En especial quienes vivimos en las ciudades, tenemos la obligación moral de no dejar solos a quienes luchan por superar los efectos de la violencia y construir un mejor país en lo cotidiano.
En Granada, en el Oriente de Antioquia, encontré en un solo día a tres personas que en su cotidianidad buscan aportar a la paz, a la construcción de un mejor futuro para su comunidad, sin recibir mayor apoyo de la administración, es decir, recompensados casi exclusivamente por ver a sus coterráneos superar los horrores que les dejó la violencia de la guerra. Ha sido su decisión personal su trabajo generoso, que se multiplica, con otras voluntades de personas en ese municipio, en el departamento y en el país.
Son ellos, una estudiante de la Universidad de Antioquia, que promueve su grupo de formación en liderazgo para niños de las instituciones educativas de su municipio; un hombre que tozudamente mantiene a flote el Museo de Ciencias Naturales, herencia de la labor educativa de una comunidad religiosa; y una madre de familia, víctima de la violencia por la desaparición de un hermano, que impulsa el Salón del Nunca Más, dedicado a la memoria y a la reconciliación en su comunidad.
Hay que recordar que Granada es uno de los municipios más sufridos por la violencia de la guerrilla, los paramilitares, y aún, de algunos miembros de las fuerzas del Estado, en Antioquia y el país. Teniendo menos de 10 mil habitantes hoy, registra más de tres mil personas, víctimas, en las diferentes modalidades de violencia, en especial asesinatos, desapariciones y desplazamiento. Tener una tercera parte de su población en esa condición no los ha sumido en la desesperanza. Acudieron a sus propios recursos, a los de sus familiares regados por el mundo y a los que les entregó el Estado para recuperarse materialmente de bombas y masacres. Pero lo que es mejor, dispusieron su voluntad para superar el miedo, para recuperar la confianza, para proyectarse al futuro.
Ese día que los conocí, la estudiante universitaria hacía la sesión final del año de su grupo de niños líderes con un acto público de creatividad y carisma, ante los padres orgullosos y algunos asombrados y gratificados parroquianos; el gestor del Museo de Historia Natural renovaba títulos y letreros mientras nos contaba la procedencia de las piezas de su colección y hacía cuentas de los que requería para que la iniciativa permanezca; y la madre de familia nos relataba cómo intuitivamente habían construido su pequeño espacio para no olvidar a sus paisanos asesinados, desaparecidos o afectados perversamente por los violentos.
Estos líderes de Granada me pusieron de presente que todos los colombianos, y en especial quienes vivimos en las ciudades, tenemos la obligación moral de no dejar solos a quienes luchan por superar los efectos de la violencia y construir un mejor país en lo cotidiano. Para apoyarlos hay que exigir que el Estado no los deje solos, aportar a sus iniciativas, pero también comprometernos en lo personal con esa construcción de equidad, de reconciliación y paz, que necesita el país. Que ese ejemplo nos permita crecer mejor a todos.
Posdata: reitero lo propuesto hace unos meses, cada uno puede ayudar a que acabemos con el uso dañino de la pólvora. Los invito a que usen en sus redes #CelebroSinPólvora y que no sean promotores, activos o pasivos, de la llamada “alborada”.