He comido empanada de camarón seco, de huevo, de liebre ahumada, me he empetacado con las de papa y junca o las de pipián. Por la calidad del ají que las acompaña, jamás las olvidaréis…
En los últimos quince días todo el mundo ha opinado alrededor de la caricaturesca noticia que informaba sobre la multa impuesta a un peatón, a quien le fue aplicado el nuevo Código de Policía, por comerse una empanada en el espacio público.
En mis ocho lustros de comentarista culinario he escrito más de media docena de crónicas alrededor de nuestra empanada y en esta ocasión no voy a terciar para opinar sobre lo absurdo, sino que lo haré con el ánimo de informar sobre el amplio espectro que registra dicho bocado en nuestra culinaria criolla.
Aclaro: llevo la vida entera comiendo empanadas. En la mochila de mis recuerdos (tenía seis años) veo a mi padre con cerveza en mano, soplándome la empanada y riéndose de mis lágrimas, no por causa del quemón, sino del ají que él adoraba.
Mis primeras empanadas salieron de pailas con fritanga de la rural Usaquén y las segundas, de freidoras con termostato del granado Country Club de Bogotá, es decir que me inicié con empanadas de pobres y reincidí con las de ricos. Así fue y así he continuado degustándolas: de toda clase social, de todo tipo de negocio, de todo tipo de masa, guiso y ají y de todos los precios.
He comido empanada de camarón seco en Riohacha (Guajira), he probado la de huevo en Pozo Colorado (Magdalena), me he deleitado con las de liebre ahumada en cercanías de Cereté (Córdoba), me he empetacado con las de papa y junca en las parroquias de Cristo de Alcalá (Envigado) y Jesús de Nazareno en Prado (Medellín), por docenas comí las de pipián en Popayán (Cauca), aun sigo guardando memoria gustativa de las de piangua en Buenaventura y de aquellas diminutas en el hotel Obelisco, en el malecón del río Cali (Valle del Cauca).
Me queda imposible borrar de mi mente estomacal las de pescado de Morro de Mico en el Pacífico (Chocó); tampoco olvidaré las mejores empanadas con masa de yuca y guiso de arroz con sobrebarriga desmechada, famosas en Barichara (Santander), todavía añoro las dominicales de carne del Club Unión (Antioquia); aun sueño con las argentinas y chilenas de Versalles en el centro de Medellín (carrera Junín); jamás olvidaré las de arracacha y sin carne de mi otrora lugar de trabajo y disfrute: Niágara – Cinco Puertas (parque Lleras, El Poblado).
He referenciado una docena, pero mi archivo culinario, que pronto estaré publicando en una cartilla y a futuro en una app, lo conforman más de 140 empanadas de más de 30 lugares diferentes en Medellín y algunos municipios de Antioquia y se complementa con más de 110 empanadas de diferentes poblaciones del país.
Parodiando a Thomas Mann, quien haciendo alusión a las clases sociales escribe: “por sus zapatos los conoceréis”, en asuntos de empanadas yo digo: por su masa las conoceréis, y por la calidad del ají que las acompaña, jamás las olvidaréis.
Espero con esta crónica contribuir no solo a la golosinería, sino también a la precaria economía de sus casi siempre humildes productores.