Testimonio de una médica que ha vivido con el virus desde el 15 de marzo.
Cuando Sandra* se levantó el domingo 15 de marzo sintió que algo no iba bien. Su garganta era un solo dolor, no podía tragar y, además, la cabeza le quería explotar y sentía malestar general. “Me dolían el cuerpo y las articulaciones. También estornudaba mucho y tenía mucha moqueadera”.
Sandra es docente de medicina en una universidad en Medellín y, además, trabaja en la clínica universitaria de su institución. Y desde ese 15 de marzo, vive con el COVID-19. Ya pasó su periodo de aislamiento, pero dice que todavía no se siente recuperada. Además, no han llegado las pruebas de su familia, por lo que si se junta con ellos nuevamente, podría haber un recontagio. Hasta que no sea totalmente seguro que ella ya no está infectada y que sus seres queridos no están enfermos, no es seguro dejar el confinamiento.
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Todos pensarían que se contagió en el trabajo, sin embargo, en esta época del año aún estaba lejos de internarse en la clínica. Fue en su misma casa: un colega extranjero, estadounidense, trajo el virus desde su país. “Eso fue lo que prendió las alarmas, sin ese vínculo, en la fase de contención las pruebas solo eran para personas que vinieran de afuera o que hubieran tenido contacto con pacientes enfermos”. Sandra hizo consulta digital a través de la app de Seguros Sura. Y la alarma sonó. El contacto con su amigo fue la gran sospecha. Mandaron a un equipo a que le hiciera la prueba y ella, mientras tanto, recordaba que su colega había estado varios días en cama: “decía que estaba cansado porque había estado de paseo en Jardín el fin de semana y había recibido mucho sol”. Hoy, hace la conexión y cuanto le contó, él también le dijo que había experimentado los síntomas. “¿Cuánta gente estuvo en contacto con él? En Jardín, en el avión, en el aeropuerto…”.
Desde ese domingo, Sandra decidió autoislarse. Avisó en su trabajo y se encerró en su cuarto para no poner en riesgo ni a su mamá ni a su esposo. “A diferencia de otros casos, no me dio ni fiebre ni dificultad para respirar”. Esto, aclara, es muy común en la gente joven, por lo que puede confundirse con una gripa.
El 25 de marzo llegó su prueba. “Era positiva”. Y le cayó el mundo encima. “Porque uno empieza a pensar muchas cosas: a cuánta gente pude haber contagiado, en dónde estuve, mis estudiantes, sus familias… Y todo se hizo real cuando la epidemióloga me preguntó nombres, fechas, tiempos…”.
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Sandra todavía vive con los síntomas. Dice que hay días mejores que otros, sabe que estará bien, pero se cuestiona. “Acá va a haber muchos enfermos y muchos muertos, y uno tiene que agradecer porque tuvo la oportunidad de salir adelante, porque a mí me dio suave ¿Qué voy a hacer para merecer esto? Esto hay que aprovecharlo. He aprendido a valorar lo más simple”.
Juan Pablo Tettay De Fex / [email protected]
*Nombre cambiado para proteger la privacidad de la fuente.