Medellín en asuntos de cultura ha hecho muy bien las cosas, pero sus habitantes nunca han sido un público fácil para asuntos de comida.
En noviembre pasado tuvo lugar en la ciudad el cuarto Festival de cine a la mesa. El contenido de su programación era absolutamente fascinante: películas y documentales españoles y colombianos de la mayor vigencia y calidad, tratando el tema de la cocina, los restaurantes y la soberanía alimentaria.
Directores de cine y productores estuvieron invitados para dialogar con el público asistente; comentaristas gastronómicos y académicos también hacían presencia para compartir sus experiencias alrededor del cine y la gastronomía; se programaron creativos talleres y conversatorios con imagen y sabor. Todo lo anterior se pasó en la biblioteca de las Empresas Públicas de Medellín, la cual puso a su disposición sus excelentes auditorios; la convocatoria al público se hizo por los canales locales de televisión, los periódicos de la ciudad (incluyendo Vivir en El Poblado) y todas las redes sociales.
Y tengo que escribirlo y lo hago con dolor: la asistencia fue pírrica. ¿Qué pasó?
Aseguran los que saben que las primeras películas filmadas en Colombia por colombianos salieron de esta ciudad de provincia; famoso fue el primer cineclub de mediados del siglo pasado; no menos importante fue la cinemateca el Subterráneo, auténtica escuela, que sin proponérselo, durante más de un cuarto de siglo formó soñadores y hoy reconocidos directores, además que muchos de los actuales críticos de cine fueron asiduos clientes de aquella cinemateca.
Hoy en la región existen dos festivales (Santa Fe de Antioquia y Jardín) y también cada año en Medellín se desarrollan festivales de cine francés, de cine alemán, así como de otros temas. En otras palabras, en Medellín existe un público desde hace mucho tiempo que va, mira y disfruta del cine con criterio para analizar, reflexionar y opinar. Con ese público mencionado, ¿qué pasó?
Aceptemos que a los cinéfilos no les gusta el cine gastronómico; pero en Medellín existen más de seis escuelas de cocina y gastronomía, operan varias universidades con programas de nutrición, dietética e ingeniería de alimentos, funcionan más de 50 restaurantes cuyos chefs y propietarios hubiesen aprendido lo inimaginable con una sola mañana de asistencia; en Medellín hay más de dos mil profesionales cuyo trabajo tiene una relación directa con la alimentación, los restaurantes y la comidas; en Medellín trabajan más de doce periodistas y 20 blogueros que escriben sobre cocina y mesa… y parecería que nadie se enteró. ¿Qué pasó?
Amigos organizadores del cuarto Festival de cine a la mesa: ustedes no se equivocaron. Medellín en asuntos de cultura ha hecho muy bien las cosas, pero sus habitantes nunca han sido un público fácil para asuntos de comida. Por lo que vi en este festival, les hago una sincera recomendación: ¡perseverar!