La línea de llegada

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Hace poco estaba hojeando un libro de un autor que me ha enseñado casi todo lo que sé de mercadeo, y en su página dedicatoria decía: “Para mi abuelita, que vivió como si no hubiera una línea de llegada”. 

Inmediatamente pensé en la pobre abuelita que no habría alcanzado a llegar. Pensé en todos esos que se le adelantaron en sus 91 años de camino y pensé en los que la esperaban para celebrar del otro lado. Muy triste todo, muy triste. 

Pensé entonces en la línea que me espera a mí al ¿final? de mi vida. Lo curioso fue que no supe ni dónde quedaba, ni qué debía hacer para cruzarla como ganadora. Y peor aún: en el caso de que existiera la posibilidad de cruzarla, me abruma hasta el día de hoy, aquí sentada escribiendo, el hecho de no tener ni idea de qué hacer con el tiempo que me quede después de hacerlo. 

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Vemos la vida como nos han enseñado a verla. A punta de logros, de cumpleaños, de treinta y unos de diciembre, de lutos, de acontecimientos… 

No de lo que hacemos para lograr algo, o de los aprendizajes cuando no lo logramos. 

No de lo que sucede entre año y año.

Ni de las memorias que construimos con los que ya no están. 

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Ya ven que la pobre abuelita no era ni tan pobre. Vivió donde tenía que vivir, donde existía un faro más que un destino. ¡Hey!, ningún barco llega al faro, ¿verdad? Todos los barcos encallan en las playas cercanas y zarpan de nuevo por un mismo océano que jamás alcanzarían a recorrer entero. Ya ven que la pobre abuelita no era ni tan pobre. Se murió y lo que dejó fue un legado más grande que cualquier testamento. 

Celebremos el proceso. Es lo que realmente vamos a gozar. 

¿La casa que queríamos? Algún día nos vamos a quejar de la gotera, del aseo interminable, del vecino que pone la música a todo taco. 

¿El trabajo que queríamos? Algún día vamos a anhelar la osadía de los centennials y vamos a querer dejar todo tirado para ir de excursión por el mundo. 

¿El matrimonio que soñábamos? Algún día vamos a querer ahorcar al marido porque no encuentra (por milésima vez) las cosas que él mismo dejó regadas.

¿La medalla por la que trabajamos? Algún día nos va a dar miedo romper nuestro propio récord. 

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Así que, ojos atentos, oídos pendientes y corazón abierto mientras buscamos con ilusión esa casa, estudiamos para esa entrevista laboral, nos comprometemos con esa persona que nos mueve las tripas y entrenamos para el podio que nos espera, si es que hay un final en la carrera. 

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