/ Julián Estrada
La mecha reventó con el lamentable caso Salamanca, a partir del cual se inició una campaña nacional de medios como nunca jamás se había visto. Durante más de cinco meses, todos los noticieros de televisión, todos los noticieros radiales y todas las primeras páginas de periódicos informaban las 24 horas diarias hasta el más remoto accidente causado por un conductor borracho en la inmensidad del territorio nacional.
Argumentar en contra de la ley que legisló sobre conductores ebrios, hace pensar a quien nos lee que para nosotros es más importante la riqueza que la existencia. Actualmente la premisa es:
“Todo aquel que tenga en su sangre una gota de alcohol y pretenda conducir un vehículo, es un asesino en potencia” o, en palabras de sus ponentes y defensores en el Congreso, “colombiano que se tome un trago y a la vez tome el timón… si Dios se descuida o el Diablo lo empuja, se convierte en asesino”.
En el mundo contemporáneo, donde el automóvil además de ser un ícono de prestigio es una herramienta de trabajo, la nueva ley afecta la convivencia amable y espontánea entre amigos de oficina, de tienda, de barrio, de club, de la vida; esta ley no deja que tres o cuatro amigos se tomen unas cervezas o intercambien ideas alrededor de una media de aguardiente; esta ley corta de un tajo la costumbre cotidiana de millones de personas que antes de llegar a su casa se tomaban uno o dos tragos; sí, esta ley prohíbe que el camionero que se aguantó un derrumbe de seis horas, pueda llegar a tomarse un aguardiente en la primera tienda disponible; esta ley no permite que el médico que operó durante siete horas salga de su quirófano y se tome un relajante whisky; esta ley exige que la juez o la fiscal que tuvo audiencia durante ocho horas continuas, espere hasta volver a su casa para tomarse un vino; esta ley impide que un taxista que manejó durante 12 horas, se tome una cerveza relajado antes de entregar su turno; esta ley considera que todos los colombianos nos embrutecemos con dos copas de trago; esta ley asume que todos los colombianos somos irresponsables; esta ley considera que es necesario castigar con absoluta severidad, pues, de lo contrario, el colombiano nunca aprenderá; esta ley hace pensar que en todos los bares y en todos los restaurantes de Colombia se fabrican borrachos y en ellos se inician los asesinos del volante.
Hoy, como consecuencia de esta ley, los aperitivos, los vinos y los licores tienden a desaparecer como complementos de la buena mesa; hoy, como consecuencia de esta ley, se ha iniciado en todo el país un enorme efecto dominó de cierres y quiebras de negocios (importadores de vinos y licores, bares y restaurantes); el desempleo que está generando esta ley tendrá consecuencias de violencia tanto o más absurdas que aquellas que hoy está suprimiendo. Es un comentario generalizado: “Al Congreso se le fue la mano en las sanciones sobre conductores ebrios”. Proponer la organización de una cruzada por una cultura etílica no es una apología a la borrachera. Se trata de sugerir una lectura diferente a las circunstancias y a los acontecimientos. No pretendemos su abolición, sugerimos sí su reestructuración apoyados en la experiencia de otras latitudes y como consecuencia de un debate alrededor de lo que alcoholemia significa. Sí, un debate donde participen expertos de la medicina, la siquiatría, el transporte público y los gremios afectados social y económicamente (Acodres, Cotelco, Fenalco, licoreras departamentales). Un debate donde se supere no solo el grado cero de alcoholemia, sino también el grado cero en tolerancia.
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