La multiplicación de los panes
Mis abuelos tuvieron 14 hijos. Contaba doña Clementina que cuando hace unos noventa años iba a la plaza de mercado, al comprar bastimentos en grandes cantidades lograba buenos precios y era perseguida por los vendedores porque sabían que con ella tendrían una venta sustanciosa.
Recientemente estuve viendo algunas películas ambientadas en la Italia de los años 50 ó 60. En ellas, una escena común es una fiesta de una tarde de verano, en la que participa una familia sentada al aire libre alrededor de una gran mesa de madera que está localizada en un patio bajo un parral, alrededor de esta mesa se realizan almuerzos pantagruélicos regados con abundante vino; en cierto momento alguien empieza a tocar el acordeón, todos cantan, danzan y se divierten; en la fiesta están los abuelos octogenarios, sus hijos, nietos y biznietos, familiares, amigos e invitados.
Estas imágenes me trajeron a la memoria dos situaciones de mi vida. En la primera aparecen mis abuelos Rafael y Clementina, en la segunda don Tulio y doña Lucila. Ambos casos con algo en común: un número importante de hijos.
Mis abuelos tuvieron 14 hijos. Contaba doña Clementina que cuando hace unos noventa años iba a la plaza de mercado, al comprar bastimentos en grandes cantidades lograba buenos precios y era perseguida por los vendedores porque sabían que con ella tendrían una venta sustanciosa. En esas épocas no había neveras para conservar los alimentos y por lo tanto tenía que ir 2 ó 3 veces a la semana a la plaza de Cisneros. Terminada su mañana de compras, que empezaba muy temprano, buscaba un carro de bestias que llevaba la preciosa mercadería desde la plaza a su casa situada en la calle Ecuador. La montaña de comida que había comprado desaparecía en 2 ó 3 días. Con ella atendía la demanda insaciable de sus 14 hijos, la de sus amigos que aparecían a las horas de las comidas, la de las personas que trabajaban en su casa y la sus familiares, que ese día habían venido a Medellín desde poblaciones cercanas o lejanas y que pasaban a saludarlos. Parecería que el bolsillo de mi abuelo era inagotable, lo que no era cierto, pero ellos administraban juiciosamente la economía familiar, en tal forma que nunca faltara en su mesa una comida digna que apaciguara el hambre de las 20 o más personas que acudían a ella diariamente.
Don Tulio y doña Lucila tuvieron 11 hijos y 3 sobrinas que eran como otras hijas más, en total 14. Don Tulio trabajaba desde temprano en la mañana hasta muy tarde en la noche, por su trabajo se pasaba horas y horas sumando, restando, multiplicando y dividiendo en su calculadora Facit, tenía un buen humor extraordinario, miraba siempre a la vida con optimismo y estaba confiado en que nunca les faltaría con qué alimentar a su extensa familia. Doña Lucila trabajaba incansablemente; además de llevar la casa, administraba un mini mercado con unas amigas, organizaba bingos en su casa, ayudaba a la iglesia y ejecutaba otros trabajos que ayudaban a sobrellevar la pesada carga económica que significaba levantar esa familia. Siempre tenía 2 ó 3 ayudantes en la casa, en la cocina bullían permanentemente las ollas que al final alimentarían a sus hijos, a las sobrinas cuando iban, a sus maridos e hijos, a los novios o novias de sus hijos; por si fuera poco, a los amigos de los hijos, a las personas que pasaban a saludarla porque era muy querida, y además le quedaba algo de comida para repartir a los necesitados del vecindario. Para las grandes fiestas se trabajaba durante varios días en la cocina, en la preparación de unos tamales inmensos, un gran pernil de cerdo, ensaladas de todas clases, postres, tortas, en fin todo lo necesario para saciar las bocas hambrientas que pulularíamos ese día por su casa.
En su época ya existían las neveras, para ese familión una no era suficiente. Para ir a sus compras a la plaza de mercado o a “La Candelaria” iba en una inmensa camioneta, regresando con ella completamente cargada llena de bultos y canastos colmados, la descargada y acomodo de las compras en la despensa era todo un operativo familiar. Con tanta demanda no era extraño que tuviera que ir de compras una segunda o tercera vez cada semana, para ajustarse a las necesidades insaciables de todos los que pasábamos por su mesa, siempre se hacía un poco más por si aparecía alguien a última hora, lo que seguramente ocurriría.
Las familias numerosas existen hoy en el recuerdo de los mayores o en las novelas, ahora lo normal es que sean de 4 personas: los padres y uno o dos hijos. Pensando en este tema y reflexionando acerca de las personas descritas y como hacían para sobrevivir, yo me pregunto: ¿no sería por casualidad que por su espíritu cristiano y alta religiosidad se realizaba diariamente, sin que fuéramos conscientes de ello, el milagro que nos relata San Juan en la Biblia sobre la multiplicación de los panes y los peces?, de otra forma no me explico cómo podría suceder lo que hoy he narrado.
Buenos Aires, abril de 2008