Juan Luis Mejía: “Lo que más valoro de mi paso por EAFIT es haberme logrado conectar con los estudiantes”

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En unos días, Juan Luís Mejía dejará su cargo de rector de EAFIT. En su despedida, nos habla de logros pasados y de sueños futuros, pero también de sus ocupaciones presentes.  Organizar su biblioteca, por ejemplo.

El recién egresado como abogado de la UPB ya había montado su oficina, Mejía y Arrubla Inc, y ya estaba trabajando en el despacho jurídico de Coltejer, cuando le ofrecieron la dirección de la Biblioteca Pública Piloto, en 1979.  Nada qué hacer: desde ese momento, picado por el bichito de la cultura, Juan Luis Mejía empezó a recorrer el camino de los libros, el arte y la educación.  Con su energía contagiosa -don de gentes, como diría doña Sofía Ospina-, y su vasto conocimiento intelectual, empezó a transformar todos los sitios a donde la vida lo fue llevando.

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“Yo creo que fue el golpe más duro que le di a mi papá”, dice Juan Luis.  “Imagínese: en esa época Coltejer era la empresa más importante, y para estos señores ‘colocarse’ en una entidad de esas ya era un seguro para el resto de la vida”.   Pero si hubiera tenido la posibilidad de vislumbrar el futuro, su papá no habría tenido razón para preocuparse. En 1983, el presidente Belisario Betancur le ofreció a Juan Luis Mejía la dirección de la Biblioteca Nacional, y, después de radicarse en Bogotá, ejerció allí diferentes cargos durante 14 años: en Colcultura, en la Cámara Colombiana del Libro, y en las editoriales Planeta y Voluntad.  En cada uno de estos lugares, Juan Luis puso su marca personal: fue creador, junto con Jorge Valencia Jaramillo, de la Feria del Libro de Bogotá, y redactó el proyecto para el nacimiento del Ministerio de Cultura.  Y en esa época empezó su interés por la educación, pues decidió fundar con su suegro el Colegio Horizontes, en Llanogrande, por lo que volvió otra vez a su tierra, a iniciar un proyecto que parecía un sueño.  “Pero a los dos años recaí en la burocracia -dice-.  El alcalde Juan Gómez Martínez me nombró Secretario de Educación, y, estando allí, el presidente Pastrana me llamó para ocupar el Ministerio de Cultura”.  Un periplo que empezó otra vez en Bogotá y terminó en España, como cónsul en Sevilla y después como Ministro Plenipotenciario de la Embajada de Colombia, en Madrid.

En 2003 ya Juan Luis Mejía estaba listo para llegar a la que ha sido su casa durante los últimos 17 años.  Ingresó a la universidad EAFIT como miembro del Consejo Superior, y, en 2004, cuando el rector de ese momento, Juan Felipe Gaviria, fue nombrado gerente de EPM, Juan Luis ocupó ese cargo.  En todos estos años, el país entero ha visto la transformación de lo que fue inicialmente una escuela de administración y finanzas en una universidad de tercera generación, es decir, una institución que además de transmitir y generar conocimiento, transfiere sus capacidades al entorno.   

A unos días de su despedida de EAFIT, le preguntamos: ¿qué es lo que más lo enorgullece?: “Es muy difícil resumirlo -dice-. Pero lo que más me ha emocionado son las palabras de los estudiantes.  Esas palabras que han escrito y expresado es lo más importante para mí.  Y yo les he dicho: ¡pero si en todas las universidades los estudiantes lo que quieren es echar al rector…!  Haberme logrado conectar con ellos, creo que es lo más valioso.  Todo lo demás se hizo con un equipo maravilloso. Yo creo que lo más importante para un directivo es reconocer sus vacíos, sus déficits, sus ausencias, por lo que hay que saber rodearse de personas de confianza que lo complementen a uno”. 

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Una construcción que, reconoce, no inició con su llegada: “Mi informe final no es un recuento de mi labor.  Es un informe que se llama ‘La construcción colectiva de una idea de una universidad’. Yo no parto de 2004, sino del año 1996, con Juan Felipe Gaviria, porque realmente ahí inicia la construcción de una universidad con énfasis en las humanidades (…). Realmente lo que ha venido existiendo en EAFIT es un proyecto que ya va a cumplir 25 años, que se arma día a día, con la intervención de muchas personas”.  

Todos sabemos que Juan Luis no se va a quedar quieto.  Este exabogado de Mejía & Arrubla Inc, que fue pieza fundamental en el nacimiento de la Feria del Libro de Bogotá y el Ministerio de Cultura, que se gozó su cargo en La Piloto, al lado de Manuel Mejía Vallejo, y se montó en el enguande de crear con su suegro un colegio campestre, ¿a qué se va a dedicar ahora? “Lo primero que hay que hacer es algo así como serenar el cerebro, apaciguar el espíritu -dice-; porque estos trabajos implican un agite tremendo, y el cerebro se acostumbra a eso.  Lo primero es decirme: bueno, Juan Luis, vos pa’ donde vas; vení a ver… hablemos”.  Y agrega: “Ah, y organizar la biblioteca. Que cuando quiera un libro, pueda encontrarlo”.  

Eso significa que tendremos conversaciones y charlas deliciosas de Juan Luis por mucho rato: “Estoy organizando lo que he escrito toda la vida, a ver si se recoge algo.  Revisar lo que he escrito en literatura, en cultura, en arte, a ver qué va saliendo”. Eso sí, dice, no esperemos nada de ficción ni de poesía: “Como todo colombiano, he cometido versos que, afortunadamente, ya ingresaron al olvido.  Cuando ingresé a la Piloto, me volví muy compinche de Manuel Mejía Vallejo. Me decía: ‘Vos por estar burocratiando no vas a escribir. Vos lo que tenés que hacer en la vida es escribir’. Pero no le hice caso”.

Hablamos con el rector Juan Luis Mejía sobre su vida y sus proyectos futuros.

Tengo entendido que usted estudió Derecho… ¿Alguna vez ejerció como abogado?

Yo estudié en la UPB.  Tuve la fortuna de que la Facultad de Derecho era en la avenida La Playa, pero por la calle Maracaibo entraban los de Filosofía, y yo me pasaba más tiempo en Filosofía que en Derecho.  Porque estábamos en pleno boom latinoamericano, y teníamos un profesor excelente que se llamaba Guillermo Escobar Herrán. Era una época en la que no me explico cómo nos criamos, porque era esa mezcolanza del boom latinoamericano, pero todavía había parte del existencialismo, del sicoanálisis, estaba todo el marxismo… Entonces yo no sé, eso era una mezcla muy rara. Uno no daba abasto.

Terminé la carrera y puse una oficina con Jaime Arrubla, Mejía y Arrubla Inc, en el Parque Bolívar. Jaime me soportó un tiempo.  Luego me fui con Luis Carlos Ospina.  Me casé, y yo no hacía ni pa’ envenenar un canario.  Después entré a la oficina jurídica de Coltejer, y estando ahí un tiempo me ofrecieron la dirección de la Biblioteca Pública Piloto.  Creo que fue el golpe más duro que le di a mi papá.  Imagínese: en esa época Coltejer era la empresa más importante, y para estos señores ‘colocarse’ en una entidad de esas ya era un seguro para el resto de la vida.  Entonces me voy en el año 79 a trabajar de director de La Piloto, y fueron años maravillosos.  La Piloto era un epicentro en ese momento, un hervidero cultural.  Allá llegaba los miércoles Manuel Mejía Vallejo, a dictar su taller de escritores, y siempre teníamos un escritor o un pintor invitado. Allí se armó todo ese grupo con Manuel, con Darío Ruíz, con Luis Fernando Peláez, con Oscar Jaramillo… con Orlando Mora, Elkin Restrepo, con Fernando González hijo, que era uno de mis personajes inolvidables.  Entonces fueron unas épocas maravillosas.

Se habla mucho del grupo de La Cueva de Barranquilla, pero algún día hay que escribir del grupo de Medellín, en esos años fecundos. Había una gran conexión con Cali, con Fernando Cruz Kronfly, especialmente, y con Barranquilla, a través de don Germán Vargas. Y con Bogotá, con el poeta Rivero.  Fue un momento de efervescencia cultural en la ciudad, y como en un sistema planetario, todos girábamos alrededor de Manuel Mejía.  Fueron años maravillosos; estaba el cine también con el padre Luis Alberto Álvarez; el Subterráneo, con Pacholo; Ernesto, el de Lealón, “la editorial de los pobres”.  Y había dos entidades que nos alimentaban con cosas del exterior: el Colombo Americano y la Alianza Colombo Alemana, el Instituto Goethe, que nos puso en contacto con todo ese movimiento cultural del momento alemán. Y el padre Luis Alberto Álvarez, que era un experto en ese cine alemán.  

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Allí estuve hasta el año 83.  Cuando llegó Belisario Betancur a la Presidencia, me ofreció la dirección de la Biblioteca Nacional, porque había muerto su director, Eddy Torres, hijo de Ignacio Torres Giraldo.  Entonces me fui para Bogotá por un año… y me quedé 14 años.  En la Biblioteca Nacional solo estuve un año, porque hubo un cambio en Colcultura; llegó Amparo Carvajal, le caí como bien, y entonces me nombró Subdirector de Patrimonio.  

Después de Colcultura, en el año 87, me fui de director de la Cámara Colombiana del Libro, con Jorge Valencia Jaramillo.  Creamos la Feria del Libro de Bogotá.  Después de la Feria, me fui para Editorial Planeta, y después a Editorial Voluntad.  Entonces volví a Colcultura, como director, en el gobierno de Ernesto Samper.  Una de sus promesas de campaña era crear el Ministerio de Cultura, por lo que me tocó redactar todo el proyecto y empezar el trámite.  Pero, en ese momento, decidí fundar con mi suegro el Colegio Horizontes y me vine otra vez para Medellín. Me decían: ‘estás loco, como te vas a ir para un colegio’. Pero regresar a la tierra después de tantos años en Bogotá fue una decisión maravillosa, de la que no me arrepiento.

¿Por qué decidieron fundar el Colegio Horizontes?

Mi suegro es de una familia de maestros. Su hermano Conrado González había transformado el sector de Robledo con su colegio, y él quería fundar otro colegio campestre.  Para ellos el Gimnasio Moderno, de Agustín Nieto, era el modelo. Entonces fundamos este colegio en Llanogrande.  Pero a los dos años recaí en la burocracia:  el alcalde Juan Gómez Martínez me nombró Secretario de Educación, y, estando allí, el presidente Pastrana me nombró como Ministro de Cultura. Entonces nos volvemos para Bogotá.  Cuando salí del Ministerio,  el Presidente me dijo: tengo reservado el Consulado de España para alguien muy especial. Entonces estuve dos años en España, primero en Sevilla y después en Madrid, como Ministro Plenipotenciario de la Embajada de Colombia.

Yo ingresé realmente a EAFIT en el año 2003, después del asesinato de Guillermo Gaviria y Gilberto Echeverri. Gilberto era del Consejo Superior, yo entré a reemplazarlo. Y cuando Juan Felipe se fue para EPM, entonces ya me nombraron rector.

¿Qué es lo que más lo enorgullece del trabajo que ha hecho en EAFIT?

Es muy difícil resumirlo. Pero lo que más me ha emocionado son las palabras de los estudiantes.  Esas palabras que han escrito y expresado es lo más importante para mí.  Y yo les he dicho: ¡pero si en todas las universidades los estudiantes lo que quieren es echar al rector…!!  Haberme logrado conectar con ellos, creo que es lo más valioso.  Todo lo demás se hizo con un equipo maravilloso. Yo creo que lo más importante para un directivo es reconocer sus vacíos, sus déficits, sus ausencias, por lo que hay que saber rodearse de personas de confianza que lo complementen a uno. Ha sido una construcción colectiva. 

Y la transformación de la Universidad, por supuesto… Usted siguió el legado del rector Juan Felipe Gaviria.

Por eso mi informe final no es un recuento de mi labor.  Es un informe que se llama ‘La construcción colectiva de una idea de una universidad’. Yo no parto de 2004, sino del año 1996, con Juan Felipe Gaviria, porque realmente ahí inicia la construcción de una universidad con énfasis en las humanidades. La construcción de la biblioteca, la creación de la orquesta, la escuela de música… Son puntos de quiebre de la Universidad, con Juan Felipe.  Entonces realmente lo que ha venido existiendo en EAFIT es un proyecto que ya va a cumplir 25 años, que se arma día a día, con la intervención de muchas personas, desde los presidentes en los Consejos Superiores (el doctor Jorge Iván, Nicanor Restrepo, Álvaro Uribe Moreno, y ahora José Alberto).  Entonces eso lo que ha sido es una construcción de mucha gente.  Lo ven a uno más, pero logramos construir una Universidad que está en proceso todavía;  como decía mi suegro, una institución educativa nunca se termina… Es como las catedrales medievales.

¿Qué proyectos tiene de acá en adelante?

Todas mis energías están dedicadas a entregar bien, a hacer un empalme con Claudia Restrepo, entregarle bien la Universidad… En eso estoy. Lo primero que hay que hacer ahora es algo así como serenar el cerebro, apaciguar el espíritu; porque estos trabajos implican un agite tremendo, y el cerebro se acostumbra a eso.  Lo primero es decirme: ‘bueno, Juan Luis, vos pa’ donde vas; vení a ver… hablemos’. Pero lo importante no es terminar, sino el proceso.

Por ahora, el primer paso es organizar la biblioteca. Que, según Borges, es el mejor ejercicio: después de decantar, qué es lo que queda.  Que cuando uno quiera un libro, pueda encontrarlo. En los últimos años la biblioteca era un caos: yo llegaba con libros y libros, y después no sabía dónde los ponía.  Y organizar mis papeles. Estoy organizando lo que he escrito toda la vida, a ver si se recoge algo.  Revisar lo que he escrito en literatura, en cultura, en arte, a ver qué va saliendo.

¿Escribirá algo de ficción o de poesía? ¿O tiene guardadas algunas joyas literarias? 

Como todo colombiano, he cometido versos que, afortunadamente, ya ingresaron al olvido.  Cuando ingresé a la Piloto, me volví muy compinche de Manuel Mejía Vallejo. Me decía: ‘Vos por estar burocratiando no vas a escribir. Vos lo que tenés que hacer en la vida es escribir’. Pero no le hice caso.

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