Cada semana, cuando leo las quejas publicadas por Vivir En El Poblado, recibidas de habitantes de todas clases y sectores del barrio, me queda la clara sensación de que falta una presencia del Estado más cercana al ciudadano; hay ausencia de alguien que se preocupe por el buen estado de vías, jardines, sumideros, arborización, semáforos y seguridad, entre otros asuntos.
Da dolor reconocer que el barrio no tiene doliente y que no hay una línea de comunicación directa con la administración municipal. La distancia entre el ciudadano de a pie y el alcalde y sus secretarios es cada vez más amplia.
Este contacto solo se da en época electoral. Pasan meses sin funcionarios visibles a quienes presentar quejas, hacer sugerencias, formular reparos o proponer acciones para mejorar aspectos cotidianos de la vida en El Poblado, motivar el emprendimiento de campañas para embellecer parques, avenidas, fachadas en el vecindario, entre muchas otras obras.
Los medios de comunicación cumplen el objetivo de llamar la atención de los funcionarios para que atiendan quejas y reclamos; en algunos casos lo hacen pero en muchos otros prestan oídos sordos. No hay otra vía para pedir atención del Estado. Las líneas de atención al cliente en las dependencias públicas no funcionan como debieran y como creen el alcalde y sus secretarios. Hagan el ensayo para que sufran los rigores de la atención en los call center y pierdan la paciencia al igual que el resto de conciudadanos.
Falta alguien que haga las veces de “mayordomo”, de “ama de llaves”, que vigile que los detalles simples de un vecindario funcionen de manera adecuada: que se corten los pastos, se arreglen los cercos, se reparen los semáforos, se recojan los escombros y basuras, se limpien las zonas verdes, se ponga coto a los múltiples acopios de taxis, y a los buses y busetas en sus sitios de parada obligada; se prohíba el estacionamiento de motos y automotores en vías públicas y sitios de alta congestión.
Buenos recuerdos quedan de la famosa “Sociedad de Mejoras Públicas”, ente que velaba por el civismo y adelantaba campañas educativas, de aseo y ornato de la ciudad. Hace falta quien cumpla algunas de sus funciones. Años atrás, un prohombre antioqueño, el doctor Jorge Molina Moreno, se ofreció para serlo y ejerció gratuitamente durante muchos años el papel de mayordomo de Medellín, de doliente de todas las zonas verdes y parques. Fue nombrado Alcalde Verde. Para mirar el alcance y bondad de su gestión, basta ver la arborización, los frutales, los pájaros, mariposas y demás animales que alegran la rutina ciudadana con sus trinos y vuelos, enamorando a quienes tenemos la fortuna de habitar en Medellín. Nuestra arborización y la variedad de aves son motivo de admiración para propios y visitantes.
¿Será entonces conveniente la presencia de una especie de mayordomo en el barrio o de una figura parecida, que sirva de enlace a los ciudadanos con sus gobernantes?
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Falta presencia del Estado
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