Cinco minutos son suficientes (Segunda parte)

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Cinco minutos son suficientes
Segunda parte de una crónica sobre una visita a Medellín y el consecuente recorrido gastronómico

Durante la semana me reencontré con un amigo de muchos años, con el que arreglé una cita para compartir un almuerzo, el sitio que escogimos fue la Cafetiere de Anita; la empatía con el sitio empezó desde el momento en que llamé para reservar la mesa, la persona que me atendió al teléfono fue amable al indicarme cómo llegar al restaurante y en aceptar la reserva; al llegar lo primero que me impactó favorablemente fue el sitio: la sala de triple altura, la decoración moderna y despojada y la prolijidad como estaban ordenadas las mesas; para seguir avanzando en el conocimiento del sitio le pedí a la persona que me atendió una copa de vino tinto, unos minutos después me trajo una generosa copa de un vino maravilloso, servido a la temperatura ideal (estimo que unos 17º) al degustarlo le pregunté de que vino se trataba y me explicó que era un Malbec de Alto las Hormigas (que está catalogado en Argentina como uno de los mejores de ese cepaje). El próximo paso fue conocer la carta que me impresionó favorablemente por su variedad y amplitud de propuestas, al igual que la cava que ofrece vinos variados de Chile, Argentina, Francia y España, todos de muy buena calidad. Sobra decir que la calidad de la comida y del servicio fue excelente, mencionando como detalle especial el pan recién horneado. A partir de esta primera experiencia estimo que mi relación con La Cafetiere de Anita será duradera, y espero poder revisitarla la próxima vez que venga a la ciudad.
La relación con Álvaro Molina, como indiqué antes, tiene varios años; uno de los días de la semana estuve en su restaurante para almorzar. Destacables las mejoras que ha introducido en el local, haciéndolo aún más cálido. El almuerzo que tuvimos fue una sinfonía de múltiples sabores, de tres horas de duración y  ejecutada en nueve platos: empezamos con unos mini quipes con suero costeño, a continuación ajíes dulces rellenos con mozzarella, luego un tempura de langostinos, proseguimos con una generosa porción de carpaccio de lomo con lajas de parmesano aceite de oliva y pimienta negra, luego una colita de langosta a la mantequilla negra, cortamos sabores con una ensalada de rúgula y brotes de lechuga aderezada con aceite de oliva, lajas de parmesano y vinagreta de moras, continuamos con una generosa porción de lomito cocido a la perfección (a mí me gusta casi crudo, menos de dos minutos por cada lado) con un poco de flor de sal de la Camargue, de postre una delicia de Bariloche ejecutada en forma maestra sobre un fondo de chocolate de origen de Santander con helado cubierto con una salsa de dulce de leche, jerez y hierba buena y como gran final ajíes dulces caramelizados en su almíbar. Tuvimos de compañeros dos excelentes vinos: Un Malbec de Finca del Carretón de 2001 y un Shiraz 2005 de La Chamiza; por supuesto la atención fue excelente. He trascrito el menú para que el lector se de cuenta de la complejidad de la cocina que desarrolla Casa Molina en Medellín, de una calidad comparable a la de cualquier restaurante de primer nivel en cualquiera de las grandes ciudades del mundo.
Cuando estoy en Buenos Aires con alguna frecuencia “sueño” con un buen guaro y un chicharrón, ninguno de los dos se consigue por esas latitudes. La costumbre que tengo con mis hermanos es que al llegar y en el viaje a casa paramos en alguno de los múltiples restaurantes que hay a la vera del camino para reencontrar ese sabor añorado. En esta oportunidad, unos minutos después de salir del aeropuerto paramos en un sitio a mano derecha en la variante que conduce a la carretera de Las Palmas. Al entrar al restaurante, que estaba bastante lleno, encontramos al fondo un show en vivo con la música que tanto gusta por estos lados, el dueto cantaba razonablemente bien pero el volumen hacía imposible la conversación, el mesero que nos atendió tomo rápidamente la orden; a los pocos minutos llegaron las bebidas y un poco después un chicharrón. Mis recuerdos de esta “presa” consistían en una porción exterior de piel de cerdo tostada, una capa intermedia de grasa y una capa exterior de carne (mientras más gruesa mejor). En el que nos sirvieron, esta última no existía y más que chicharrón lo que nos sirvieron fue piel con grasa. Estimo que estos primeros minutos con Doña Rosa no me permitirán volver a visitarla, pero respeto el cariño y devoción que por ella tiene su clientela.

Medellín, Agosto de 2007.
[email protected]

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