Los cierres de ciclos suelen estar acompañados de nostalgia, de esta emoción agridulce que combina la tristeza por algo que acabó con la alegría de que tal cosa haya podido suceder.
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Suelen -o solían ser- momentos para hacer un alto en el camino y mirar en retrospectiva, recapitular los acontecimientos, identificar hitos, celebrar logros, honrar el proceso, sacar aprendizajes, y luego de hacer un balance, ponerle fin a un capítulo para continuar con el siguiente.
Digo “solían” porque nuestro mundo se está moviendo tan rápido y nosotros corriendo tanto, que se ha vuelto difícil para muchos hacer ese alto en el camino. Como si la lógica de la actualidad no permitiera hacer “altos”, como si parar estuviera prohibido; y entonces apenas está finalizando el año y la mente de muchos ya está recorriendo el 2024 o ya incluso le dio un par de vueltas. Ya ni tiempo para sentir nostalgia, gratitud, o cualquier otra cosa que sintamos respecto a lo recorrido este año.
Al final de un ciclo es común que, cuando disminuye el ruido y la velocidad y le damos una oportunidad al silencio y la quietud, aparezcan cuestionamientos existenciales profundos respecto a qué estamos haciendo con nuestra vida y para dónde vamos con ella:
¿Esta es la vida que quiero vivir?, ¿esta es la persona que quiero ser?, ¿así es la relación en la que quiero estar?, ¿es esto en lo que quiero trabajar?, ¿tengo descuidado algo que es importante para mí?, ¿si estoy dando pasos hacia eso que deseo?.
Y, entonces, por un lado o por el otro, suele colarse una especie de melancolía. Cuando al hacernos estas preguntas -o incluso sin hacérnoslas- aparecen cosas como: “Otro año más y yo todavía…”, “Se acabó este año y yo sin…”, “Otro año en el que no conseguí o cumplí…”, o, “Como era de bueno cuando…”, “Quisiera que todo fuera como…”; se da el incómodo o doloroso encuentro con la falta, la nostalgia por eso que algún día fue y ya no es, o la añoranza desesperanzada por lo que esperábamos que sería nuestra vida para este momento.
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O, cuando es lo contrario, cuando hacernos estas preguntas nos permite darnos cuenta de todo lo que tenemos, de lo afortunados que hemos sido y de lo agradecidos que nos sentimos, termina infiltrándose el miedo a que todo eso se acabe, aparece anticipada la nostalgia del futuro para cuando depronto ya no gocemos de todo lo que hoy gozamos: la compañía de los seres queridos que están envejeciendo, la presencia de los niños que están creciendo, los detalles románticos de la pareja que estamos construyendo, la salud, el trabajo, el dinero, los amigos, etc. Y ese infiltrado termina en muchos casos estropeando o saboteando el disfrute y la dicha del presente con el ¿Hasta cuándo me irá a durar?.
El fin de un año nos confronta con la idea de que el tiempo está corriendo, de que la vida está pasando, de que hemos cambiado y han cambiado los que nos rodean, y las relaciones que tenemos -o teníamos- con ellos. Nos pone en contacto con esa nostalgia melancólica de lo que algún día fue y aquello que algún día ya no será, nos pone de frente con una realidad de la vida: la impermanencia. Nada es para siempre, ni eso que tanto amamos ni eso que tanto nos duele.
Entonces, o aparece la nostalgia que nos lleva a aferrarnos al pasado, o aparece la ansiedad por anticiparnos al futuro, y en ambos casos nos perdemos la oportunidad de habitar el presente, que es precisamente donde está ocurriendo la vida. Démonos el permiso de vivir la vida hoy, de SENTIRLA como se siente hoy, antes de planear y definir cómo se debería sentir dentro de un año y qué vamos a hacer para lograrlo. Y además, démonos el regalo de reconocer el camino recorrido que nos trajo hasta aquí: las decisiones que tomamos, los primeros pasos que dimos, los instantes de valentía, los desafíos que enfrentamos, los momentos que disfrutamos, los errores que cometimos, los dolores que atravesamos, los objetivos que logramos, y todo lo que aprendimos.
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Parar es necesario y hacer cierres es importante. Del afán no queda sino el cansancio. Mi invitación hoy es a bajar la velocidad, a dejar de correr en automático y darle un lugar a la pausa, a bajarnos un rato del frenético tren de la productividad y el productivismo, y sentarnos tranquilos a recapitular el trayecto recorrido este año. No hay que correr a planear el año que viene, no hay afán de definir metas y propósitos para el 2024; se vale disfrutar el momento y el lugar en el que estamos hoy sin apresurarnos a responder la pregunta: ¿y ahora qué sigue?.