Es el jueves 7 de mayo, un día más en cuarentena, aunque a la vez parece uno más como cualquier otro. A las diez de la mañana las calles de El Poblado presentan un flujo vehicular que en nada varía al de los tiempos corrientes. O quizás sí, pero no en la forma en que lo esperaría: sobre las avenidas abundan las motos, muchas motos, estacionadas a lado y lado, formando corrillos interminables, de vehículos pero también de gente.
A El Poblado ingresé recorriendo la avenida El Poblado, procedente desde Envigado, por el sector de La Frontera. Primera advertencia: no había policías. Desde el inicio de la cuarentena no traspasaba los límites entre ambas ciudades. Tenía la expectativa de encontrarme algún retén, un control que le pusiera coto a tantas aglomeraciones repetidas, que me pidieran mi cédula y yo poder argumentar que mi profesión estaba exenta, y que aquí al lado llevaba el tapabocas. No vi ninguno en los 6,2 kilómetros que me llevaron hasta la calle 33.
En ese tramo me limpiaron el vidrio del carro y me ofrecieron dulces en los semáforos, vi domiciliarios recostados sobre sus motos, domiciliarios sentados sobre bancas del mobiliario público en grupos de tres o más sin tapabocas, carros, muchos carros como el mío, no sé si todos estaban exentos. Recién veo a la Policía, son dos motos, vienen en sentido contrario, van con afán, quién sabe a dónde van. Todo en un plácido recorrido de 20 minutos a menos de 30 kilómetros por hora.
Regresé a El Poblado cruzando el Perpetuo Socorro, vi las ambulancias llegar al Hospital General, pensé en el voltaje que deben tener aunque también recordé que los hospitales están en crisis porque los pacientes de COVID-19 no llegan y como no llegan no les pagan porque todas sus camas las desocuparon para atender la pandemia.
Llegué a la avenida Los Industriales, pasé por el edificio de Bancolombia, y seguía sin ver a la Policía. Recorrí Ciudad del Río, vi sus plazoletas vacías, el MAMM cerrado, sus parques en desuso. Un hormiguero humano llamó mi atención, claro, era un centro de atención al domiciliario de una marca famosa que se ha hecho más famosa en estos tiempos.
De nuevo los corrillos, de motos y de gente, donde el tapabocas, eso para qué, algunos lo llevan pero no lo usan. Y la Policía ausente.
Volví a Las Vegas. Otros cinco kilómetros en la ruta hacia Envigado, y me topé con el esquivo retén de la Policía, unos 100 metros al pasar la portería de la universidad Eafit. La calle sola, y el retén igual: los uniformados estaban en otro cuento, lejos de controlar que se cumpla la cuarentena. A nadie pararon.
Fueron casi 12 kilómetros los que recorrí por El Poblado, por dos de sus vías principales, en los que ví dos policías en moto y un retén que no estaba operando, al menos cuando yo pasé por él.
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¿En qué anda la Policía?
Le conté mi experiencia al comandante de Policía de El Poblado, capitán Ronald Duarte. Me dijo que los controles los están enfocando con una unidad móvil que conforman un camión y unas motos. Su labor es “retirar” a quienes estén deambulando por las calles sin estar exentos de cumplir la cuarentena, o que no tengan turno en el pico y cédula.
Sobre los retenes, me aseguró que solo tienen uno en Las Vegas, ya que las unidades móviles las van rotando por todos los sectores de El Poblado.