Costumbres sureñas y pelados multiplíquense por cero
Cuando el mundo era más feliz sin celular, en la casa se encontraban cosas tan galo-paisas y hoy ajenas como el chifonier, el neceser, el somier, el bufé y por supuesto el misterioso bidé, ese adminículo ubicado exactamente al lado, en medio del baño, sospechosamente útil para encontrar puntos G, C, U y demás, pero que a los alumnos de jesuitas por alguna orden divina, nos contaron que era para lavarse los pies… y yo que creía ser el único engañado, en mis primeros viajes de laburo al país de Dieguito, caí en la trama y pasé por todas las etapas del gallina del Bidé, lavándome los pies donde todos los argentinos se lavan el culo y las argentinas también… cuesta creerlo, una mentira tal que me indigna, pero me consuela saberla generacional, y nos la echaron a muchos. Después de conocer en el campo y las provincias lejanas del sur, baños donde ni siquiera usan papel, solo bidé, y de corroborar que el papel higiénico argentino es igual al papel de lija, entendí. Pero ya me había lavado mucho los pies y hasta la cara mientras lo aprendí a operar. Me pregunto: ¿Y dónde está el bidé? ¿Por qué en Colombia se perdió tan bella costumbre, absolutamente reconfortante después de un viaje largo? Absolutamente educativa, más limpia y divertida que la web para descubrir la envidiable adolescencia. Absolutamente necesaria para el desarrollo muscular y mental de las féminas. Absolutamente vital en cualquier país latino donde se la suele cagar tanto. No es raro que alguna orden arzobispal lo haya prohibido, al bidé. Ahora que están llegando colombianos por miles a la a-cogedora Argentina, es necesario saber del bidé, ya que la vida del gaucho transcurre literalmente entre dos fronteras y como en un lunfardo de Rivero pasan los años entre quincho y bidé y bidé y quincho. Saben qué… peladitas y peladitos insolentes bullosos y groseros que se la pasan tan bien: multiplíquense por cero, ya que de esta nota poco o nada han entendido los menores de 28. Va en desquite solidario de mis amigos con hijas preciosas que muestran los calzoncitos y salen con tusos con cara de malevos. Para seguir con las costumbres que debe conocer de los argentinos. Al desayuno les parece muy pesado un huevo y prefieren comerse tres o cuatro pasteles dulces a los que llaman facturas que preparan con ricotta y melocotones, frutos rojos del bosque y crema y mucho, pero mucho dulce de leche. Al argentino no le puede faltar el mate; más que una bebida, un ritual adictivo como otras yerbas. Los jóvenes poco o nada saben del lunfardo, tango, chamamé, samba o folclor y los viejos porteños arman kilombos por todo, por el precio de la carne, por los colectivos, por la corrupción, por la falta de guita y por el mal humor de la mina. El argentino es como sus canciones: un drama. Lo primero en su vida son las pasiones: el Boca de los bosteros, Diego, Evita, el mate y el infaltable asadito. Qué sería de un argentino sin su asadito con vino, terma y Quilmes. El punto de cocción en el país del asado es de tres cuartos para arriba, por eso debe advertir que sea muy jugoso para lograr un medio pasadito o vuelta y vuelta para un cuarto.
Las empanadas y los alfajores se producen con su propia identidad en cada provincia siendo los cordobeses los más famosos en los dos casos. Gran parte de los tanguistas clásicos porteños del lunfardo no quieren mucho a Gardel y lo perciben como showman, pero adoran a Rivero, a Varela, a Montero y a otros menos famosos afuera. En las casas argentinas se come pasta casera casi todos los días, sobre todo fideos y sorrentinos. Las medialunas del desayuno son de grasa animal, al igual que casi toda la cocina criolla que no concibe un aceite vegetal. Cuando un argentino va a hacer una casa, primero construye el quincho o lugar para comer el asadito y luego el bidé… ahí está la Virgen.