Una clase de equitación llena de aprendizajes. La yegua Indira me enseñó que llevar las riendas es una cosa, pero llevar el control es otra muy distinta
La vida está llena de primeras veces. Y aunque uno viva muchas cosas, cuando las repite con los hijos, son primeras veces otra vez.
Mi hijo Cristóbal ama los caballos. Lo paradójico, es que lo asustan un poquito y le dan alergia (pero nada que un abrazo de mamá y una loratadina no puedan quitar). Entonces nos pidió que lo lleváramos a una escuela de equitación, y yo, que había estado en la misma escuela 25 años antes, quise volver a montar.
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Era la primera vez que montaba con los ojitos expectantes y la mirada orgullosa de mi hijo.
Era la primera vez que montaba sin pensar en la altura de un obstáculo y sin la obsesión de ir a la cabeza de la sección.
Era la primera vez que yo veía humildemente en el caballo un maestro.
Esta semana tuve una clase muy especial. Quizás en la que más he aprendido, porque se me pareció tanto a la vida misma…
Era la primera vez que montaba sola y eso me supuso un reto enorme, porque cuando uno va con más personas, los caballos se siguen entre ellos y todo es más mecánico. Así que me tocó realmente conducir y me di cuenta de todo lo que me falta por aprender.
Monté a Indira, una yegua muy tranquila con la que ya había hecho antes un ejercicio de equino-terapia y había sentido una conexión increíble. Otra primera vez… nunca la había montado en silla, ni con botas, ni con fusta. Mejor dicho: nunca la había montado con tantas ventajas.
Indira se quería salir del picadero cuando cruzábamos la salida. Me la hizo muchas veces, y en varias, casi salgo volando en el intento. Entonces yo, para no dejarme, la halaba con toda la fuerza de mis brazos; y cuando la situación casi se salía de control, me abalanzaba con todo mi cuerpo hacia adelante para retomarlo.
Una y otra vez, poniendo la energía donde no la tenía que poner.
Llevábamos casi diez minutos galopando. Indira y yo, peleando el control. Pero ella, mucho más grande, me sacudió hasta botarme. ¡Qué revolcada más buena! Quedé de arena hasta el tope y todavía me duele hasta el pelo. Sería por la adrenalina, pero no sentí nada después de la caída y me paré inmediatamente. Indira estaba quieta al lado mío, mirándome. Yo la abracé y estoy segura de que, si hubiera podido, ella también me hubiese abrazado de vuelta. Ahí mismo me volví a montar y seguimos galopando.
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Cuando quieres tomar el control de la vida, ella te muestra que eso es solo un desgaste de energía que podría ser invertido en otra cosa más divertida, más placentera y mucho más fluida. Llevar las riendas es una cosa, pero llevar el control es otra muy distinta.