“Algún día los hombres volarán de un sitio a otro
y serán capaces de enviar mensajes a muchos cientos de millas de distancia en un instante
y recibir respuesta sin intervención de persona humana.
Podrán también transmitir su pensamiento a otras criaturas aunque estuviesen en el más remoto y oscuro rincón de la ciudad, con otros notables experimentos”.
Francis Godwin 1562-1633
Existió en Medellín un lugar llamado FAES -Fundación Antioqueña para los Estudios Sociales- del cual fui usuario consuetudinario durante más de ocho años. Algún día me encontraba revisando el archivo de El Colombiano y en una edición del 13 de agosto de 1921 encontré una noticia que daba cuenta sobre la llegada a China de una donación en dinero, ropas nuevas y cobijas, que las familias pudientes de Medellín habían recolectado y enviado para los damnificados de un terremoto acontecido el 16 de diciembre de 1920, causando más de 200.000 muertos en la provincia china de Haiyuan.
La noticia del 13 de agosto anunciaba que, después de 8 meses, los veinte arcones despachados desde Medellín habían finalizado su periplo exitosamente. Así se vivía hace 100 años, esa era la velocidad de las noticias. El primero de diciembre de 2019 se identificó el primer afectado por coronavirus en la ciudad de Wuhan (China central); el 2 de diciembre, 4.000 millones de personas en el resto del mundo también se enteraron sobre el coronavirus.
En mi condición de profesor de cátedra en la Universidad de Antioquia, he percibido que mis alumnos (todos de generación Y) jamás en sus años de colegio recibieron una clase de geografía e historia (considerado conocimiento inútil) resultado de las políticas públicas sobre educación implementadas por los gobiernos de turno durante más de 23 años (1994-2017).
Argumento lo anterior, porque he logrado constatar que para ellos no existe una noción clara (sólida) sobre el origen de la humanidad o sobre las civilizaciones y las culturas con milenios de subsistencia; tampoco significa mayor cosa conocer la historia de la política, de la ciencia, del arte, y mucho menos importa conocer sobre la diversidad específica de los cuatro puntos cardinales de la tierra.
Reconozco: existe sí, y de manera amplia y generalizada, una solidaridad muy sentida por la conservación del planeta y en contra del calentamiento global. ¿Qué ha pasado? El desarrollo científico y técnico de las comunicaciones mundiales es “el culpable” del modelo de conocimiento que hoy guía al hombre del siglo XXI; su modus vivendi depende totalmente del teléfono inteligente, el cual se ha convertido en la lámpara de Aladino o en el oráculo que le informa y le resuelve todo, trátese de lo que se trate.
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Quienes hoy tenemos más de medio siglo, estamos obligados a entender las nuevas generaciones, incluyendo sus relativos desconocimientos y aceptando sus razonamientos afectados por la inmediatez y escasa reflexión. La escabrosa pandemia que hoy estamos soportando nos ha puesto en un momento de la historia, donde las coordenadas de tiempo y espacio nos confrontan a los adultos mayores de 50 años con dichas generaciones.
Lo que hoy está aconteciendo me trae a la memoria mis lecturas de José Saramago y me pone a especular sobre futuros imaginarios, pero no imposibles, así en una hipotética novela de Saramago podría leer algo como: “…y en esa mañana de junio del año 2025 en todas las calles de todos los pueblos y países del mundo, millones de personas deambulaban esquizofrénicas… sus teléfonos no funcionaban; en ningún rincón del planeta había internet”.
A la fecha, la humanidad sigue en zozobra. Nadie responde con certeza cuando se borrará del planeta este enemigo cuasi invisible. Objetivamente, el devenir histórico de la humanidad nos ofrece un presente muy complejo, cuya realidad se encuentra desgastada y corrompida por las ideas políticas y los modelos macroeconómicos en que ellas se sostienen. Serán el discernimiento y el análisis los que van a dinamizar las decisiones -vengan de quien vengan– para definir un nuevo proceso de convivencia.
Estamos en manos de la inteligencia humana cuyos logros en todos los campos de la ciencia y la tecnología son absolutamente grandiosos, constituyendo la impronta y la garantía del crecimiento y evolución como especie.
Por: Julián Estrada Ochoa