En mi doble condición de asiduo degustador de aguardientes y de osado comentarista del mundo de los sabores, hoy me nace escribir esta lisonja, porque creo firmemente en los méritos y cualidades de esta monárquica poción. Veamos: Hace dos años que salió al mercado este aguardiente, precedido de una muy craneada campaña de lanzamiento con memorables fiestas en reconocidos clubes sociales y en diferentes ciudades de Colombia, buscando asegurar así su acertada presentación en sociedad. No soy experto en publicidad y mercadeo, pero es obvio que -en asuntos de licores- cuando se pretende salir por primera vez a un mercado, la imagen física y el nombre de aquello que se pretende lanzar, deben ser perfectos. La botella de este aguardiente goza de gran presencia, denota categoría y va con su acertado nombre. Este, sin lugar a dudas, fue otro magnífico acierto ya que, aprovechado el legado histórico, sustenta en él la leyenda de su origen y su longevidad.
Desde el primer instante en que vi la botella y leí su nombre quedé prendado por la certeza de ambas decisiones… cuando lo probé sólo atiné a pensar: ¡Le dieron en la pepa! No era un anisado más, era un aguardiente seco con excelente fortaleza y alejado de sabores fuertes o insinuados por hierbas o especies. Mejor dicho, un trago tirando a seco y muy cercano en su sabor a un buen mezcal. Desde el primero ¡me encantó!, pues me trajo recuerdos al paladar de aquel encantador mezcalito michoacano, cuyo nombre: “Palomitas Mensajeras”… lo dice todo.
No pretendo en esta crónica desparramarme en adjetivos e imaginarios vericuetos de sabor; esa tarea se la dejo a los especialistas en catas de vinos y licores. Creo no equivocarme si asevero que en los dos años de estar haciendo presencia –excepción hecha de publireportajes o de crónicas de sociedad durante sus días de lanzamiento- nunca más ha aparecido un comentario, a favor o en contra, de este “Premium de caña gorobeta”. Reitero: me ufano de conocer y de apreciar la casi totalidad de aguardientes que se producen en Colombia (Néctar, Cristal, Platino, Tapa Roja; Blanco, etcétera); y aunque no conozco ni he preguntado su opinión a un reconocido “sommelier de guaros” como lo es el Maestro Elkín Obregón*, de todas maneras me atrevo a considerar que este licor terminará, más pronto que tarde, siendo reconocido tal y como se lo merece. Personalmente, me he convertido en un gran partidario de su calidad y estampa, y a la vez lo he convertido en mi regalo preferido cuando se trata de llevar o aportar un trago más a la tertulia entre amigos, razón por la cual he recibido los más sinceros elogios de mis anfitriones, quienes en otras latitudes han quedado anonadados con la calidad de este aguardiente.
*Leer su artículo sobre el aguardiente antioqueño en Revista El Malpensante
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Digna lisonja para el Aguaardiente Real 1493
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