Todo en exceso es malo. Lo repitieron nuestras madres, abuelas y profesoras. Con la información, este dicho popular también aplica.
Lo que antes era un sueño, hoy parece ser una pesadilla: habitar una sociedad de la información. Es frecuente que busquemos huir de los millones de canales que a cada segundo insisten en bombardearnos, que de repente queramos huir de un chat para que la vibración del celular no afecte más nuestros sentidos, que estemos estresados porque no sabemos qué hacer ante semejante avalancha, esa misma que en los 60 fue un deseo y que hoy parece convertirse en una tortura. Estamos enfermos de información.
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“El exceso de información puede afectar lo que la gente piensa”, le respondió la escritora mexicana Margo Glantz a uno de los asistentes a Palabras Rodantes, el programa de lectura pública que durante 15 años han promovido el Metro de Medellín y Comfama. El hombre, de unos 60 años, le preguntaba por cómo enfrentarnos a una sociedad en la que nunca paramos de recibir y recibir información y en la cual parecemos estar nublados, como lo expresa el libro que esta mujer, de lucidez implacable, titula “Y por mirarlo todo, nada veía”, una forma de homenajear a Sor Juana Inés de la Cruz, quien en vida escribió: “Y por mirarlo todo, nada veía, ni discernir podía”.
Algunos han llamado a esta enfermedad infoxicación; puede googlearse, como todo en esta vida. Infoxicarse, en otras palabras, es estar intoxicado por la cantidad de información que recibimos y, como en toda intoxicación, puede presentarse diarrea, sangre, vómito, dolor en el abdomen y la cabeza, fiebre y sarpullidos, síntomas que no nos dejan seguir viviendo con normalidad. El exceso de información, por su parte, sobrecarga a la mente sin permitir que se profundice en los temas que se abordan. Como nos decían a los estudiantes de periodismo en la universidad: “Un mar de conocimientos a un centímetro de profundidad”.
Pese a que existe la información buena y la información mala, hemos convertido el segundo de los caminos en una experiencia colectiva. Uno de mis coequiperos insiste en decir algo que, aunque es cierto, todavía me resulta complejo de entender: “Las personas prefieren recibir mala información a no estar informadas”, lo que me lleva a pensar, en la duda y a preguntarme, ¿por qué nos cuesta tanto habitar la incertidumbre? Dudar viene de la palabra dualidad y quiere decir estar entre dos cosas o vivir de un lado a otro. Dudar, en otras palabras, es habitar el camino del medio, una expresión que si se abraza y comprende como algo natural que está en nosotros, como el bien y el mal, el día y la noche, el masculino y el femenino, puede ayudarnos a curarnos de esa enfermedad de vivir informados, con esa falsa sensación de saberlo todo.
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Producir buena información es una responsabilidad ética, así como distribuirla. Comprender que esta enfermedad es una pandemia que nos ha infectado como humanidad, es una tarea urgente. Curarnos de la infoxicación, individual y colectivamente, un acto de supervivencia para no ser, como la información en abundancia, esa que se pierde en el olvido.