de la lengua es deporte nacional.
Empecemos por la vicepresidenta, Francia Márquez: parece ignorar que lleva siete meses instalada en el otro bando, en el de la élite que tanto ha atacado y ataca rabiosa. Con un olimpismo digno de mejores causas, descalifica cualquier crítica de la oposición, con el estribillo que baila en la punta de su lengua: es por ser pobre, mujer y negra. Error, madame. Esas características que la hacen una persona meritoria -no intocable, no perfecta- y, reconociendo que la aporofobia, el machismo y el racismo que brotan en el potrero han dificultado su tarea -los ataques aleves son inaceptables-, no pueden ser arma arrojadiza contra quienes señalan sus frecuentes salidas en falso. Rendir cuentas a los colombianos con helicóptero, como usted, y sin helicóptero, como yo, es su obligación de funcionaria pública; no la eximen de ella el estrato, el sexo y el color de la piel. ¡De malas!
Sigamos con Antonella, la hija menor del presidente, cuyas apariciones públicas la han expuesto al canibalismo de las redes, los medios, la gente… La última, aquella tarde en que su papá fungió de Acevedo y Gómez arengando a la multitud desde el balcón, la veía con su niñez envuelta en la camiseta de la Selección y me preguntaba: ¿qué pinta en un acto político – ¿populista? -, en lugar de estar haciendo tareas como cualquier colegiala de su edad? Y como nunca se sabe dónde pueden ir a parar, ni con qué fines, las imágenes que salen de ocasiones como esa…, la semana pasada La Silla Vacía se valió de una, para ilustrar un informe sobre su hermano Nicolás. No fue ilegal la opción del portal, menos “una canallada” -deslenguado Petro al usar este calificativo-, puesto que las tales fotos andan sueltas en el ciberespacio; debió abstenerse, sí, tratándose de una menor. Pero, atención, la protección de la intimidad de los niños empieza por los padres, vivan donde vivan. En la Casa de Nariño, por ejemplo.
Y terminemos con la presentadora de tevé, Carolina Cruz, quien recientemente dio una muestra de “lengüilarguez” al referirse a la explantación de las prótesis mamarias a la que, por distintos motivos, están acudiendo muchas mujeres. “Creen que la depresión se debe a lo que tengo en el cuerpo. Entonces, me saco las puchecas, quedo como un hombre, así plana como una pared y con una cicatriz horrible. Pero no, sigo deprimida…”, pontificó en el momento inadecuado -tenía invitadas que acababan de pasar por el quirófano-, en el lugar inadecuado -el magazín en el que trabaja es visto por miles de personas, desinformadas muchas- y de la manera inadecuada -como experta en medicina es excelente exreina de belleza- y, además, con empatía inexistente. El rating no puede ser patente de corso para decir la última palabra sobre nada, señora.
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ETCÉTERA: ¿Sabía, Carolina, que ninguna curva en el cuerpo humano es comparable a la que se forma en el rostro cuando una sonrisa es abierta y franca? Las otras, las “puchecas” -naturales o quirúrgicas-, son meros accidentes geográficos. Y ya sí me trago la lengua.