Una pandemia lejos de casa

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Minuto 81, momento para el VAR en el Nou Camp y gol de Messi a la Real Sociedad. 1 a 0 y todos felices para la casa. Aquel 7 de marzo, 77.000 personas salieron felices del último partido del Barca antes de la pandemia, un evento que no debió ocurrir. Los datos no eran tan difíciles de entender: ya había 430 casos en España y más de 6.000 en Italia.

Ese fin de semana Barcelona estuvo de fiesta, como siempre. ¿Que si tenía miedo? La verdad, un poco. También sentía valentía ¿O era ignorancia? Ya no lo sé. De lo que no tengo duda es de que la culpa es del Gobierno español, que se hizo el de la vista gorda durante varias semanas y se dedicó a ver las nefastas noticias del norte de Italia como si se estuviéramos al otro lado del mundo. Y ni si quiera eso lo justifica. En Colombia, por ejemplo, lo entendieron.

Y yo sigo aquí, en la misma ventana, aplaudiendo cada día a las 8:00 p.m. al personal de la salud. También sigo trabajando y estudiando. Claro, desde casa, porque ya todo ocurre entre cuatro paredes, ya todo pasa en la red. Por eso no es sorpresa que WhatsApp se utilice cinco veces más, que el ecommerce haya crecido 12,5% y que el consumo de internet haya aumentado 40%.

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Estar ocupado es un privilegio. Tener salud, una bendición. Las cosas hoy se valoran de otra manera; a quién le importan unos tenis, un carro, un reloj, unas gafas. A quién le importa ir al mejor restaurante o comprarse una camisa de marca. Hoy los sueños son más simples, pero más grandes. también más lejanos. Hoy sueño con abrazos, con un brindis, con que mi mamá me siga diciendo cada día que que no tienen tos, ni fiebre, ni ningún síntoma que se parezca al COVID-19 ese.

Estoy a un metro de las otras personas y casi ni nos miramos. Nadie lo hace y el que se anima refleja una profunda tristeza en su mirada

Me levanto a las 7:00 a.m., hago ejercicio, me organizo, desayuno. Trabajo de 9 a 2 de la tarde, almuerzo, estudio de 4 a 9 de la noche, como y hago trabajos un rato más. Me acuesto tipo 12 y así vuelve a empezar. No salgo, no recibo sol, no tengo balcón y me da miedo salir hasta a sacar la basura. Día por medio lo hago y una vez a la semana merco a una cuadra de casa.

En esa fila hay mucha nostalgia. Estoy a un metro de las otras personas y casi ni nos miramos. Nadie lo hace y el que se anima refleja una profunda tristeza en su mirada. Se siente soledad, frío, es una primavera con cara de invierno. Y cómo no, si es una pandemia lejos de casa.

No sé hasta cuándo viviré entre la sala, el comedor y mi habitación. No sé si seguiré siendo un incansable consumidor de fibra óptica. No sé si volveré a pisar la agencia en la que trabajo, si levantaré la mano en clase intensamente y tampoco estoy seguro de si regresaré a Colombia antes de lo pensado. Solo sé que me seguiré quedando en casa porque no me quiero enfermar.

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Ya son 117.710 casos en España, la mitad de los habitantes de Envigado y casi El Poblado completo. Y ya son más de 10.000 muertos, más de los habitantes que tiene Guatapé. También es verdad que por fin hay una pausa en la curva de contagios y eso genera un poco de paz.

Tengo la sensación de que la cuarentena se prolongará semanas -o incluso meses- y que volveré a la rutina paulatinamente. Eso sí, el mundo habrá cambiado; la salud por fin será una prioridad, el medio ambiente será más protagonista en el mapa político mundial y las familias se abrazarán más. También el Barca volverá a jugar y Messi seguirá llenando estadios.

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