En 1993 publiqué en este mismo periódico y bajo el seudónimo de Doña Gula, una columna con el título de la presente. Hoy quiero referirme a ella, extractando dos de sus párrafos, pues mis consideraciones de hace 20 años siguen vigentes y complementan los argumentos de Tettay.
Veamos: “El primer beso que me dieron en Inglaterra me lo dio un maletero que fácilmente podía ser mi abuelo. Transportó mi equipaje cuadra y media por la estación Victoria hasta un clásico taxi londinense. No había terminado el hombre de acomodarlo en el baúl, cuando resolví sacar unas monedas del bolsillo y agradeciéndole con la palabra que mejor pronuncio en inglés… se las entregué. El anciano no creía. Las contaba, recontaba, se reía, me miraba… no lo podía creer. ¿Resultado? Gran abrazo y tremendo pico. Una vez me senté en la limosina, comencé por dudar de la fama flemática atribuida a los británicos y saqué una conclusión: una buena propina destruye generalizaciones sociológicas endosadas a la idiosincrasia de los pueblos. Con lo anterior no pretendo ufanarme de amplio y generoso, pues aunque nunca me ha sobrado el dinero, siempre he considerado las monedas simple menuda*. Mi equivocación continua vigente ¡jamás seré millonario! Sin embargo, las generosas propinas que acostumbro dar, me han reportado excelentes amigos entre los desconocidos que por primera vez me prestan un servicio”.
Convengamos: la propina para la gran mayoría debe ser voluntaria, para otros debe englobarse en la cuenta, hay quienes la cobran recargando arbitrariamente en el total del servicio un porcentaje; los más radicales opinan que la propina no tiene razón de ser, pero contrariamente quienes trabajan y viven gracias a ella, piensan diferente.
Las observaciones de Tettay sobre lo que acontece en el mundo de los restaurantes, son completamente certeras. Considero que una propina se debe dar cuando se siente, no debe ser obligación y mucho menos demostración. Nada más apropiado para concluir esta polémica –trivial para unos, fundamental para otros– que traer a cuento las palabras del poeta de Dublín: “En todos los asuntos sin importancia, el estilo y la franqueza son lo esencial. En todos los asuntos de importancia, el estilo y la franqueza son lo esencial”. Tengamos en cuenta esta máxima al momento de dar propina y el asunto estará resuelto.
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