Cuenta el filósofo coreano Byung Chul Chan, en entrevista reciente, que en Simbad el Marino “Simbad y su compañero llegan a una pequeña isla que parece un jardín paradisíaco, se dan un festín y disfrutan caminando. Encienden un fuego y celebran. Y de repente la isla se tambalea, los árboles se caen. La isla era en realidad el lomo de un pez gigante que había estado inmóvil durante tanto tiempo que se había acumulado arena encima y habían crecido árboles sobre él. El calor del fuego en su lomo saca al pez gigante de su sueño. Se zambulle en las profundidades y Simbad es arrojado al mar”.
Esta parábola nos muestra que el ser humano tiene una ceguera esencial y no es capaz de reconocer dónde está parado. Arthur Schnitzler, citado por Chan, compara la Humanidad con una enfermedad. “Nos comportamos con la Tierra como bacterias o virus que se multiplican sin piedad y destruyen al propio hospedero. Crecimiento y destrucción se unen”.
Simbad el Marino es una metáfora de la ignorancia humana. El hombre cree que está a salvo, mientras que en cuestión de tiempo sucumbe por acción de las fuerzas elementales. La violencia que practica contra la naturaleza se la devuelve ésta con mayor fuerza.
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Pero también somos violentos cuando no reconocemos a los otros. La postura narcisista de la época nos impide ver a los demás. Hemos estado sumidos en la violencia por siglos. Es evidente la violencia racial, la violencia de clases.
Violencia sutil ejercen los estados contra las clases desfavorecidas, con actuaciones tan dispares como las que presenciamos recientemente en Colombia. En la misma semana se desembolsan a una empresa de aviación 370 millones de dólares, que salen de las arcas del Estado y que son, por lo menos en parte, un dinero aportado por todos nosotros; y se lanza un decreto -con maquillaje democrático- que crea unas condiciones laborales indignas. Es una forma sutil de violencia y una actitud incoherente por parte del Estado. Y la lista de agresiones provenientes de otros frentes es larga y conocida.
No hablo de política en mis columnas, aunque toda postura educativa es política, pero se me llenó la taza y me siento cómplice de estos atropellos si no los denuncio, como ya lo hacen otras voces, que son estigmatizadas por un fragmento de nuestra sociedad que sólo piensa en cuidar sus propios recursos y beneficios y que se olvidó que la política debe ser una oportunidad de servir y no una adquisición de poder personal y familiar.
Leo con deleite El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo de la española Irene Vallejo y me topo con la historia del pastor-poeta Hesíodo quien en su obra Los trabajos y los días amenaza con el castigo divino a las autoridades que, para engordar su bolsa, favorecen a los poderosos y rapiñan a los campesinos pobres.
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Muchos griegos de su época deseaban unos cimientos más justos para la vida en común. ¿Podremos cambiar esto algún día? Gran impotencia sentimos los ciudadanos de a pie frente a los despropósitos de un Estado que es movido por intereses que benefician a la minoría privilegiada y frente a las acciones de fuerzas oscuras que se disfrazan para hacer daño.
Los dos extremos están dañando este país. Pertenezco al grupo de personas de la clase media que estamos indignados y que no soportamos más esta situación.