Así se ven las calles de Provenza y la parte central de El Poblado. Un recorrido a pie, con la calma de que no hay carros… ¿o sí?
Parqueé en Provenza, cerca la Divina Eucaristía. En otros días, llegar allí a las 10 a.m. era no encontrar un espacio para parquear. Era ver que los restaurantes empezaban su actividad. Pero el panorama era otro. Algunas cocinas abrían pero los restaurantes seguían a puerta cerrada. En las calles una que otra moto de un domiciliario.
Al pasar cerca de La Presidenta, el sonido del cauce se sentía más potente. Puede ser sugestión, pero el silencio de la calle hacía que el agua, para mi fuera más consciente. Ocasionalmente encontraba una persona con su perro, o alguien haciendo vueltas. Los restaurantes, que antes estaban llenos de extranjeros desayunando, hoy estaban desiertos.
Empecé a bajar. Pasé por Vía Primavera y el Parque Lleras. Llegué a la calle 9 y el panorama fue cambiando. A medida que me acercaba al parque de El Poblado, el silencio desaparecía y encontrarme con personas era cada vez más frecuente.
Llegar a la Avenida de El Poblado fue un shock. Las filas para entrar a los bancos le daban la vuelta a la cuadra. Entre la 9 y la 8 hay dos bancos, un supermercado y dos farmacias. La cantidad de personas era grande. Todos con tapabocas y respetando el distanciamiento social.
Caminé hasta La Presidenta. Una ferretería cambió su razón de ser y hoy, además de vender sus productos tradicionales, comercializa guantes, tapabocas y soluciones desinfectantes. Además, hacen labor social pues aplican amonio cuaternario a carros y taxis para que siempre estén desinfectados.
Al regresar al parque de El Poblado, los carros seguían pasando. Aunque en menor cantidad. Tanto que las conversaciones de las personas y las peleas entre varias personas que cuidaban carros parecían retumbar.
En la esquina de la 10 con la Avenida de El Poblado estaba Gilmar Heras. Aunque me decía que es barranquillero, su acento venezolano lo delataba. Me contó que hasta hace un mes trabajaba en un almacén de ropa en el Centro, pero que hoy no tiene trabajo y la única opción para conseguir el sustento es pararse en esa esquina a pedir dinero. Como él, mucho hacen lo mismo: siguen lavando parabrisas, cuidando carros o, simplemente, pidiendo plata.
Subí por la 10. El ruido me seguía acompañando. Frente a Berlín una guayaba en el piso. A su lado una lombriz que, seguro, en otra época ya habría muerto. Olor a comida rápida. Eran las 11:30 a.m. Y ya se empezaban a cocinar muchos almuerzos.
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Las conversaciones subiendo La 10 se escuchaban sin esfuerzo. Incluso de un lado a otro de la calle y a medida que me alejaba del parque, el silencio iba volviendo. Tomé la Vía Primavera. Extrañé poderme sentar en Pergamino a tomarme un café. Subí por 37 Park y paré un momento a escuchar los pájaros y la quebrada. Luego, me monté al carro y volví al encierro.
Por: Juan Pablo Tettay De Fex / [email protected]